viernes, 29 de septiembre de 2023

DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

 UN PADRE TENÍA DOS HIJOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Cada domingo, al ser proclamadas las lecturas es Dios quien nos habla. Al escuchar a los profetas y recordar los sucesos de la historia de Israel, los llevamos a nuestra propia vida, porque ahora nosotros somos el pueblo de Israel y su historia sagrada habla de nuestra propia historia.

    Y al escuchar el evangelio, es Jesús quien nos habla. No se cansa de hacerlo, aunque a veces su semilla encuentre en nosotros tierra endurecida cuando pensamos que “ese evangelio ya lo he escuchado” o “ya sé bien de que se trata lo de ser cristiano, pero vivir en el mundo de hoy es otra cosa”. 

    Aunque seamos tantas veces esa tierra dura, con cardos y piedras que son nuestras resistencias interiores, el sembrador no se cansa de sembrar en nosotros.

    El evangelio de hoy es una parábola y su aplicación. La parábola la entendemos muy bien: un padre que tiene dos hijos. Uno es el oficialmente bueno, el que le llama “Señor” y se muestra cumplidor a la primera; el otro es el rebelde, el que responde de manera brusca “no quiero ir”, cuando el padre le pide ir a trabajar en la viña.

    Pero resulta que el rebelde y malo recapacita y va, termina haciendo lo que le pide el padre. El oficialmente bueno y complaciente, en cambio, se queda en las buenas palabras pero no va.

    Jesús pregunta a los sumos sacerdotes y ancianos del templo, los buenos entre los más buenos del pueblo hebreo: "¿Quién de los dos cumplió la voluntad del Padre?”. La respuesta está bien clara: aquel que pasó de las palabras a las obras.

    Jesús dijo en otra ocasión: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que cumple la voluntad de mi Padre del cielo”.

    ¿Pasamos de las palabras a las obras… o nos quedamos en estas?

    Cuando escuchamos la llamada insistente de Jesús a perdonar de corazón, a acoger y comprender, a compartir con generosidad… ¿se produce algún cambio real y efectivo en mí, o solo me quedo parado en el nivel de las palabras, los buenos propósitos y las ideas?

    Cada domingo escuchamos la palabra de Dios y la palabra de Jesucristo. Ojalá que sí las escuchemos con verdadero interés y acogida. Pero al salir del templo es cuando tenemos que empezar a vivirlas en la vida concreta y con los que tenemos alrededor. Aunque sea con un pequeñísimo cambio en algo, la Palabra de Dios no nos puede dejar exactamente igual que antes de oírla.

    Jesús se confronta con los sacerdotes y ancianos del pueblo que eran los guías espirituales del pueblo israelita. No lo hace por polemizar, sino para provocarles y moverles a una conversión real. Porque al considerarse a ellos mismos tan suficientemente buenos, tan sobradamente religiosos y justos, estaban cerrados a las llamadas de Dios.

    En cambio, los pecadores, los últimos, los despreciados, acogían la llamada de Dios a través de Juan Bautista y de Jesús, se convertían de su pecado, imploraban el perdón y así se adherían al Reino de Dios. El profeta Isaías lo dice: “cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, vivirá y no morirá”.

    Son palabras duras las de Jesús “los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios”. Ellos son el hijo rebelde de la parábola que ha contestado al padre “No quiero ir”, pero recapacita y cumple lo que se le ha mandado.

    Hoy la Palabra de Dios es una llamada que nos interroga: “Cuál de los dos hijos de la parábola soy yo?, ¿el que se queda en las buenas intenciones y palabras o el que pasa a las obras y da frutos reales de conversión?

 

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