SI QUIERES, GUARDARÁS LOS MANDAMIENTOS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Continuamos
aprendiendo del Maestro, sentados en torno a él en el monte, como sus
discípulos. La Palabra de Dios nunca pierde su actualidad, y cuando es
proclamada, especialmente en la celebración litúrgica, se hace una palabra
plenamente viva y transformadora.
Hoy
se nos propone en las lecturas un tema de importancia capital: la ley de Dios y
sus mandamientos. Hay quien interpreta los mandamientos como imposiciones, como
recortes a nuestra libertad que, dicen, debería ser absoluta. Esto es un gran error:
igual que las señales de tráfico nos resultan necesarias para llegar seguros a
un destino cuando vamos por la carretera, los mandamientos de la ley de Dios no
nos quitan la libertad, sino que nos ayudan a conducir nuestra libertad.
¿Alguien
en su sano juicio puede decir que un stop, antes de cruzar una intersección de
carreteras, le quita su libertad al conducir?, ¿o que lo hace un aviso de
peligro por hielo?
Pues
si lo pensamos bien es lo mismo: ¿alguien puede decir que es mejor el mundo sin
los mandamientos de la ley de Dios?, ¿se convierte en un lugar más seguro y más
libre para todos o, más bien, en una jungla en la que la vida está amenazada?
Si
quieres guarda los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha
puesto delante fuego y agua, extiende la mano a lo que quieras. Somos libres
para elegir guardar los mandamientos de Dios, nos ha hecho libres para ello. Si
no lo hacemos, nuestra elección tiene sus consecuencias, igual que si uno va
conduciendo sin querer atender a las señales de circulación. Se trata de elegir
entre vida y muerte, entre bien y mal.
Los
escribas y fariseos acusaban a Jesús de hereje y contrario a la Ley sagrada. Pero
Jesús lo deja muy claro: No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a
abolir, sino a dar plenitud, nos dice. Para Jesús, la ley es la
manifestación de la voluntad de Dios para nosotros y es inalterable, ni la
parte más pequeña de una letra se puede omitir y enseñar así a otros.
Pero
hay algo que Jesús quiso enseñar a todos: cómo debe ser interpretada
rectamente. Porque la interpretación de estos maestros religiosos era la de
marcar los mínimos que debían cumplirse e incluso se permitían añadir nuevas
normas y preceptos a los mandamientos, de modo que como todo ya era ley
religiosa, llegaba un momento en que la gente no sabía realmente si podía
cumplir la voluntad de Dios.
Jesús
no cambia la ley de Dios, pero la lleva a su plenitud:
No
basta con no matar físicamente, es necesario no matar tampoco con la lengua o
con el pensamiento, como son los insultos, la calumnia, la crítica morbosa. Tales
comportamientos degradan la dignidad humana, y al hermano hay que responderle
siempre con amor. Es la condición previa para acercarnos a Dios: ¿Cómo vamos a
acercarnos a Dios si estamos separados del hermano? Y si no, antes de llegar al
altar con la ofrenda, vayamos a su encuentro intentando la reconciliación.
No
basta con no cometer adulterio con los cuerpos, es necesario tener una mirada
limpia y un pensamiento respetuoso sobre el otro, sea hombre o mujer. Es
necesaria la fidelidad no solo de los cuerpos, también de los pensamientos, las
miradas y los deseos. Jesús dice que del corazón del ser humano es de donde
brota lo mejor y lo peor; si está sano, de él brotarán acciones buenas.
No basta con no jurar en falso o
no usar a Dios y a las cosas santas para jurar. Es necesario ser personas que
van con la verdad por delante siempre, que no mienten ni tergiversan la
realidad a su conveniencia. De este modo, no tendremos necesidad de jurar para
ser creídos.
Aprender a vivir así requiere de
una sabiduría que no es de este mundo, como dice san Pablo en la segunda
lectura: es una sabiduría divina, escondida, que se nos da por el Espíritu
Santo. Es la sabiduría del Reino de Dios. Es verdad que las palabras de Jesús
nos resultan exigentes, quizás fuertes, porque nos dice que no basta con no
hacer el mal, es necesario también no desearlo, querer lo bueno, buscarlo,
intentarlo.
Lo mejor de todo es que este
Maestro no es de aquellos que enseñan la lección y luego la preguntan en el
examen y nos suspenden si no la sabemos. Es el Maestro más paciente, uno que
permanece siempre con nosotros, que nos quiere pese a nuestros fallos y pecados
y, con cariño, nos levanta siempre para que sigamos intentándolo.
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