COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Con la excepción
del domingo pasado, en el que celebramos la Asunción de la Virgen María a los
cielos, los domingos anteriores hemos leído diversos fragmentos del capítulo
sexto del evangelio según san Juan. Y hoy escuchamos su última parte, en el que
podemos ver cuáles fueron las reacciones de los que escucharon el discurso del
Pan de Vida.
Muchos de los
discípulos, nos dice el evangelista, abandonan a Jesús. El motivo del rechazo y
alejamiento es porque Jesús ha declarado cosas como: yo soy el pan vivo
bajado del cielo, el Hijo de Dios, quien come mi carne y bebe mi sangre
tiene la vida eterna. Jesús para ellos era un conocido, sabían que había
crecido en la aldea de Nazaret, conocían a sus padres y a sus parientes…. Y
ahora le escuchaban decir estas cosas. Además, nunca habían oído cosa
semejante. Estas palabras no se correspondían con lo que pensaban sobre el
Mesías que había de venir, y se escandalizan. Ellos esperaban no solo un mesías
con un trono real, que liberara al pueblo judío del yugo romano, sino que los
diera pan en abundancia y otras muchas prebendas materiales.
El Reino que
Jesús predicaba no coincidía con el que ellos esperaban y deseaban. Y si era el
Mesías, ¿Por qué anunciaba que sería rechazado por las autoridades, que iba a
ser entregado en Jerusalén y condenado?
A partir de este
momento, muchos de los discípulos dijeron: “Este modo de hablar es duro,
¿quién puede hacerle caso? Con esta expresión se refleja cómo muchos
discípulos se volvieron atrás y ya no estaban dispuestos a recorrer el camino
de Jesús. Pero como Jesús actúa con la libertad de un alma completamente pura,
que solo responde ante Dios y que no busca tener a las gentes embobadas
siguiéndole, sino enseñarles la verdad que salva, no rebaja sus palabras aún a
consecuencia de perder a tantos.
Ciertamente la
doctrina de Jesús es dura y más difícil de aceptar y comprender. Era dura la
doctrina para los discípulos de entonces… y también para los de hoy, para
nosotros, si somos conscientes de lo que decimos y creemos.
Ser cristiano
hoy quiere decir que tenemos que vivir la fe en muchas ocasiones a la
intemperie, a contracorriente a veces en nuestras mismas casas, proclamando
unos valores que el mundo entiende como contravalores.
Ante esta
necesidad de hacer opción clara por la fe hay bautizados que dicen: esto es muy
duro, ¿quién puede cargar con esto? Mejor marcharse. Hay diferentes formas de marcharnos.
La más radical es la de olvidarnos de todo lo que hace referencia a Jesús y al
Evangelio. Pero hay otras formas, como ir dejando que la fe se enfríe en
nosotros, primero dejando de practicarla cada semana, después un poco menos, y
al final solo en compromisos sociales o familiares. Otra forma de marcharse es esconder la
experiencia de Dios en lo más íntimo del corazón, pero sin que se nos note y
sin influir absolutamente nada en la vida de cada día.
La decisión de
quedarse o marcharse dependerá de que hayamos experimentado fuertemente
su Pan de Vida y sus palabras de vida eterna. Y
como los discípulos, no es que no entendamos, es que la palabra de Cristo pone
en crisis nuestra mentalidad y valores. Elegid hoy a quién queréis
servir, dice Josué al pueblo en la primera lectura. Elegid. Escoged. Esta
elección es siempre necesaria en la vida del cristiano pues la opción por Dios
supone y exige renunciar a nuestros ídolos, a nuestros apegos materiales. Es lo
que llamamos la continua conversión.
Jesús pregunta a
los apóstoles: ¿También vosotros queréis marcharos? Es el
momento de tomar una decisión. Escoged. Somos libres. Hasta aquí llego o sigo
adelante con Jesús, hasta el final. Jesús no impone, pero la pregunta
interpela. Pedro, en nombre propio y en nombre de cada uno de nosotros
responde: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna.
La elección es
clara: o con Él o contra Él. Ciertamente la doctrina de Jesús es dura, pero ¿a
quién vamos a ir?, ¿a dónde iremos?… ¿Es que las cosas del mundo el dinero, el sexo,
la fama, el poder, las drogas, el bienestar nos sacian, nos llenan, nos bastan?
Pedro lo tiene
claro. Es como si dijera: Señor, no tengo nada ni a nadie mejor que tú.
Sólo tú. No
tengo en quién apoyar mi vida. Y excluye un mundo de ilusiones, de seducciones.
Nadie más es el fundamento de mi vida. ¡Tú tienes palabras de vida eterna; ¿a
quién vamos a acudir? Podría haber vuelto a su vida de pescador, pero
sería una simple vida vacía ahora que ya había descubierto dónde estaba la
verdadera vida.
Ante Jesús, en este domingo, nos situamos también como Pedro y los apóstoles. ¿Qué respuesta le doy a Jesús que me pregunta?: ¿También tú quieres irte? Hoy se nos invita a tomarnos la fe como creyentes adultos para evitar entretenernos con otros falsos ídolos que lo único que hacen es engañarnos.
¿Podemos
responderle con un corazón plenamente sincero: Solo tú tienes palabras
de vida eterna?
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