viernes, 11 de junio de 2021

DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (ciclo B)



COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Después de haber celebrado dos solemnidades tan importantes en los últimos domingos como son la Santísima Trinidad y el Corpus Christi, volvemos a retomar los domingos del tiempo ordinario.

    Escuchando con atención las lecturas de hoy, encontramos una semejanza entre la primera lectura y el evangelio: imágenes tomadas de la naturaleza para hablar acerca de la acción de Dios.

    La parábola de Ezequiel, en la primera lectura, poniendo el ejemplo de la rama tierna que Dios escogerá de la copa del alto cedro y que el mismo Señor plantará con su mano en la cumbre de un monte elevado, anuncia la restauración del pueblo de Israel después de la destrucción de la Ciudad Santa y de su templo. Efectivamente, tal y como es prometido, el pueblo de Israel, Jerusalén y el templo del Señor fueron reconstruidos.

    La parábola de la rama tierna destaca que la reconstrucción del pueblo es, ante todo, obra divina, como lo fue la fundación de Israel a partir de las doce tribus dispersas. Esta parábola, de carácter vegetal, conecta con la parábola de la mostaza que emplea Jesús, cuya semilla era considerada la más pequeña de las de su clase, en contraste con el arbusto de 3 o 4 metros a que daba lugar, hasta el punto de poder dar cobijo a los pájaros.

    Jesús solía hablar a la gente sencilla en parábolas para exponerles sus enseñanzas de forma asequible; otra cosa es que siempre lograra que lo entendieran. Hoy el evangelio de Marcos, propone dos parábolas del Reino de Dios, que es la gran pasión de Jesús, pues éste era también el proyecto del Padre, para el que Jesús había venido al mundo y al que consagró su actividad apostólica e incluso entregó su vida.

    ¿Qué quiere enseñarnos Jesús sobre el Reino de Dios con estas dos parábolas?

    Con la de la siembra que crece sola, sin intervención del hombre, nos enseña que el Reino de Dios es, ante todo, obra de Dios. En efecto, una vez depositada la semilla en la tierra, crece por su fuerza vital interna, sin necesidad de la atención constante del agricultor ya sea que éste duerma o vele. De tal forma que, “cuando la hora llegue, el Reino de Dios vendrá con seguridad absoluta. Su venida es sólo cosa de Dios”.

    Con la parábola del grano de mostaza, la intención recae en persuadirnos de que el Reino de Dios está llamado a extenderse por toda la tierra, incluso del universo, a pesar de la pequeñez de su comienzo, de las trabas, las persecuciones y los retrocesos. Los imperios y las civilizaciones –como obras humanas- alcanzan su apogeo y luego decaen; pero la obra de Dios perdurará por los siglos sin fin.

    A pesar de la infidelidad de Israel a su Dios y de su hundimiento como pueblo, de la destrucción del templo y de la extinción de la dinastía davídica, el retoño plantado nunca pereció y ha brotado ya con toda fortaleza en Jesús, descendiente de David. El cristianismo aportó a la religión judía el sentido de universalidad. Con sus luces y sus sombras, arraigó en Occidente y luego se extendió por toda la tierra. Mientras parece agostarse en nuestra tierra, sofocado por el descreimiento que nos rodea, la fe cristiana brota con fuerza en otros pueblos de la tierra, a veces en condiciones my duras de persecución.

    La fuerza del Espíritu de Dios es incontenible. Parecería que el empuje de la fe se va apagando, pero se reinventa y empuja en formas nuevas.

    Se echa de ver que la obra del Reino de Dios es propiamente suya, pues es de una calidad sobrehumana, divina. Pero eso no significa que los cristianos debamos esperar de brazos cruzados a ver cómo trabaja el Espíritu del Señor pues entonces no nos habría enviado el Maestro a hacer discípulos de todos los pueblos. Dios, que nos ha redimido y santificado sin nosotros, no nos salvará sin nosotros.

    En esta obra de cooperar al desarrollo y expansión del Reino de Dios, estamos llamados a trabajar todos los cristianos, colaborando con los hombres de buena voluntad. Aportando cada uno nuestro granito de arena por pequeño que sea, pues es Dios quien le da su verdadera dimensión; sin temor a que nuestra contribución se pierda, pues nada se le despista a Dios; seguros de que el Reino de Dios se establecerá, y gozosos de que también nosotros habremos contribuido a establecerlo.

    La patria definitiva del hombre se encuentra en la comunión con Dios sin velos ni incertidumbres, sino a cara descubierta. Para merecer la visión clara, es preciso vivir agradando al Señor y trabajando porque su Reino se abra paso.

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