viernes, 31 de diciembre de 2021

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (1 de enero 2021)

 


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

En la celebración litúrgica de hoy confluyen tres motivaciones que se complementan:

·   * Es el primer día de un nuevo año, con todo lo que siempre supone: se abre para nosotros un tiempo nuevo, cargado de esperanzas y de ilusiones.

·   * Es la fiesta de Santa María Madre de Dios, que se celebra a los ocho días de la Navidad para agradecer el don de su maternidad, por la que nos ha llegado el Salvador, el Emmanuel esperado.

·   * Es la Jornada de Oración por la Paz, instituida por el Papa San Pablo VI para este primer día de enero.

    En la Palabra de Dios se suman estos tres motivos. Queremos comenzar un nuevo año con la misma bendición con la que los hebreos eran bendecidos al comenzar un nuevo año por sus sacerdotes; fue el mismo Dios quien se la inspiró a Moisés:

“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor te muestre tu rostro
y te conceda la paz”.

    Comenzar un nuevo año siempre produce un cierto vértigo; entramos en algo desconocido que no sabemos qué nos deparará. Y el vértigo es aún mayor en estos tiempos, tan revueltos, de la pandemia, que nos quitan la paz interior y dañan la paz social. Es habitual oír en estos días, en nuestras conversaciones, expresiones como: “A ver si se acaba ya este año” o “Que el año que viene sea mejor que este”.

    Son deseos muy lógicos, pero no podemos olvidar que para un creyente todo tiempo es tiempo de gracia, en todo tiempo se hace presente Dios. Y Dios es capaz de sacar bienes de los males, si le dejamos actuar por el Espíritu Santo que nos habita.

    Hemos vivido situaciones duras en el año que hemos dejado atrás… ¿nos han hecho mejores personas y mejores cristianos, nos han dejado iguales o nos han hecho peores? De todo lo vivido, ¿no hemos sacado ninguna enseñanza positiva para nuestra vida personal, familiar y social?

    El Papa Francisco nos repite muy a menudo que, de toda esta situación, que parece arrastrarnos al individualismo y al “sálvese quien pueda”, debería salir reforzada nuestra solidaridad social, nuestro compromiso con los demás. Y nos pide ser promotores de una “cultura del cuidado”, en la que todos nos preocupamos de todos, frente a la amenaza intoxicante de una “cultura del descarte”, que afirma que solo algunos valen, aquellos que tienen vidas dignas de ser vividas.

    No sabemos qué viviremos durante el nuevo año, pero no tenemos mejor deseo que este: “que el Señor te bendiga y te proteja, que ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor”. Si vienen circunstancias favorables, que sepas agradecerlas siempre a Dios que está contigo. Y si vienen circunstancias adversas, que sepas también agarrarte al Señor, encontrar en Él refugio y fortaleza, porque no va a abandonarte.

    El mejor deseo para un creyente es: que, en todo, en lo bueno y en lo malo, puedas encontrar el rostro de Dios, saberte amado incondicionalmente por Él, acompañado siempre. Y que puedas hacerlo con otros, con la comunidad cristiana en la que encontrarás hermanos en la fe, la Palabra de Dios y los sacramentos, para guiarte en tu caminar.

    Quien vive esto, vive en paz; no quiere decir que viva con una sonrisa permanente o sin alterarse por nada. Pero en lo profundo de su ser está en Paz, porque sabe que Dios no le deja. Y quien está en paz transmite paz a su alrededor: en la familia, en los estudios o trabajos, en la convivencia de amigos o vecinos.

    Nos produce mucho pesar ver tantas guerras en el mundo, aunque de muchas no tenemos ni noticia, pero, en el fondo, las guerras son la suma y el desbordamiento de muchos odios interiores, que se van desarrollando contra el compañero, contra el pariente, contra el vecino, contra el que es distinto a mí en raza, en religión o en pensamiento. Por eso, aunque no esté en nuestra mano acabar con las guerras del mundo, sí que lo está acabar, en el nuevo año que Dios nos regala, con las guerras domésticas, reconciliándonos de corazón con aquel al que estamos enfrentados, aunque sea a costa de tener menos razón o de perder en nuestros intereses. Nada vale tanto como vivir en Paz.

    María, con su sí generoso y arriesgado, hace posible el plan salvador de Dios, el cumplimiento de las promesas y esperanzas de Israel y de toda la humanidad. Da carne y vida al Príncipe de la Paz, al Señor Jesucristo, que es quien nos da la verdadera paz porque nos reconcilia con Dios para que así, reconciliados, podamos reconciliarnos con el hermano.

    La historia ha cambiado para siempre en la Navidad: por María se ha producido el maravilloso intercambio en el que Dios se hace hombre para que los hombres entremos en la familia de Dios como hijos. Esta es la maravilla de la Navidad que ninguna pandemia ni ninguna circunstancia adversa nos podrá arrebatar: ya no somos esclavos, somos hijos amados de Dios para siempre y somos herederos de toda su bendición. Y estamos llamados a vivir durante el nuevo año como aquello que somos: hijos de Dios y hermanos entre nosotros.

    Al amparo de la Madre de Dios y nuestra Madre, entremos confiados en un nuevo tiempo, que será un tiempo de salvación.

 

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