jueves, 3 de febrero de 2022

DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 SERÁS PESCADOR DE HOMBRES


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Dios escoge y llama, Jesús escoge y llama. La Palabra de Dios de este domingo nos habla de vocaciones y ya sabemos que la palabra vocación significa llamada.

    Muchas veces se ha usado la palabra vocación para referirse a la vida de los consagrados, de los religiosos y religiosas, de los sacerdotes. Gracias a Dios, con el tiempo, ha pasado a hablarse de la vocación de todos los bautizados, de todo el Pueblo de Dios. La primera y fundamental llamada de Dios que todos, por igual, hemos recibido, es la llamada del bautismo, por el que hemos comenzado a ser hijos e hijas de Dios y hemos entrado a formar parte de la Iglesia.

    La vida de un cristiano es siempre una vocación, elija el camino que elija. Porque el proyecto es el mismo para todos: vivir el Evangelio, ser discípulos y testigos de Cristo que, en comunidad y nunca solos, lo hacen presente en el mundo con su modo de vivir.

    Después, ese proyecto podemos realizarlo por caminos diferentes y complementarios: la consagración religiosa, el sacerdocio o el compromiso laical con la familia y el trabajo. Pero vocación tenemos todos desde que somos bautizados, porque todos hemos sido llamados a la misión de construir y adelantar el Reino de Dios en el mundo viviendo como hijos de Dios.

    Dios que escoge y llama es quien da las fuerzas para la misión a la que llama. Lo vemos bien en el profeta Jeremías y en el apóstol Pablo, que se sienten completamente indignos de cumplir con su vocación: el profeta dice que es de labios impuros y que habita con un pueblo impuro… ¿Cómo va a llevar entonces la Palabra de Dios a los demás? Pero siente que Dios le toca con una ascua la boca y se la purifica, la hace capaz de comunicar su mensaje.

    Y, ¿Qué decir de Pablo? Si era perseguidor de los cristianos, si los encarcelaba y torturaba porque los consideraba enemigos de la religión de Israel… ¿puede ahora pasar a ser apóstol? Sí, porque el mismo Jesucristo le ha elegido, le ha cegado cuando iba en el camino hacia Damasco y le ha confiado la misión. Por eso puede decir: no porque alguien me lo haya pedido ni porque yo lo haya elegido… “por la gracia de Dios soy lo que soy, apóstol de Jesucristo”.

    Jesús no escoge a sus apóstoles porque sean los más listos, los más preparados o los más carismáticos. Para eso podía haber ido a llamarles a las sinagogas, donde se formaban los expertos en las Escrituras y en la ley religiosa. Ni siquiera escoge a los más santos, a los más perfectos moralmente, a los irreprochables… para eso, seguramente, se hubiera fijado en otros.

    Llama a los pescadores que están enfadados y frustrados por la dureza de su vida y por el poco fruto de tanto trabajar en la noche, pescando en el lago. Escoge a Pedro, que se siente pecador y que le demostrará, con el tiempo, que es testarudo, que es duro de cabeza e incluso violento. Y a Santiago y a Juan, a los que llamará “hijos del trueno” por lo impulsivos que son, y que ambicionan puestos de poder en el Reino de Dios, sin entender de qué va realmente.

    Y les llama a que dejen las redes y se hagan pescadores de hombres con él. Pescar hombres no para aprisionarles, sino para liberarles, no para destruirles, sino para sanarles y salvarles.

    Y les da una lección desde el principio: solo si se fían de Jesús y de su Palabra puede dar frutos la misión del Reino de Dios. Eso significa realmente la pesca milagrosa que el evangelista Lucas sitúa precisamente en el momento de la llamada de los apóstoles. Cuando pescan fiados de sus propios conocimientos no logran nada, redes vacías, pero cuando confían de verdad en Jesús y hacen lo que les pide, aunque no lo entiendan, la red se llena a rebosar de peces.

    San Pablo lo entendió bien y por eso dirá: he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Así es, de ser testigos de Jesús, de llevar el nombre de cristianos, de seguidores y discípulos de Jesús, todos somos indignos. Es la gracia de Dios, la fuerza del Señor, la que nos ayuda a vivir el Evangelio allí donde nos toque: en la familia, en el trabajo, en el estudio, en el compromiso con la Iglesia… cada uno según la vocación específica que Dios le haya dado.

    Y esa fuerza y esa ilusión por vivir como cristianos la recobramos en este encuentro dominical como comunidad. ¡Qué importante es que acudamos aquí! Lo que a veces se dice de ser creyente no practicante es solo una frase vacía. La fe en Jesús es para practicarla, para vivirla, y nunca solos, siempre en comunidad como el Señor quiso que hiciéramos.

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