sábado, 10 de septiembre de 2022

DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

 ME PONDRÉ EN CAMINO A DONDE ESTÁ MI PADRE


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Toda la Palabra de Dios proclamada en las lecturas de este domingo nos habla de la misericordia de Dios. Una misericordia y un perdón que van más allá de lo que nosotros podamos imaginar, porque nuestro modo de perdonar es humano y, por ello, limitado: perdonamos hasta cierto punto, perdonamos, pero no olvidamos, perdonamos, pero sin aceptar a quien nos ofendió….

El perdón del Padre Dios es total: perdona y olvida nuestra ofensa, perdona y sigue amando, perdona y, al hacerlo, salva y restaura a la persona.

Esto, ¿es una idea bonita que nos viene bien creer para quedarnos tranquilos en nuestro pecado? El perdón del Padre Dios nos lo ha enseñado su Hijo Unigénito Jesucristo, y por eso sabemos que es cierto.

Al pueblo de Israel le costó creerlo de verdad. Es por lo que encontramos testimonios en la historia de la revelación, que es progresiva, paso a paso hasta Jesús, en el que se habla de la “ira de Dios”, de la “venganza de Dios contra sus enemigos” o expresiones similares. Como ejemplo nos basta con la primera lectura de hoy, tomada del libro del Éxodo, que la liturgia la escoge precisamente para ver su contraste con las preciosas parábolas de la misericordia del evangelio según san Lucas.

El pecado que cometen es muy grave: la idolatría. Y esa idolatría, que consiste en adorar una imagen de animal, el becerro de oro, encierra una gran ingratitud. Dios Yahvé, al que tanto clamaban cuando estaban esclavos en Egipto, les ha sacado, con la guía de Moisés, de aquella amenaza, les ha hecho libres… pero, en lugar de agradecérselo, se dedican a adorar a un ídolo falso,  a una abominación construida con sus manos.

También nosotros podemos pecar de idolatría y, desde luego, de ingratitud hacia Dios. Le pedimos muchas cosas cuando nos aprieta la necesidad, pero cuando estamos bien nos acordamos poco de Dios, o pensamos que las cosas nos van bien porque somos listos, porque trabajamos duro, porque tenemos cualidades. Esto es ingratitud como la de los israelitas…

Y si ponemos el dinero, la comodidad, nuestros criterios por delante de Dios, los convertimos en ídolos y dioses falsos a los que adorar.

Moisés hace de mediador para que el pueblo no sea castigado como se merece. ¿Quién media permanentemente por nosotros, quien es nuestro intercesor? Jesucristo es nuestro nuevo Moisés, el que una vez resucitado y vuelto al Padre, está siempre intercediendo por nosotros.

Jesús, que es el Hijo, es el que conoce al Padre y nos ha dicho cómo es: un Padre que ama, que espera, que se alegra por la vuelta de cada uno de sus hijos a la casa. También si sus hijos son están tan perdidos y destruidos como aquellos publicanos y pecadores que le están escuchando.

Para los fariseos y maestros de la Ley, que están representados por el hijo mayor de la parábola, cumplidor, pero juez implacable de su Padre y de su hermano menor, aquella gente no tenía solución ni salvación.

Decirles que Dios Padre les espera, que si vuelven a Él les abrirá las puertas de su hogar, era perder el tiempo y, peor aún, blasfemar contra Dios que es un juez justo y serio. Así pensaba también Pablo cuando era perseguidor de los cristianos. Hasta que, como dice en la segunda lectura, “Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía….  La gracia de nuestro Señor Jesucristo sobreabundó en mí junto con la fe y el amor”.

Las tres parábolas que pronuncia el Señor, la moneda perdida, la oveja extraviada, el hijo pródigo, van tanto por los fariseos como por los publicanos.

Podemos pensar que todos tenemos algo de fariseos y algo de publicanos. Algo del hijo menor perdido y algo del hijo mayor que no quiere que su hermano sea acogido.

 

¿Tengo experiencia de haber sido perdonado, sanado, restaurado por el perdón de Dios?

¿No me acerco al perdón porque creo que Dios ya no va a perdonarme ni yo voy a cambiar?

¿Soy juez duro de los errores y pecados ajenos, incapaz de perdonar, al mismo tiempo que pido para mí el perdón de Dios?

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