TOMAR LA CRUZ Y SEGUIRLE
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA Ser discípulos de Jesucristo es
algo maravilloso. Conocerle, tratarle como amigo que nos acompaña cada día hasta
el final, confiar en Él, esperar en Él, es el gran regalo que se nos dio, como
una semilla, el día de nuestro bautismo.
Desde entonces, unas etapas de la
vida más, otras etapas menos, vivimos como discípulos y amigos del
Señor, tratando de responder, con responsabilidad, al don recibido.
No nos relajamos. Su evangelio es
muy elevado, muy exigente, por eso estamos en actitud de permanente conversión,
siempre tratando de responder mejor a su llamada, de ser mejores discípulos.
Es
fácil decirse cristiano, pero no es tan fácil ser un buen cristiano.
De esto nos habla la Palabra de
Dios de este domingo del tiempo ordinario. Del seguimiento verdadero, sin
componendas, atajos ni rebajas, del Señor.
El evangelio es en cada
eucaristía la lectura principal de todas las que son proclamadas. Por eso,
mientras que las otras lecturas las escuchamos sentados, en actitud de recibir
y meditar, el evangelio lo escuchamos de pie, porque es Jesús mismo quien nos
habla.
Y en el evangelio de este
domingo, Jesús se dirige a aquellos que le seguían por el camino. Nos dicen que
le seguía una gran multitud. Podría haberse aprovechado de aquella popularidad
que le daban sus signos milagrosos para tener más y más adeptos. Bastaría, para
ello, que siguiera realizando milagros como la multiplicación de los panes y
que adaptara su mensaje a los gustos de la mayoría, sin decir nada que les
pudiese rechinar o molestar.
Es lo que hacen muchos que
pretenden tener el mayor número de fieles seguidores: los influencers, que se
adaptan en todo a sus seguidores para no perderlos, las sectas que prometen
prosperidad o acabar con todo sufrimiento a cambio de donativos…
Pero Jesús no lo hace, no quiere
discípulos engañados con falsas promesas ni rebaja su mensaje para llegar a
más. Al contrario, a la multitud se dirige con palabras duras, retadoras,
exigentes, que seguramente echaron para atrás a muchos de ellos: quien no quiera
tener a Dios y al Señor como primer valor y amor de su vida, que se lo piense…
Quien no esté dispuesto a cargar
con la cruz de los inconvenientes, de los prejuicios y juicios, hasta de las persecuciones
que trae ser discípulo de Jesús que se lo piense…
Porque comenzar a construir sin
materiales para terminar o comenzar a dar una batalla sin ejércitos para vencer,
es comenzar algo en vano.
Ser discípulo de Jesús es algo
maravilloso, pero exigente. Tiene una parte de cruz y de renuncia, aunque
sabemos que esa Cruz conduce a la Luz siempre. Por eso le seguimos con ilusión,
aun sabiéndonos pecadores y pobres discípulos, necesitados de reforma y
conversión…
La primera lectura, tomada del
libro de la Sabiduría, nos ha dicho que somos limitados para conocernos a
nosotros mismos y conocer de verdad lo que nos rodea. Hasta nuestros
pensamientos y sentimientos son, tantas veces, para nosotros mismos, una incógnita.
En cambio, por pura gracia, nos ha sido dada a conocer la voluntad de Dios, lo
que espera nuestro Creador de nosotros y cuál es el camino a seguir para una
vida plena que termine en la salvación.
Esa voluntad, esos caminos, nos
los ha mostrado el Hijo, Jesús. Que en el encuentro dominical con Él y con la
comunión de su Cuerpo eucarístico, cobremos nuevas fuerzas para llevar con
ilusión la cruz del seguimiento. Cada cual la que le toque llevar, pero sin
perder el ánimo.
Ser discípulos de Jesucristo es
algo maravilloso. Conocerle, tratarle como amigo que nos acompaña cada día hasta
el final, confiar en Él, esperar en Él, es el gran regalo que se nos dio, como
una semilla, el día de nuestro bautismo.
Desde entonces, unas etapas de la
vida más, otras etapas menos, vivimos como discípulos y amigos del
Señor, tratando de responder, con responsabilidad, al don recibido.
No nos relajamos. Su evangelio es muy elevado, muy exigente, por eso estamos en actitud de permanente conversión, siempre tratando de responder mejor a su llamada, de ser mejores discípulos.
Es
fácil decirse cristiano, pero no es tan fácil ser un buen cristiano.
De esto nos habla la Palabra de
Dios de este domingo del tiempo ordinario. Del seguimiento verdadero, sin
componendas, atajos ni rebajas, del Señor.
El evangelio es en cada
eucaristía la lectura principal de todas las que son proclamadas. Por eso,
mientras que las otras lecturas las escuchamos sentados, en actitud de recibir
y meditar, el evangelio lo escuchamos de pie, porque es Jesús mismo quien nos
habla.
Y en el evangelio de este
domingo, Jesús se dirige a aquellos que le seguían por el camino. Nos dicen que
le seguía una gran multitud. Podría haberse aprovechado de aquella popularidad
que le daban sus signos milagrosos para tener más y más adeptos. Bastaría, para
ello, que siguiera realizando milagros como la multiplicación de los panes y
que adaptara su mensaje a los gustos de la mayoría, sin decir nada que les
pudiese rechinar o molestar.
Es lo que hacen muchos que
pretenden tener el mayor número de fieles seguidores: los influencers, que se
adaptan en todo a sus seguidores para no perderlos, las sectas que prometen
prosperidad o acabar con todo sufrimiento a cambio de donativos…
Pero Jesús no lo hace, no quiere
discípulos engañados con falsas promesas ni rebaja su mensaje para llegar a
más. Al contrario, a la multitud se dirige con palabras duras, retadoras,
exigentes, que seguramente echaron para atrás a muchos de ellos: quien no quiera
tener a Dios y al Señor como primer valor y amor de su vida, que se lo piense…
Quien no esté dispuesto a cargar
con la cruz de los inconvenientes, de los prejuicios y juicios, hasta de las persecuciones
que trae ser discípulo de Jesús que se lo piense…
Porque comenzar a construir sin
materiales para terminar o comenzar a dar una batalla sin ejércitos para vencer,
es comenzar algo en vano.
Ser discípulo de Jesús es algo
maravilloso, pero exigente. Tiene una parte de cruz y de renuncia, aunque
sabemos que esa Cruz conduce a la Luz siempre. Por eso le seguimos con ilusión,
aun sabiéndonos pecadores y pobres discípulos, necesitados de reforma y
conversión…
La primera lectura, tomada del
libro de la Sabiduría, nos ha dicho que somos limitados para conocernos a
nosotros mismos y conocer de verdad lo que nos rodea. Hasta nuestros
pensamientos y sentimientos son, tantas veces, para nosotros mismos, una incógnita.
En cambio, por pura gracia, nos ha sido dada a conocer la voluntad de Dios, lo
que espera nuestro Creador de nosotros y cuál es el camino a seguir para una
vida plena que termine en la salvación.
Esa voluntad, esos caminos, nos
los ha mostrado el Hijo, Jesús. Que en el encuentro dominical con Él y con la
comunión de su Cuerpo eucarístico, cobremos nuevas fuerzas para llevar con
ilusión la cruz del seguimiento. Cada cual la que le toque llevar, pero sin
perder el ánimo.
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