jueves, 10 de febrero de 2022

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

BIENAVENTURADOS LOS POBRES...


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Si hay algo que es común a toda persona, con todo lo diferentes que somos entre nosotros, es que todos queremos ser felices. Toda persona, elija el camino que elija, desea llevar una vida plena, con la menor cantidad de sufrimientos  y con la mayor cantidad posible de alegrías. San Agustín, después de probar por muchos caminos equivocados, desde la búsqueda del placer hasta las sectas más extrañas, acabó rindiéndose ante Dios y diciendo que nuestro corazón está hecho para el encuentro y la amistad con Dios, y todo lo que no sea Dios no nos sacia nunca del todo.

Pero muchos no lo descubren así y buscan la felicidad por caminos que no conducen a una vida auténtica y plena. Siempre estamos eligiendo en la vida, y de eso nos habla la Palabra de Dios de hoy: de los caminos y las elecciones que tomamos… y a dónde nos conducen.

La primera lectura que se ha proclamado, tomada del profeta Jeremías, presenta dos opciones de vida: la de quien pone su confianza en el hombre, en las criaturas, en lo que puede tocar, medir y ver, y la de quien pone su confianza en el Señor. Y lo hace comparándola con dos plantas: quien confía en sí mismo, en lo material, en sus propias y únicas fuerzas, es como un cardo en un terreno sin agua, en un desierto en el que no crece nada. Todos tenemos la imagen de un cardo… uno no puede ni acercarse a él, porque se pica.

Quien confía en Dios, en cambio, es un árbol plantado junto a una corriente; la sequía, que son las dificultades, llegan también para los creyentes. Pero esa corriente que lo nutre permanece, y es capaz de soportar las dificultades sin secarse. Todos conocemos personas de fe que han podido vencer grandes dificultades y sufrimientos en la vida sin desesperarse ni convertirse en seres amargados o agresivos.

Y, tantas veces, surge la pregunta: ¿de dónde saca fuerzas esta persona que ha sufrido estos reveses tan fuertes? En el texto de hoy tenemos la respuesta: aunque llegue el estío y la sequía, no deja de estar verde ni de producir fruto su árbol, porque las raíces están bien adentro y las nutre la corriente de la amistad y la confianza con Dios.

Es el mismo mensaje que encontramos en el Evangelio: el Señor nos desconcierta con sus bienaventuranzas siempre que las oímos o leemos. Pero, en el fondo, sabemos que es cierto lo que nos dice…

Declara bienaventurados, es decir dichosos, felices, a aquellos a los que el mundo considera desgraciados. Y declara malaventurados, con esos “Ay de vosotros…”, a aquellos a los que el mundo consideraría felices y afortunados. Basta con ver que, cada poco, los periódicos y los telediarios, esta semana, por ejemplo, nos dan la noticia de quienes son los más ricos de España o del mundo; son los ideales inalcanzables para el resto de los pobres mortales, que somos invitados a desear, admirar y envidiar….

Y el Señor Jesús, el Maestro, nos dice que no nos fijemos en las apariencias, porque no es realmente así. ¿Quiénes dice Jesús que son realmente los bienaventurados, los felices aquí ahora y, después, en la vida eterna? Los que hacen opción por el Reino de Dios, aunque eso les traiga privaciones, sufrimientos y renuncias.

Dios no bendice la miseria ni la desea para nadie; de hecho, si hay tanta miseria y desigualdad en este mundo no es por culpa de Dios, sino por culpa nuestra, que no queremos compartir los recursos que Dios puso en este mundo para todos….

Pero, desde luego, lo que Dios maldice, que es decir mal, es la riqueza insolidaria, el derroche ciego, la saciedad insensible de quien ríe, goza y banquetea como si a su lado no hubiese nadie sufriendo… ¡Ay de vosotros, que creéis que lo tenéis todo y, en realidad, estáis vacíos!


¡Qué bien conecta este mensaje con la campaña de Manos Unidas que hoy se celebra en todas las comunidades cristianas! Con un lema duro, que invita a la reflexión y al examen de conciencia: Nuestra indiferencia les condena.

Es cierto que durante este tiempo de la pandemia, todos nos hemos replegado bastante sobre nosotros mismos; hemos pasado a preocuparnos mucho de nuestra salud y la de los nuestros. ¿Qué ha pasado, mientras tanto, con el resto de la humanidad, que ha pasado con tantas zonas del mundo de las que antes se hablaba ya poco y ahora ya no se habla nada? Pues allí han seguido los voluntarios de Manos Unidas, una organización de nuestra Iglesia Católica, junto con los misioneros y misioneras; han permanecido allí, más preocupados de los pobres que de ellos mismos.

Bienaventurados vosotros que habéis llorado con los que lloran, que habéis pasado hambre con los que la tienen, que habéis sido perseguidos con los que son perseguidos… Bienaventurados y felices, les dice el Señor, porque no sois indiferentes ante el hermano, en el que yo estoy presente.

Hoy la Palabra de Dios nos ha invitado a preguntarnos: ¿Dónde pongo yo mi confianza? ¿En Dios o en las cosas, en mis fuerzas, en los bienes? 

¿Me declara el Señor bienaventurado o me incluye entre aquellos de los que dice “Ay de vosotros…”?

 

 

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