COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
La Palabra de Dios en este domingo nos habla
de la misión del profeta. A veces se ha confundido popularmente al profeta con
el adivino; así un profeta sería el que es capaz de adivinar y predecir qué
pasará. Pero en la Biblia el profeta es, ante todo, el que recibe la Palabra de
Dios y la anuncia de su parte. Dios habla continuamente a su pueblo y, salvo
algunas contadas excepciones como con Moisés, Dios habla a través de los
profetas; estos reciben en sus mentes y corazones una palabra inspirada que no
se pueden callar.
Y no siempre es una palabra cómoda. O, mejor
dicho, casi nunca lo es. En ocasiones es un oráculo de consuelo, animándoles a
confiar más en Dios Yahvé, a no desesperar, a seguir esperando en las
dificultades de su historia.
Pero, en otros momentos, es una palabra de
denuncia, una llamada fuerte y desgarradora a la conversión, a enderezar el
rumbo, a vivir de otro modo. Y anunciar las desgracias que vendrán, no le hacen
a uno popular y, por eso, un profeta no es popular como lo son los falsos
profetas, los gurús y los charlatanes.
Esto ocurrió en la historia de Israel y sigue
pasando en el presente: los profetas no son cómodos, no nos dicen lo que
queremos oír para caer bien, sino aquella verdad que viene de Dios y no pueden
callarse. Dios le previene al profeta Ezequiel de que, enfrente, va a tener a
un pueblo rebelde, de dura cerviz, que no quiere escuchar su voz. Pero, aun así,
no debe abandonar su misión; es necesario que el profeta testimonie, anuncie,
hagan caso o no, que sepan que Dios sigue hablando: “Te hagan caso o no te hagan caso,
pues son un pueblo rebelde, reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos”.
Jesús vuelve a su lugar de origen, Nazaret, y se pone
a enseñar en la sinagoga como era su costumbre en el día santo, el sábado. Ya
era muy conocido por sus milagros y enseñanzas en la Galilea, como profeta
itinerante, maestro, anunciador del Reino de Dios.
Pero en su propia ciudad es recibido con total
frialdad y falso escándalo. No pueden negar que tiene sabiduría, porque le oyen
hablar comentando la Palabra de Dios en la sinagoga. Pero se resisten a
reconocer su enseñanza y aceptarla. Por eso prefieren juzgar al emisario: «¿De dónde ha sacado esta sabiduría? No ha
estudiado; le conocemos bien; es el carpintero, ¡el hijo de María!». «Y se escandalizaban
de Él», o sea, encontraban un obstáculo para creerle en el hecho de que le
conocían bien.
Es un conocido mecanismo de defensa que,
tantas veces usamos: en lugar de aceptar un mensaje que sabemos que es verdad,
para evitar tener que hacerlo, preferimos juzgar y anular al emisario: ¿Quién se cree este para decirme a mi nada? Que se lo aplique a él mismo…. Está bueno
este o esta para decir nada…
No es fácil la misión de profeta, como vemos,
si no lo fue fácil ni para los grandes personajes de Israel, Isaías, Ezequiel… ni
siquiera para el mismo Señor… que fue rechazado entre los suyos y no pudo
realizar ningún signo.
También cada uno de nosotros es profeta desde
el bautismo. Después de recibir el agua bautismal, ungieron nuestras cabezas
con el Santo Crisma, perfumado y consagrado por el Obispo, que significa el don
del Espíritu Santo para ser, unidos a Jesucristo, sacerdotes, profetas y reyes.
Cada uno de nosotros ha recibido la misión profética de anunciar la Palabra de
Dios, de dar testimonio de la fe en Cristo como el salvador. No podemos
renunciar a esta misión, nos escuchen más o menos, como a Ezequiel o al Señor
Jesucristo.
¿Qué me siento débil para ello, poco formado,
contradictorio, etc.? Me vale lo que dice el apóstol Pablo en la segunda lectura:
Te basta mi gracia porque la fuerza de Dios se realiza en mi debilidad y a
través de ella.
No podemos pensar en que solo si somos
perfectos, íntegros, con grandes cualidades, podemos anunciar la fe a los demás.
El apóstol, como el profeta, sin ser perfectos, son anunciadores, porque lo que
salva a los demás no somos nosotros, es la Palabra de Dios viva y eficaz.
Pedimos a Dios hoy que renueve en cada uno de
nosotros la misión profética recibida por el bautismo, porque allí donde
estamos, en nuestra casa, en nuestro ambiente y entorno, solo nosotros podemos
anunciar. Y que nos asista para cumplirla con la fuerza de su Espíritu Santo.
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