sábado, 4 de febrero de 2023

DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

 SOIS SAL DE LA TIERRA Y LUZ DEL MUNDO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

En el evangelio del domingo pasado, Jesús nos daba la carta magna del discípulo que quiere seguirle de verdad. Nos enseñaba, sentado en el monte como un maestro de vida, qué es lo que nos hace verdaderamente felices, realizados y plenos, frente a los espejismos de felicidad que nos pueden deslumbrar: no voy a encontrar la verdadera alegría huyendo de los problemas y de las dificultades, viviendo primero para mí mismo y dando mis migajas a los demás, sino dándome, a su estilo, a todos los que me necesiten. Y, si es necesario, llorar con los que lloran, sufrir con los que sufren. Tener hambre y sed de verdadera justicia para todos, practicar la misericordia y la compasión, mirar con una mirada limpia que brota de un corazón limpio, construir la paz...

A quienes viven así, Jesús les promete la bienaventuranza, la felicidad auténtica, una vida plenamente realizada. Y les dice, nos dice, que somos la sal de la tierra y la luz del mundo. No dice "debéis ser sal de la tierra y la luz del mundo", sino que ya lo somos cuando vivimos según el evangelio.

Las dos imágenes con las que Jesús expresa lo que son sus discípulos para el mundo son muy poderosas. Las dos son realidades que forman parte de la vida cotidiana y que son necesarias para la vida; no son elementos superfluos, sin los cuales se puede vivir igual, no. Somos necesarios para el mundo.

La sal da gusto a los elementos y, sin ella, no se encuentra mucho disfrute a la comida. Pero es que, además, si la sal falta, el cuerpo se deshidrata aunque tenga agua. Las cosas de la vida se disfrutan de verdad cuando uno se siente amado; si no, da igual la casa que tengas, el coche que conduzcas, la ropa que lleves, o la fama que te den. Sin amor, la vida no sabe a nada. 

Un verdadero discípulo de Jesús da sabor a la vida de los demás, acogiéndolos y queriéndolos como son y no como pensamos que deberían ser, justo igual que hace con nosotros el Padre. La sal del buen humor, de la alegría, de la serenidad para afrontar los problemas, son signos de un seguidor de Jesús.

Antes, en los bautismos, se colocaban unos granitos de sal en la boca del recién bautizado; seguro que los mayores lo recuerdan bien. Hoy ya no se hace, pero es un signo muy expresivo: llevamos dentro la sal de Cristo que se debe manifestar en nuestras vidas. 

Hay otra característica de la sal: preserva de la corrupción. Por ello, antes de que existieran las neveras, era el modo principal de conservar los alimentos. También esta característica es propia de los cristianos: debemos luchar contra la corrupción, denunciando como profetas todo lo que deshumaniza, lo que degrada a las personas y a las sociedades. Y si callamos, seríamos una sal que se hace azúcar, que no sala y no sirve de nada ya. Jesús nos dice que somos sal, pero nunca nos dice "sois azúcar o miel".

Y, ¿qué decir de la luz? Sin ella no hay vida ni hay calor. Sin luz no se conoce la realidad de lo que nos rodea, nos extraviamos, nos perdemos.  Jesucristo dijo varias veces "Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en las tinieblas". Nosotros, que somos su presencia, portamos su misma luz, ya que el día de nuestro bautismo encendieron nuestra vela en el Cirio Pascual del Resucitado. Todos necesitamos alguien que nos ilumine, que nos aconseje, que nos oriente. Pero, atentos, estamos llamados a alumbrar, no a deslumbrar. 

San Pablo dice ante los cristianos de Corinto que no quiso presentarse como un sabio en lo humano, porque él no buscaba hacer discípulos de Pablo, sino de Cristo. Se presentó débil, sin otro mensaje que Cristo crucificado. No hace falta ser lumbreras para llevar la luz del evangelio, basta con ser llamas sencillas que testimonian con su vida sencilla.

El cristiano que quiere pasar desapercibido, que no da la cara nunca por su fe ni por su Iglesia, que solo busca no meterse en problemas ni comprometerse a nada, es como una luz metida debajo de la vasija, no alumbra a nadie. ¿Hay algo más inútil que una luz encendida bajo una vasija? ¿Para qué sirve entonces?

Si alguien se está planteando "yo no sé que puedo hacer para ser luz del evangelio para otros", la primera lectura, del profeta Isaías, da respuestas muy claras y concretas: parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre al que ves desnudo, no te desentiendas de los tuyos, aleja de ti la opresión, la acusación y la calumnia, sacia al afligido y brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.


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