jueves, 28 de agosto de 2025

DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 CUANTO MÁS GRANDE, MÁS HUMILDE


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Tenemos la suerte de conocer el mensaje de Jesús y de creer en Él. Esto, además de ayudarnos a llegar a Dios y a su salvación eterna, nos ayuda a vivir en plenitud la condición humana. La fe nunca nos separa de lo verdaderamente humano; mientras mejores creyentes seamos, mejores personas seremos.

    Porque el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios y cuanto más realiza sus mejores cualidades y valores más se parece a Dios. Y nadie lo hizo mejor que su hijo unigénito Jesús. Es por eso que no hay nada que nos pida Jesús a quienes queremos ser sus seguidores, que no nos haga, al mismo tiempo, mejores seres humanos, Jesús es nuestro modelo de humanidad más alto y pleno.

    Todo esto lo vemos claro con las dos actitudes que la Palabra de Dios de este domingo nos subraya: la humildad y el desinterés. Son dos actitudes propias del verdadero creyente y, al mismo tiempo, son actitudes que valoramos mucho en una persona: quien es sencillo y desinteresado, nos agrada mucho más que quien es soberbio e interesado.

    Y, sin embargo, la sociedad que construimos entre todos, nos anima tantas veces a lo contrario de lo que nos pide Jesús con este evangelio. Ya a los niños les decimos frases como “Tú no tienes que ser menos que los demás”, “Tú mira primero por ti y por tus intereses”.

    Así se va sembrando en nosotros, desde el principio de nuestra vida, la soberbia y el interés egoísta de dar solamente si voy a recibir a cambio y el deseo de anteponer mis intereses a los de los demás.

    El libro del Eclesiástico, del que está tomada la primera lectura de hoy, es un libro de los que en la Biblia se llaman libros de sabiduría: sabiduría humana y divina a la vez. Y nos dice “Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres y te querrán más que al hombre generoso. Cuanto más grande seas, más debes humillarte y así alcanzarás el favor del Señor”.

    Dios valora a las personas humildes, igual que nosotros preferimos relacionarnos con alguien humilde que con alguien soberbio. Y previene contra la desgracia del orgulloso que, frecuentemente, termina poniéndose en evidencia y en ridículo.

    La comida de gala en casa de un fariseo importante a la que es invitado Jesús, le sirve para enseñar humildad a aquellos invitados que buscaban reconocimiento y los primeros puestos. La soberbia, el darse importancia, nos hace desagradables hacia los demás y nos expone a ponernos en ridículo.

    Pero, ¿cómo ser verdaderamente humildes? Es una definición perfecta de humildad la que dio Santa Teresa de Jesús: “Humildad es andar en la verdad”.

    No es una humildad sana y real la de quien tiene una baja autoestima y se siente inferior a todos, creyendo que no tiene cualidades ni valores. La humildad es andar en la verdad de cada uno, y la verdad de cada uno es que somos hijos amados de Dios, que estamos hechos a su imagen y semejanza y que, por eso, todos tenemos igual dignidad y debemos ser amados y respetados.

    Y la verdad del otro es también esa misma; por eso no debo considerar inferior o indigno a nadie, ni debo despreciar ni tratarle como si yo fuese superior. El que se enaltece termina siendo humillado, en cambio el que es sencillo y humilde ese es enaltecido, es decir, apreciado y querido. Las palabras de Jesús se cumplen totalmente en nuestras relaciones sociales de cada día.

    La segunda enseñanza es acerca del desinterés. Hay que ayudar a los demás porque sí, sin esperar que puedan recompensarnos con lo mismo que les damos. Quien está recordando continuamente el mucho bien que ha hecho, lo mucho que ha ayudado, y lo poco que recibe a cambio, seguramente es porque el bien que hizo no fue desinteresado, sino porque esperaba algo a cambio.

    En ese banquete Jesús ve mucho invitado de honor, mucho “postureo” que diríamos hoy, y el Señor propone el banquete del Reino de Dios en el que los últimos son los primeros y los tratados con más cariño son los que más lo necesitan, pobres, lisiados, cojos y ciegos.

    No olvidemos que lo que Jesús enseña el mismo lo cumplió, cuando en la cena de Pascua se puso a lavarles los pies a los discípulos, aunque algunos como Pedro no lo entendiesen. Nos quiso mostrar así que él no viene a ser servido sino a servir y que el servicio humilde y desinteresado es el que más felicidad nos da.

    Recordemos la enseñanza de Jesús para toda esta semana. Él quiere hacernos mejores personas y así seremos también mejores discípulos suyos. Nuestro entorno va cambiando a mejor cuando nos decidimos a poner en práctica el mensaje tan humano y humanizador del Evangelio.

 

 

 


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