jueves, 29 de julio de 2021

DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (ciclo B)

 


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    La gente necesita a Jesús y lo busca. Hay algo en él que los atrae, aunque no sepan exactamente por qué lo buscan ni para qué. Según el evangelista Juan, muchos lo hacen por un interés meramente material: porque el día anterior les ha distribuido pan para saciar su hambre. El Señor lo sabe y, por eso, les dice claramente: “en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”.  

    En el tiempo de Jesús, como sucede hoy en tantas partes del mundo, la pobreza y el hambre eran las preocupaciones más graves y acuciantes para muchas personas que las sufrían. Por eso, encontrar a alguien que les da pan sin pedir nada a cambio, que piensa en ellos, alguien para el que cuentan, ya es muchísimo...

    Jesús comienza a conversar con ellos. El pan material es muy importante y Él mismo nos ha enseñado a pedir a Dios Padre «danos hoy el pan de cada día» para todos.  El hambre va contra la dignidad del ser humano como Hijo de Dios, que ha creado un planeta rico en recursos como casa común. Nadie debería pasar hambre, más aún cuando tantos alimentos son desperdiciados.

    Pero, además, el ser humano necesita algo más que el pan que llena el estómago, y Jesús quiere invitarles a dar ese paso adelante. Jesús quiere ofrecerles un alimento que puede saciar para siempre su hambre de vida, de felicidad, de alegría, de paz.

    La gente intuye que Jesús les está abriendo un horizonte nuevo, pero no saben qué hacer, ni por dónde empezar. El evangelista resume sus interrogantes con estas palabras: «¿Qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? ». Hay en ellos un deseo sincero de acertar. Quieren trabajar en lo que Dios quiere, pero, acostumbrados a pensarlo todo desde la Ley, preguntan a Jesús qué obras, prácticas y observancias nuevas tienen que tener en cuenta.

    La respuesta de Jesús les cambia la perspectiva: «la obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado». Dios sólo quiere que crean en Jesucristo pues es el gran regalo que él ha enviado al mundo. Ésta es la nueva exigencia. En esto han de trabajar. Lo demás es secundario.

    A veces nos creemos que el cristianismo es cosa de realizar obras, como si ser cristiano se resumiese en ser buena persona y buen ciudadano, solidario, empático, etc. Pero las obras vienen como consecuencia de la fe; lo primero que Dios espera de nosotros, y bien claro nos lo dice el evangelio de hoy, es que creamos en su Hijo Jesucristo. No con una fe teórica y rutinaria, sino viva, que implique todo: creer en Jesucristo es reconocerle como el Señor y el Salvador, como lo más importante de mi vida, el punto central sobre el que gira todo.

    Dicho de otra manera y a modo de pregunta: ¿Podría concebir mi vida sin mi relación de fe y seguimiento a Jesucristo?, ¿podría vivir sin esta fe? Aquellas cosas que considero las más importantes son de las que digo: “No podría vivir sin esto o aquello”… ¿Puedo decir esto mismo de mi fe cristiana, que no puedo vivir sin ella?

   Jesús dice que él es el pan del cielo, el pan de vida. ¿Qué quiere decirnos con esto? Que es el que nos da fuerzas para vivir. Sin ese pan de la vida, estamos vacíos por dentro y sin fuerzas ni ilusión ni para vivir ni para hacer ninguna obra buena según la voluntad de Dios.

    Jesús se llama a sí mismo Pan; nada hay más pacífico ni más beneficioso que el pan, existe para ser comido, para llevar alimento a los demás sin pedir nada a cambio. Así es Jesús: vivió para consolar, sanar, acompañar, perdonar, amar… hasta dar la vida, hasta dejarse comer. Y en el altar, en cada Eucaristía, sigue haciéndose alimento de vida sin pedirnos nada a cambio, solo pide ser acogido con un corazón limpio y una fe viva.

    Y nos asegura: “El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá sed”. En la primera lectura de hoy, que narra la travesía por el desierto de los israelitas salidos de la esclavitud de los egipcios, se nos habla del maná que los alimentaba. Fue un regalo de Dios para sostenerlos en la dificultad del desierto. Pero, aunque ellos lo interpretaron como una maravilla providente del cielo, ese pan saciaba el cuerpo, pero no el alma. El pan de vida, que es Jesús, sacia el alma; recibiéndolo con fe nos sabemos amados plenamente, sin reservas, sin condenas ni condiciones.

    Así nos ama Jesucristo, el Pan Vivo que da la vida. Es una verdadera lástima que los católicos no valoremos siempre como se merece la Santa Misa y la Sagrada Comunión, la oportunidad que tenemos de participar frecuentemente en ella y recibir al mismo Dios en nosotros. No puede haber nada más grande ni más valioso, pero tantas veces no lo valoramos, llevados por la rutina, por una fe personal poco formada o por criterios vacíos de lo que se lleva o no se lleva en cada momento.

    La Palabra de Dios de esta celebración dominical nos reclama darle el valor que tiene como fuente y cumbre de toda la vida cristiana que es. Tenemos la suerte inmensa de que Dios no es para nosotros una fuerza lejana y misteriosa. Se hace de nuestra medida, nos habla con palabras que podemos entender y, como sabe de nuestras pocas fuerzas, de nuestra debilidad y pobreza, se nos da como alimento en el Pan de la vida eucarístico por la comunión.

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