Y EL VERBO SE HIZO CARNE. Y HEMOS VISTO SU GLORIA
Estamos
celebrando el domingo segundo después de Navidad. Todo el ciclo de la Navidad es
una catequesis completa en la que, guiados por la Palabra de Dios y por las
celebraciones litúrgicas, vamos profundizando en qué supone la encarnación del
Salvador.
Decimos
que la encarnación es un Misterio en el sentido de que, por más que hablemos de
la Navidad y la representemos visiblemente con los belenes y con las imágenes
tiernas del Niño Jesús, lo que ha sucedido en ella es algo que nos sobrepasa y
que no podemos abarcar en absoluto.
Este
segundo domingo es un paso más en ese deseo de profundizar en el misterio del
maravilloso intercambio: Dios se hace un hombre, como nosotros, para que
nosotros podamos entrar en la familia de Dios como hijos e hijas amados.
En la
primera lectura que se nos acaba de proclamar, tomada del Antiguo Testamento,
se presenta la Sabiduría personificada, como una enviada de Dios que, por deseo
de este, viene a habitar en medio de su pueblo, a poner su morada entre los
hombres. Es una sabiduría que brota de Dios, que no tiene principio, que existe
desde siempre, que se hace amiga de los hombres, que comparte su existencia y
les hace bien.
Esa
sabiduría de la Biblia, que viene a habitar entre los hombres y se regala a
quienes la acogen de corazón, no es una acumulación de conocimientos, como
cuando nosotros decimos que una persona es sabia en tal o cual
campo. Es, sobre todo, saber vivir rectamente ante Dios, saber vivir
según su voluntad. Es bendita la sabiduría de Dios, ensalzada por los hombres y
mujeres de buena voluntad, porque produce bien y alegría, sus frutos son de
justicia y paz.
¡Qué
importante es pedirle a Dios el don de la sabiduría, fruto del Espíritu Santo,
para poder vivir como él espera que vivamos! Con tantos medios de comunicación
al alcance de la mano, con tanta información disponible con solo tocar el móvil
que llevamos permanentemente encima…. Y no por ello somos más sabios. Más bien
nos quejamos, tantas veces, de que estamos confusos con tanta información, de que
no sabemos separar lo importante de lo accesorio, de que ni sabemos distinguir
lo verdadero de lo falso…
Pidamos el
don de la Sabiduría divina para este nuevo año que acabamos de estrenar. Para
que, con ella, no vivamos en las sombras, sino en la luz, no vivamos en la
mentira sino en la verdad, no vivamos en la confusión, sino en la claridad.
Nos
deseamos de corazón unos a otros, para este nuevo año 2025, lo mismo que les
desea san Pablo a los cristianos de Éfeso en la carta que hoy hemos leído: “que
el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os de espíritu de
sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón,
para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de
gloria que da en herencia a los santos”.
Un camino
seguro para vivir la vida con la Sabiduría de Dios lo tenemos al alcance de la
mano: es acoger su Palabra. El evangelio de hoy es el mismo que escuchamos el
día de la Navidad: el comienzo del evangelio según san Juan.
En lugar
de hablar del nacimiento de Jesús, del parto de María, de la adoración de los
pastores y los magos, como los otros evangelistas, Juan nos invita a mirar en
profundidad qué es lo que acontece allí: el Verbo, la Palabra de Dios, que trae
la luz y la sabiduría de Dios, ha venido al mundo para alumbrar a todo hombre.
Jesús es
la Palabra de Dios hecha carne. Todo lo que Dios necesita decirnos acerca de
él, acerca de nosotros, nos lo dice ya en su Hijo Jesucristo. No necesitamos
preguntarle nada más porque nos lo ha dicho todo.
Acoger la
Palabra de Dios es acoger a Jesús, la Palabra, y es acoger a Dios que nos lo
envía. Pensemos un poco: ¿Cómo acogemos la Palabra de Dios en las
celebraciones de la iglesia?, ¿con unos oídos, una mente y un corazón abiertos
o, por el contrario, con desgana, con desinterés, con rutina?
Porque
dice el evangelista que la Palabra vino a los suyos y los suyos, que somos
también nosotros, no la recibieron.
Durante
este nuevo año, ¿la Palabra de Dios estará presente en nuestras casas, en
nuestras reuniones de familia, en nuestra vida cotidiana?, ¿buscaremos su
sabiduría o trataremos de aprender de sabelotodos,
opinadores e influyentes con intereses concretos?
A cuantos
reciben esta Palabra, les da poder de ser hijos de Dios, que es lo más grande y
bonito a que podemos aspirar. Pidamos la sabiduría y busquémosla acogiendo la
Palabra.
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