NO SE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA Los cristianos
no somos seres espirituales o ángeles; somos hombres y mujeres normales,
vivimos en medio de este mundo con los demás.
Pero, al
mismo tiempo, somos en él sal y luz, porque tratamos de realizar el Evangelio
de Jesús, que implica vivir según los valores de Reino. En nuestras actividades
cotidianas, en nuestros trabajos, en nuestra vida de familia, de amistad, de
vecindad, debemos dar testimonio de la fe que nos sostiene y anima, imitando a
Jesús. De esto nos habla la Palabra de Dios en este domingo.
Si
redujéramos la vida cristiana a este tiempo breve en que celebramos la fe una
vez por semana, pero luego nuestras actitudes, valores y modos de actuación, en
relación con las cosas y con las personas, no tuviesen nada que ver con el
Evangelio… seríamos practicantes, pero no creyentes.
Igual que
no se puede ser creyente sin practicar y celebrar, tampoco se puede celebrar
sin tratar de vivir, al salir del templo, lo que aquí escuchamos y rezamos.
Nuestra vida cotidiana es la prueba de si rezamos y celebramos de verdad.
Porque lo contrario resultaría un culto vacío que no llega a Dios ni le agrada.
El profeta
Amós, en la primera lectura de hoy, denuncia esa práctica religiosa falsa, en
la que se reza y sacrifica en el templo y se guarda el día sagrado del sábado,
pero lo que realmente se espera es que pase pronto el día santo para seguir
defraudando y maltratando al pobre.
¿Puede
acaso uno alabar a Dios en el templo y maltratar, al mismo tiempo, al hermano,
que es una presencia de Dios? Está claro que no; no puede haber una
contradicción tan grande entre lo que se dice en el templo y lo que, al salir,
se hace en la vida cotidiana.
Un
discípulo de Jesús lo es siempre, en la iglesia y fuera de ella, aunque sea con
pecados y fallos, que esos los tendremos siempre todos.
El apóstol
Pablo pide que los cristianos recen por la sociedad en la que viven y por sus
dirigentes, para que todos podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con
piedad y respeto. No rezamos solo por nosotros, rezamos por todos los que viven
en nuestra sociedad, los cercanos y los lejanos, los semejantes a nosotros y
los diferentes. También por nuestras autoridades, sean del color que sean,
comprometiéndonos a construir una sociedad mejor, en lo que dependa de
nosotros.
Si hay
alguien que está obligado a ser buen ciudadano, a no defraudar impuestos, a
acatar las leyes justas con honradez, a ser pacífico y respetuoso, es
precisamente un discípulo de Jesucristo.
Porque, como
dice el Señor en el evangelio, si no somos fieles y justos en el uso de los
bienes temporales, ¿Cómo se nos van a confiar los eternos? “El que es fiel en
lo poco, también en lo mucho es fiel”.
Los
cristianos no podemos servir a dos señores, solo a Dios. Y esto, dentro y fuera
de la Iglesia, alabando a Dios con una vida honrada y sencilla, como el Señor
nos pide. Buenos creyentes y buenos con-ciudadanos, sin dejarnos arrastrar por
la codicia de los bienes materiales, que tantas enemistades y problemas crean.
Y que se pueden convertir en un ídolo, un dios falso al que ponemos en el lugar
primero de nuestras vidas, aquel lugar que le corresponde solo a Dios.
Los cristianos
no somos seres espirituales o ángeles; somos hombres y mujeres normales,
vivimos en medio de este mundo con los demás.
Pero, al
mismo tiempo, somos en él sal y luz, porque tratamos de realizar el Evangelio
de Jesús, que implica vivir según los valores de Reino. En nuestras actividades
cotidianas, en nuestros trabajos, en nuestra vida de familia, de amistad, de
vecindad, debemos dar testimonio de la fe que nos sostiene y anima, imitando a
Jesús. De esto nos habla la Palabra de Dios en este domingo.
Si
redujéramos la vida cristiana a este tiempo breve en que celebramos la fe una
vez por semana, pero luego nuestras actitudes, valores y modos de actuación, en
relación con las cosas y con las personas, no tuviesen nada que ver con el
Evangelio… seríamos practicantes, pero no creyentes.
Igual que
no se puede ser creyente sin practicar y celebrar, tampoco se puede celebrar
sin tratar de vivir, al salir del templo, lo que aquí escuchamos y rezamos.
Nuestra vida cotidiana es la prueba de si rezamos y celebramos de verdad.
Porque lo contrario resultaría un culto vacío que no llega a Dios ni le agrada.
El profeta
Amós, en la primera lectura de hoy, denuncia esa práctica religiosa falsa, en
la que se reza y sacrifica en el templo y se guarda el día sagrado del sábado,
pero lo que realmente se espera es que pase pronto el día santo para seguir
defraudando y maltratando al pobre.
¿Puede
acaso uno alabar a Dios en el templo y maltratar, al mismo tiempo, al hermano,
que es una presencia de Dios? Está claro que no; no puede haber una
contradicción tan grande entre lo que se dice en el templo y lo que, al salir,
se hace en la vida cotidiana.
Un
discípulo de Jesús lo es siempre, en la iglesia y fuera de ella, aunque sea con
pecados y fallos, que esos los tendremos siempre todos.
El apóstol
Pablo pide que los cristianos recen por la sociedad en la que viven y por sus
dirigentes, para que todos podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con
piedad y respeto. No rezamos solo por nosotros, rezamos por todos los que viven
en nuestra sociedad, los cercanos y los lejanos, los semejantes a nosotros y
los diferentes. También por nuestras autoridades, sean del color que sean,
comprometiéndonos a construir una sociedad mejor, en lo que dependa de
nosotros.
Si hay
alguien que está obligado a ser buen ciudadano, a no defraudar impuestos, a
acatar las leyes justas con honradez, a ser pacífico y respetuoso, es
precisamente un discípulo de Jesucristo.
Porque, como
dice el Señor en el evangelio, si no somos fieles y justos en el uso de los
bienes temporales, ¿Cómo se nos van a confiar los eternos? “El que es fiel en
lo poco, también en lo mucho es fiel”.
Los cristianos no podemos servir a dos señores, solo a Dios. Y esto, dentro y fuera de la Iglesia, alabando a Dios con una vida honrada y sencilla, como el Señor nos pide. Buenos creyentes y buenos con-ciudadanos, sin dejarnos arrastrar por la codicia de los bienes materiales, que tantas enemistades y problemas crean.
Y que se pueden convertir en un ídolo, un dios falso al que ponemos en el lugar
primero de nuestras vidas, aquel lugar que le corresponde solo a Dios.
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