CUANTO MÁS GRANDE, MÁS HUMILDE
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Tenemos la
suerte de conocer el mensaje de Jesús y de creer en Él. Esto, además de
ayudarnos a llegar a Dios y a su salvación eterna, nos ayuda a vivir en
plenitud la condición humana. La fe nunca nos separa de lo verdaderamente
humano; mientras mejores creyentes seamos, mejores personas seremos.
Porque el
ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios y cuanto más realiza sus
mejores cualidades y valores más se parece a Dios. Y nadie lo hizo mejor que su
hijo unigénito Jesús. Es por eso que no hay nada que nos pida Jesús a quienes
queremos ser sus seguidores, que no nos haga, al mismo tiempo, mejores seres
humanos, Jesús es nuestro modelo de humanidad más alto y pleno.
Todo esto
lo vemos claro con las dos actitudes que la Palabra de Dios de este domingo nos
subraya: la humildad y el desinterés. Son dos actitudes propias del verdadero
creyente y, al mismo tiempo, son actitudes que valoramos mucho en una persona:
quien es sencillo y desinteresado, nos agrada mucho más que quien es soberbio e
interesado.
Y, sin
embargo, la sociedad que construimos entre todos, nos anima tantas veces a lo
contrario de lo que nos pide Jesús con este evangelio. Ya a los niños les
decimos frases como “Tú no tienes que ser menos que los demás”, “Tú mira
primero por ti y por tus intereses”.
Así se
va sembrando en nosotros, desde el principio de nuestra vida, la soberbia y el
interés egoísta de dar solamente si voy a recibir a cambio y el deseo de
anteponer mis intereses a los de los demás.
El libro
del Eclesiástico, del que está tomada la primera lectura de hoy, es un libro de
los que en la Biblia se llaman libros de sabiduría: sabiduría humana y divina a
la vez. Y nos dice “Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres y te querrán más
que al hombre generoso. Cuanto más grande seas, más debes humillarte y así
alcanzarás el favor del Señor”.
Dios
valora a las personas humildes, igual que nosotros preferimos relacionarnos con
alguien humilde que con alguien soberbio. Y previene contra la desgracia del
orgulloso que, frecuentemente, termina poniéndose en evidencia y en ridículo.
La comida
de gala en casa de un fariseo importante a la que es invitado Jesús, le sirve
para enseñar humildad a aquellos invitados que buscaban reconocimiento y los
primeros puestos. La soberbia, el darse importancia, nos hace desagradables hacia
los demás y nos expone a ponernos en ridículo.
Pero, ¿cómo
ser verdaderamente humildes? Es una definición perfecta de humildad la que dio
Santa Teresa de Jesús: “Humildad es andar en la verdad”.
No es una
humildad sana y real la de quien tiene una baja autoestima y se siente inferior
a todos, creyendo que no tiene cualidades ni valores. La humildad es andar en
la verdad de cada uno, y la verdad de cada uno es que somos hijos amados de
Dios, que estamos hechos a su imagen y semejanza y que, por eso, todos tenemos igual
dignidad y debemos ser amados y respetados.
Y la
verdad del otro es también esa misma; por eso no debo considerar inferior o
indigno a nadie, ni debo despreciar ni tratarle como si yo fuese superior. El
que se enaltece termina siendo humillado, en cambio el que es sencillo y
humilde ese es enaltecido, es decir, apreciado y querido. Las palabras de Jesús
se cumplen totalmente en nuestras relaciones sociales de cada día.
La segunda
enseñanza es acerca del desinterés. Hay que ayudar a los demás porque sí, sin
esperar que puedan recompensarnos con lo mismo que les damos. Quien está
recordando continuamente el mucho bien que ha hecho, lo mucho que ha ayudado, y
lo poco que recibe a cambio, seguramente es porque el bien que hizo no fue
desinteresado, sino porque esperaba algo a cambio.
En ese
banquete Jesús ve mucho invitado de honor, mucho “postureo” que diríamos hoy, y
el Señor propone el banquete del Reino de Dios en el que los últimos son los
primeros y los tratados con más cariño son los que más lo necesitan, pobres,
lisiados, cojos y ciegos.
No
olvidemos que lo que Jesús enseña el mismo lo cumplió, cuando en la cena de
Pascua se puso a lavarles los pies a los discípulos, aunque algunos como Pedro
no lo entendiesen. Nos quiso mostrar así que él no viene a ser servido sino a
servir y que el servicio humilde y desinteresado es el que más felicidad nos
da.
Recordemos
la enseñanza de Jesús para toda esta semana. Él quiere hacernos mejores
personas y así seremos también mejores discípulos suyos. Nuestro entorno va
cambiando a mejor cuando nos decidimos a poner en práctica el mensaje tan
humano y humanizador del Evangelio.

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