Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Retomando el camino de
catequesis sobre la misa, hoy nos preguntamos: ¿Por qué ir a misa el domingo?
La celebración
dominical de la eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
n.2177). Nosotros cristianos vamos a misa el domingo para encontrar al Señor
resucitado, o mejor, para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra,
alimentarnos en su mesa y así convertirnos en Iglesia, es decir, en su Cuerpo
místico viviente en el mundo.
Lo entendieron, desde
la primera hora, los discípulos de Jesús, los que celebraron el encuentro
eucarístico con el Señor en el día de la semana que los hebreos llamaban «el
primero de la semana» y los romanos «día del sol» porque en ese día Jesús había
resucitado de entre los muertos y se había aparecido a los discípulos, hablando
con ellos, comiendo con ellos y dándoles el Espíritu Santo (cf. Mateo
28, 1; Marcos 16, 9-14; Lucas 24, 1-13; Juan 20, 1-19),
como hemos escuchado en la lectura bíblica. También la gran efusión del
Espíritu Santo en Pentecostés sucede en domingo, el quincuagésimo día después
de la resurrección de Jesús. Por estas razones, el domingo es un día santo para
nosotros, santificado por la celebración eucarística, presencia viva del Señor
entre nosotros y para nosotros. ¡Es la misa, por lo tanto, lo que hace el
domingo cristiano! El domingo cristiano gira en torno a la misa. ¿Qué domingo
es, para un cristiano, en el que falta el encuentro con el Señor?
Hay comunidades
cristianas en las que, desafortunadamente, no pueden disfrutar de la misa cada
domingo; sin embargo, también estas, en este día santo, están llamadas a
recogerse en oración en el nombre del Señor, escuchando la palabra de Dios y
manteniendo vivo el deseo de la eucaristía.
Algunas sociedades
seculares han perdido el sentido cristiano del domingo iluminado por la
eucaristía. ¡Es una lástima esto! En estos contextos es necesario reanimar esta
conciencia, para recuperar el significado de la fiesta, el significado de la
alegría, de la comunidad parroquial, de la solidaridad, del reposo que restaura
el alma y el cuerpo (cf. Catecismo de la Iglesia católica nn.
2177-2188). De todos estos valores la eucaristía es la maestra, domingo tras
domingo. Por eso, el Concilio Vaticano II quiso reafirmar que «el domingo es el día de fiesta
primordial que debe ser propuesto e inculcado en la piedad de los fieles, de
modo que se convierta también en día de alegría y abstención del trabajo»
(Cost. Sacrosanctum Concilium, 106)
La abstención
dominical del trabajo no existía en los primeros siglos: es una aportación
específica del cristianismo. Por tradición bíblica los judíos reposan el
sábado, mientras que en la sociedad romana no estaba previsto un día semanal de
abstención de los trabajos serviles. Fue el sentido cristiano de vivir como
hijos y no como esclavos, animado por la eucaristía, el que hizo del domingo
—casi universalmente— el día de reposo.
Sin Cristo estamos
condenados a estar dominados por el cansancio de lo cotidiano, con sus
preocupaciones y por el miedo al mañana. El encuentro dominical con el Señor
nos da la fuerza para vivir el hoy con confianza y coraje y para ir adelante
con esperanza. Por eso, nosotros cristianos vamos a encontrar al Señor el
domingo en la celebración eucarística.
La comunión
eucarística con Jesús, Resucitado y Vivo para siempre, anticipa el domingo sin
atardecer, cuando ya no haya fatiga ni dolor, ni luto, ni lágrimas sino solo la
alegría de vivir plenamente y para siempre con el Señor. También de este
bendito reposo nos habla la misa del domingo, enseñándonos, en el fluir de la
semana, a confiarnos a las manos del Padre que está en los cielos.
¿Qué podemos responder
a quien dice que no hay que ir a misa, ni siquiera el domingo, porque lo
importante es vivir bien y amar al prójimo? Es cierto que la calidad de la vida
cristiana se mide por la capacidad de amar, como dijo Jesús: «En esto conocerán
todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan
13, 35); ¿Pero cómo podemos practicar el Evangelio sin sacar la energía
necesaria para hacerlo, un domingo después de otro, en la fuente inagotable de
la eucaristía? No vamos a misa para dar algo a Dios, sino para recibir de Él
aquello de lo que realmente tenemos necesidad. Lo recuerda la oración de la
Iglesia, que así se dirige a Dios: «Tú no tienes necesidad de nuestra alabanza,
pero por un regalo de tu amor llámanos para darte las gracias; nuestros himnos
de bendición no aumentan tu grandeza, pero nos dan la gracia que nos salva» (Misal
Romano, Prefacio común IV).
En conclusión, ¿por
qué ir a misa el domingo? No es suficiente responder que es un precepto de la
Iglesia; esto ayuda a preservar su valor, pero solo no es suficiente. Nosotros
cristianos tenemos necesidad de participar en la misa dominical porque solo con
la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos
poner en práctica su mandamiento y así ser sus testigos creíbles.
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