viernes, 31 de diciembre de 2021

DOMINGO SEGUNDO DE LA NAVIDAD (ciclo C)

 


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Estamos celebrando el domingo segundo después de Navidad. Y todo el ciclo de la Navidad, como el de la Pascua, es una catequesis completa en la que, guiados por la Palabra de Dios y llevados por el ritmo de las celebraciones litúrgicas, vamos profundizando en el misterio de la Encarnación.

    Y decimos que es un Misterio, en el sentido de que, por más que hablemos de la Navidad y la representemos visiblemente con los belenes y con las imágenes tiernas del Niño Jesús, lo que ha sucedido en ella es algo que nos sobrepasa y que no podemos abarcar en absoluto.

    Este segundo domingo es un paso más en ese deseo de profundizar en el misterio del maravilloso intercambio: Dios se hace un hombre como nosotros para que nosotros podamos entrar en la familia de Dios como hijos e hijas amados.

    En la primera lectura que se nos acaba de proclamar, tomada del Antiguo Testamento, se presenta la Sabiduría como una enviada de Dios que, por deseo de este, viene a habitar en medio de su pueblo, a poner su morada entre los hombres. Es una sabiduría que brota de Dios, que no tiene principio, que existe desde siempre, que se hace amiga de los hombres, que comparte su existencia para hacerles el bien.

    Esa sabiduría de la Biblia, que viene a habitar entre los hombres y se regala a quienes la acogen de corazón, no es una acumulación de conocimientos, como cuando nosotros decimos que una persona es sabia en tal o cual campo.  Es, sobre todo, saber vivir rectamente ante Dios, saber vivir según su voluntad. Es bendita la sabiduría de Dios, ensalzada por los hombres y mujeres de buena voluntad, porque produce bien y alegría, sus frutos son de justicia y paz.

    ¡Qué importante es pedirle a Dios el don de la sabiduría para poder vivir como él espera que vivamos! Con tantos medios de comunicación al alcance de la mano, con tanta información disponible con solo tocar el móvil que llevamos permanentemente encima…. Y no por ello somos más sabios. Más bien, tantas veces, nos quejamos de que estamos confusos con tanta información, que no sabemos separar lo importante de lo accesorio, que no sabemos distinguir lo verdadero de lo falso….

    Pidamos el don de la Sabiduría para este nuevo año que acabamos de estrenar. Para que, con ella, no vivamos en las sombras, sino en la luz, no vivamos en la mentira sino en la verdad, no vivamos en la confusión, sino en la claridad….

    Nos deseamos de corazón unos a otros, para este nuevo año, lo mismo que les desea san Pablo a los cristianos de Éfeso en la carta que hoy hemos leído: “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os de espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”.

    Un camino seguro para vivir la vida con la Sabiduría de Dios lo tenemos al alcance de la mano: es acoger su Palabra. El evangelio de hoy es el mismo que escuchamos el día de la Navidad: el comienzo del evangelio según san Juan. En lugar de hablar del nacimiento de Jesús, del parto de María, de la adoración de los pastores y los magos, nos invita a mirar en profundidad qué es lo que acontece: el Verbo, la Palabra de Dios, que trae la luz y la sabiduría de Dios, ha venido al mundo para alumbrar a todo hombre.

    Jesús es la Palabra de Dios hecha carne. Todo lo que Dios necesita decirnos acerca de él, acerca de nosotros, nos lo dice ya en su Hijo Jesucristo. No necesitamos preguntarle nada más, nos lo ha dicho todo…

    Acoger la Palabra de Dios es acoger a Jesús, la Palabra, y es acoger a Dios que nos lo envía. Pensemos un poco: ¿Cómo acogemos la Palabra de Dios en las celebraciones de la iglesia?, ¿con unos oídos, una mente y un corazón abiertos o, por el contrario, con desgana, con desinterés, con rutina? Porque dice el evangelista que la Palabra vino a los suyos y los suyos, que somos también nosotros, no la recibieron.

    Durante esta Navidad, ¿la Palabra de Dios está presente en nuestras casas, en nuestras reuniones de familia? ¿aprovechamos que están los niños en casa para enseñarles el sentido de lo que celebramos, para rezar con ellos en torno al Belén, para leer juntos el relato del Nacimiento en los evangelios?

    A cuantos reciben a esta Palabra les da poder de ser hijos de Dios, que es lo más grande y bonito a que podemos aspirar. Pidamos la sabiduría y busquémosla acogiendo la Palabra.

 

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