COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Después de cinco domingos en los que hemos ido leyendo el capítulo
sexto del evangelio según san Juan, guiados por el cual, hemos reflexionado
ideas muy importantes sobre el gran sacramento de nuestra fe, que es la
Eucaristía, el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo cambia bastante.
Las lecturas de hoy nos presentan la Ley de Dios como
un camino de sabiduría y de auténtica libertad. Los mandamientos de Dios,
aunque se haya dicho a veces lo contrario, no son para esclavizar al hombre,
sino para otorgarle su auténtica libertad y brindarle un camino de sabiduría
por el que pueda conducirse con rectitud. Los filósofos ateos del pasado siglo
XX se esforzaron por sembrar en la mentalidad de la gente, en nosotros también, esta
falsa idea de que Dios y la fe cristiana hacen infeliz la vida del hombre y
que, sin estos, sería más libre y más auténtica.
Se trata de una terrible mentira, porque es justamente,
al contrario: la relación con Dios es realmente la fuente de la alegría y de la paz humana y,
sin sus mandamientos, la vida humana se vuelve salvaje y problemática.
Moisés, antes de que el pueblo de Israel entrara a
la tierra prometida, les pide recordar la Alianza y cumplir los mandamientos,
porque en el cumplimiento de esa ley está la auténtica sabiduría. Así, los
pueblos vecinos al ver cómo actúa el pueblo de Dios, tendrán que decir con
admiración: "Esta gran nación es un pueblo sabio e
inteligente". En el cumplimiento de los mandamientos y en
hacer lo que Dios quiere de ellos, aquél pueblo que toma posesión de la tierra
prometida, se gana la admiración de otros pueblos.
¿Puede decirse que hoy somos un pueblo sabio e
inteligente solo porque tenemos avances técnicos, porque llevamos un teléfono y
un reloj inteligentes, porque accedemos a mucha información continuamente? La
sabiduría para la Biblia, como vemos bien en esta primera lectura, es otra cosa bien
distinta: se trata de cumplir de corazón la ley de Dios, que es fuente de
alegría y vida verdadera.
Lo sabio es, incluso, preferir la ley de Dios a
las leyes humanas, especialmente si estas entran en conflicto. Por ejemplo, un
médico al que la ley le permite aplicar la eutanasia matando a un enfermo,
¿debe obedecer esta ley o seguir la Ley de Dios y de la conciencia que dice “no
matarás”? Tantos ejemplos podríamos poner… Las leyes humanas, como las ideologías,
las modas, las tendencias pasan… pero la Ley de Dios es eterna y, por eso dice
la Palabra de Dios hoy: "son decretos sabios y justos" que nos hacen mejores.
Es verdad que, en ocasiones, la Ley de Dios ha
venido a mezclarse con normas humanas, que han podido convertirla en una carga
pesada y difícil de cumplir. Es lo que sucedía con los fariseos en el tiempo de
Jesús. Este grupo encontraba su sentido de la vida en cumplir escrupulosamente
las normas de la religión judía, que ya no eran solo los mandamientos de la Ley
de Dios, sino que habían ido complicándose con infinidad de preceptos que
regulaban desde cómo comer hasta cómo vestir, cómo actuar en la familia, cómo actuar
en el día sagrado del sábado, etc., etc.
Jesús y los fariseos tuvieron muchísimos
desencuentros, algunos de ellos muy tensos y violentos contra Jesús. No porque
el Señor quisiera destruir la Ley religiosa de Israel, sino porque quería purificarla,
buscar en ella lo esencial y no hacer de lo secundario lo más importante, echando
todo ese montón de normas sobre la vida de la gente como si fuese una pesada
losa que aplasta.
Hoy el evangelio nos presenta uno de esos
desencuentros: los discípulos comen sin lavarse y purificarse las manos. El conflicto no
viene por la higiene, sino por la norma religiosa: para los fariseos el mundo
de fuera es impuro y restregarse bien manos, ropas, significa no dejar que lo
impuro entre en nosotros. La visión de Jesús es muy distinta y, por eso, sus
discípulos viven con tanta libertad.
No es a la impureza de fuera a la que hay que
atender, sino a la que brota del corazón, del interior de cada uno. Jesús les reprocha su hipocresía, porque se
convierten en guardianes de todas esas normas religiosas y se olvidan de que es
Dios quien dio las verdaderas normas a cumplir. Las maldades que brotan del
corazón son las que traen verdadera impureza, y no se arreglan lavando
meticulosamente las manos o el cuerpo.
Jesús no quiere para sus discípulos una religión
de apariencias ni preocupada tanto de lo externo, como una religión que busca
la conversión del corazón a los mandatos justos de Dios, que son fuente de
verdadera sabiduría.
Aunque somos cristianos, siempre tenemos el riesgo de derivar hacia una religiosidad superficial, de mero cumplimiento, de estar a buenas con Dios practicando un poquito la fe lo que llamamos el "cumpli-miento". El Señor nos pide algo más grande, más auténtico y más bonito que eso.
Nos viene muy bien la exhortación que nos ha hecho la Carta de Santiago hoy: "Aceptad con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas. Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos".
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