viernes, 10 de febrero de 2023

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

 SI QUIERES, GUARDARÁS LOS MANDAMIENTOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Continuamos aprendiendo del Maestro, sentados en torno a él en el monte, como sus discípulos. La Palabra de Dios nunca pierde su actualidad, y cuando es proclamada, especialmente en la celebración litúrgica, se hace una palabra plenamente viva y transformadora.

Hoy se nos propone en las lecturas un tema de importancia capital: la ley de Dios y sus mandamientos. Hay quien interpreta los mandamientos como imposiciones, como recortes a nuestra libertad que, dicen, debería ser absoluta. Esto es un gran error: igual que las señales de tráfico nos resultan necesarias para llegar seguros a un destino cuando vamos por la carretera, los mandamientos de la ley de Dios no nos quitan la libertad, sino que nos ayudan a conducir nuestra libertad.


¿Alguien en su sano juicio puede decir que un stop, antes de cruzar una intersección de carreteras, le quita su libertad al conducir?, ¿o que lo hace un aviso de peligro por hielo?

Pues si lo pensamos bien es lo mismo: ¿alguien puede decir que es mejor el mundo sin los mandamientos de la ley de Dios?, ¿se convierte en un lugar más seguro y más libre para todos o, más bien, en una jungla en la que la vida está amenazada?

 

Si quieres guarda los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende la mano a lo que quieras. Somos libres para elegir guardar los mandamientos de Dios, nos ha hecho libres para ello. Si no lo hacemos, nuestra elección tiene sus consecuencias, igual que si uno va conduciendo sin querer atender a las señales de circulación. Se trata de elegir entre vida y muerte, entre bien y mal.

 

Los escribas y fariseos acusaban a Jesús de hereje y contrario a la Ley sagrada. Pero Jesús lo deja muy claro: No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud, nos dice. Para Jesús, la ley es la manifestación de la voluntad de Dios para nosotros y es inalterable, ni la parte más pequeña de una letra se puede omitir y enseñar así a otros.


Pero hay algo que Jesús quiso enseñar a todos: cómo debe ser interpretada rectamente. Porque la interpretación de estos maestros religiosos era la de marcar los mínimos que debían cumplirse e incluso se permitían añadir nuevas normas y preceptos a los mandamientos, de modo que como todo ya era ley religiosa, llegaba un momento en que la gente no sabía realmente si podía cumplir la voluntad de Dios.

 

Jesús no cambia la ley de Dios, pero la lleva a su plenitud:

 

No basta con no matar físicamente, es necesario no matar tampoco con la lengua o con el pensamiento, como son los insultos, la calumnia, la crítica morbosa. Tales comportamientos degradan la dignidad humana, y al hermano hay que responderle siempre con amor. Es la condición previa para acercarnos a Dios: ¿Cómo vamos a acercarnos a Dios si estamos separados del hermano? Y si no, antes de llegar al altar con la ofrenda, vayamos a su encuentro intentando la reconciliación.

 

No basta con no cometer adulterio con los cuerpos, es necesario tener una mirada limpia y un pensamiento respetuoso sobre el otro, sea hombre o mujer. Es necesaria la fidelidad no solo de los cuerpos, también de los pensamientos, las miradas y los deseos. Jesús dice que del corazón del ser humano es de donde brota lo mejor y lo peor; si está sano, de él brotarán acciones buenas.

 

No basta con no jurar en falso o no usar a Dios y a las cosas santas para jurar. Es necesario ser personas que van con la verdad por delante siempre, que no mienten ni tergiversan la realidad a su conveniencia. De este modo, no tendremos necesidad de jurar para ser creídos.

 

Aprender a vivir así requiere de una sabiduría que no es de este mundo, como dice san Pablo en la segunda lectura: es una sabiduría divina, escondida, que se nos da por el Espíritu Santo. Es la sabiduría del Reino de Dios. Es verdad que las palabras de Jesús nos resultan exigentes, quizás fuertes, porque nos dice que no basta con no hacer el mal, es necesario también no desearlo, querer lo bueno, buscarlo, intentarlo.


Lo mejor de todo es que este Maestro no es de aquellos que enseñan la lección y luego la preguntan en el examen y nos suspenden si no la sabemos. Es el Maestro más paciente, uno que permanece siempre con nosotros, que nos quiere pese a nuestros fallos y pecados y, con cariño, nos levanta siempre para que sigamos intentándolo.

 

 

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