ACRECISTE LA ALEGRÍA, AUMENTASTE EL GOZO
En este domingo tercero del tiempo ordinario, que estamos
celebrando, la Iglesia celebra, desde el año 2019, el Domingo de la Palabra
de Dios. Es verdad que todos los domingos son domingos de la Palabra, porque es
cuando el Señor Resucitado nos convoca, a todos sus amigos y discípulos, para
alimentar nuestra fe con su Palabra y con su Cuerpo. Hay una expresión muy
bonita que dice así: en la Eucaristía nos sentamos en torno a dos mesas de las que nos
alimentamos: la de la Palabra y la del Pan de la Vida.
Pero si el Papa Francisco pidió que tuviésemos un domingo
especialmente dedicado a la Palabra es porque necesitamos caer en la cuenta de
la importancia que tiene para nosotros ser verdaderos oyentes de la Palabra. No
basta con estar en misa, o en la celebración dominical en ausencia de sacerdote,
y escuchar de fondo las lecturas del día mientras pensamos en otra cosa…
Repetimos mecánicamente “Te alabamos Señor” cuando el lector
dice “Palabra de Dios”. Pero, ¿he dejado que esa Palabra de Dios, como palabra
viva que es, entre de verdad en mi mente y en mi corazón? ¿La he prestado la
atención que se merece? Porque si no lo hago, sería como la siembra infructuosa
de la mejor semilla que no encuentra tierra buena en la que germinar, se queda caída
al borde del camino en tierra dura y seca.
El evangelio que hemos escuchado nos presenta los comienzos
de la vida pública de Jesucristo, después del testimonio que nos dio Juan
Bautista sobre él en el domingo pasado. No elige un lugar fácil para comenzar
la misión, sino Galilea, la que llamaban despectivamente los judíos más
selectos como “la Galilea de los gentiles”. Allí se mezclaban religiones e ideas
en confusión, costumbres, supersticiones y también corrupciones morales.
Es precisamente donde quiere comenzar Jesús su misión, con una predicación muy
sencilla y parecida a la del Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino
de los cielos”. Convertíos, cambiad vuestro corazón, aceptad de una vez que necesitáis
el perdón y la luz de Dios para ser felices.
Muchos no hubieran querido predicar en la pagana Galilea de
los gentiles, pero Jesús ve en ella a muchos hombres y mujeres que caminan en tinieblas y
necesitan luz, a muchos que viven en desesperanza y muerte y necesitan que se
les anuncie una Buena Noticia liberadora.
Igual que hoy… muchos católicos terminamos creyendo que el
mensaje de la fe no lo va a escuchar nadie, que no lo quieren, que ya no lo
reciben, y dejamos de anunciarlo. Y, por culpa de nuestros miedos, muchas
personas que lo necesitan, aunque no lo sepan, no lo oyen y se quedan en su
tristeza, desesperación y tiniebla.
Jesús quiere contar, desde el principio de su misión, con
colaboradores: llama a los pescadores y les pide ser, con él, pescadores de
hombres, testigos, anunciadores, misioneros.
No pensemos que esta llamada es solo para unos pocos. Es para
cada uno de nosotros, invitados a ser, donde estemos, sembradores de la Palabra
que trae la Buena Noticia. El lema de este Domingo de la Palabra del 2023 nos
lo dice bien claro: Proclamadores de la Palabra. Eso somos nosotros.
Para dar un testimonio convincente debemos superar
divisiones, estar unidos. Se lo pide el apóstol san Pablo a los cristianos de
Corinto: “Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis
todos lo mismo y que no haya división entre vosotros. Estad bien unidos con un
mismo pensar y un mismo sentir”:
¿Por qué nos fijamos más en lo que nos separa, en las
diferencias del otro, que en lo que nos une? Esto nos pasa, tantas veces, en lo
social, en lo político y hasta, peor aún, en la Iglesia. De aquí vienen las
diferencias y enfrentamientos que nos han separado, a lo largo de los siglos, a
los cristianos.
Esta semana estamos rezando por la unidad de los cristianos, para
que lleguemos a ser un solo pueblo los que creemos en él. Tengamos presente
esta intención y comprometámonos a ser constructores de puentes y de unidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.