Celebramos hoy la fiesta de la
Epifanía, una palabra griega (la lengua en la que estuvo escrito originalmente
el Nuevo Testamento) que significa Manifestación. Todo el tiempo de la Navidad
es un tiempo de Manifestación de la salvación que Dios Padre ha querido para
toda la humanidad por medio de la encarnación de su Hijo Jesucristo.
Y esta manifestación ha ido llegando
a los diversos protagonistas de la Navidad: en primer lugar a María, la Madre,
que acoge, aún sin entenderlo, un plan de Dios que la sobrepasa. A José, que
tiene que vencer muchas dudas, dificultades y miedos, pero termina acogiendo a
ese bebé que viene de Dios como a su propio hijo, convirtiéndose en su
custodio. También se manifiesta por medio de los ángeles a los pastores, que
representan a los últimos de la sociedad, pero que son los primeros a los que se
les anuncia “En Belén os ha nacido un salvador”.
En la fiesta de hoy, se nos habla de
una manifestación más: a los pueblos gentiles de la tierra, que están
representados en estos magos venidos del Oriente. María, José, los pastores…
todos ellos pertenecen al pueblo de Israel, el que tenía y leía las escrituras,
las profecías. Pero los magos del Oriente no son hebreos, son paganos,
posiblemente eran sabios de la Persia antigua, que también leían las escrituras
judías y, además, escrutaban el cielo en busca de signos en las estrellas.
Jesucristo el Salvador se encarna no
solo para salvar al pueblo de Israel, sino para salvar a todos los pueblos de
la tierra, a la humanidad de todos los tiempos y de todos los lugares. Él trae
el perdón y el amor de Dios, la Luz que vence las tinieblas del pecado y de la
muerte, para todos sin excepción. Por ello, este es un día que nos habla de la
universalidad de la salvación. La Buena Noticia no puede quedar encerrada en
fronteras de ningún tipo, no es algo solo para nosotros, es para todos, y, por
eso, la comunidad cristiana ha sido, y siempre lo será, una comunidad
misionera, que anhela y busca el modo de
hacer llegar a toda persona, esté donde esté, el Evangelio salvador de Jesús.
La Palabra de Dios que acabamos de
proclamar nos hace sintonizar con esa universalidad de la fe: el profeta Isaías
anuncia que llegarán a Jerusalén, ciudad santa, los pueblos y los reyes de la tierra,
levantándose de su oscuridad y poniéndose en camino hacia la luz del Señor. Y
el apóstol Pablo nos dice aquello que ha descubierto por inspiración de Dios y
que fue a lo que consagró su vida entera como misionero: que los gentiles son
también destinatarios de las promesas de la salvación, llamados a heredar la
Vida eterna.
¡Qué maravilla es pensar que en este
mismo momento están celebrando esta fiesta de la Epifanía hermanos nuestros en
los cinco continentes y que compartimos con ellos la misma fe, que escuchamos
la misma Palabra de Dios, que rezamos con las mismas oraciones, aunque sea en
distintas lenguas! En una aldea remota de África, en un barrio de Japón, en una
catedral de América… todos proclamando a una sola voz que Jesucristo es Luz
para nuestras vidas y que estamos llamados a llevar su luz a quien no la tiene
y vive la vida a oscuras…
Los Magos del Oriente, guiados por la
luz de la fe y guiados por la luz de la estrella, se pusieron en camino. Y
tuvieron la humildad suficiente para reconocer al mismo Dios en un recién
nacido en el lugar más humilde y mísero posible: en un pesebre. No es el hijo
del César, no es el hijo de un emperador, es infinitamente más, es el Hijo de
Dios. Y nace en la pobreza total, pero, al verle se llenaron de inmensa alegría
y le adoraron.
Le ofrecen tres regalos que expresan
quien es realmente este niño: Oro, que solo se ofrecía a los reyes, porque le
reconocen como el único Rey de reyes por el que merece la pena dar la vida,
Incienso, que se ofrece en los templos a Dios, porque es verdaderamente el Hijo
de Dios, y Mirra, que se usaba para amortajar, porque este que ahora nace será
el que entregue su vida como víctima.
Nos podemos quedar con estos mensajes
de la fiesta de la Epifanía:
La salvación del Emmanuel, Dios con
nosotros, es para todos. Aunque los hombres hagamos tantas barreras y fronteras
que nos separan, Dios ha querido que seamos una sola familia humana y quiere
que todos sean iluminados por la Luz de su Hijo. Por eso somos una Iglesia
misionera y debemos compartir con todos el anuncio de la Buena Noticia,
empezando por nuestros familiares, amigos y vecinos.
Estamos llamados a ser humildes ante
el Señor, a adorarle, a amarle, a reconocer, como hicieron los Magos, que solo
él es nuestro salvador, que la vida que él nos ofrece no podemos esperarla ni
buscarla en nadie más ni, por supuesto, en nada más. Y, adorándole, le
ofrecemos… no los regalos de oro, incienso y mirra, sino nuestras propias vidas
cada día.
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