MARÍA CONSERVABA TODO EN SU CORAZÓN
En este
primer día del nuevo año, la
Iglesia celebra la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Si el domingo pasado
celebramos que el Salvador nace en el seno de la Familia de Nazaret, hoy nos fijamos en María, que por ser madre de Jesús es la Madre de Dios Hijo, la
segunda persona de la Santísima Trinidad. En la celebración de hoy confluyen
tres motivaciones que se complementan:
Por un
lado, es el primer día de un nuevo
año, con todo lo que siempre supone de esperanza comenzar un tiempo nuevo,
cargado de ilusiones y buenos propósitos.
Por otro
lado, es la fiesta de Santa María Madre de Dios, que se celebra a los ocho días
de la Navidad, y nos sirve para agradecer el don de su maternidad, por la que
nos ha llegado el Salvador, el Emmanuel esperado.
Y, además, es la Jornada de Oración por la Paz,
instituida por el Papa San Pablo VI para este primer día de enero.
En la
Palabra de Dios se suman estos tres motivos. Seguro que anoche alguien nos deseó
“Feliz Año nuevo”, o nosotros se lo deseamos a alguien. Como creyentes, lo mejor
que podemos hacer es pedir para nosotros y para nuestros seres queridos la misma
bendición que hemos escuchado en la primera lectura. Es la formula con la que
los hebreos, desde Moisés, eran bendecidos al comenzar un nuevo año por sus sacerdotes:
“El Señor
te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor te muestre tu rostro
y te conceda la paz”.
Comenzar
un nuevo año siempre produce un cierto vértigo; entramos en algo desconocido
que no sabemos qué nos deparará. Y el vértigo es aún mayor en estos tiempos,
tan revueltos por situaciones de guerra en nuestro mundo y tensiones sociales
que nos quitan la paz interior y nos producen incertidumbre. Tantas personas
dicen en estos días: “Que el año que viene sea mejor que este”.
Siempre
deseamos que vengan tiempos mejores, pero recordemos que para un creyente todo tiempo es
tiempo de gracia y salvación, porque en todo tiempo se hace presente Dios. Y
Dios es capaz de sacar bienes hasta de los males, si le dejamos actuar por el
Espíritu Santo que nos habita.
No podemos cerrar los ojos a la realidad que nos rodea, ni tratar de vivir en una burbuja que nos aísle de las noticias que no nos gustan. Pero tampoco podemos vivir abrumados y aplastados por las malas noticias, como si hubiésemos perdido la esperanza.
Precisamente esta palabra la escucharemos muy a menudo en las iglesias durante
el año 2025: Esperanza. Porque hemos comenzado un año jubilar dedicado a la
esperanza, que nos deberá servir para renovarnos espiritualmente y ser testigos de
la esperanza que no defrauda: la que brota de la fe que nos dice que Dios nos
ama y está con nosotros.
¿Soy
testigo de esperanza y trato de infundir optimismo y confianza a los que me
rodean?, ¿o es, más bien, al contrario?
No sabemos
qué viviremos durante el nuevo año, pero no tenemos mejor deseo que este: “que
el Señor te bendiga y te proteja, que ilumine su rostro sobre ti y te conceda
su favor”. Si vienen circunstancias favorables, que sepamos agradecérselas
siempre a Dios que nos acompaña. Y si vienen circunstancias adversas, que
sepamos también agarrarnos al Señor, encontrar en Él refugio y fortaleza,
porque no nos abandona.
El mejor
deseo para un creyente es: que, en todo, en lo bueno y en lo malo, puedas
encontrar el rostro de Dios, saberte amado incondicionalmente por Él y acompañado siempre. Y que puedas hacerlo con otros, con la comunidad cristiana
en la que encontrarás hermanos en la fe, la Palabra de Dios y los sacramentos,
para guiarte en tu caminar.
Quien vive
esto, vive en paz; no quiere decir que viva con una sonrisa permanente o sin
alterarse por nada. Pero, en lo profundo de su ser está en Paz porque sabe que no
está solo. Y quien está en paz transmite paz a su alrededor: en la familia, en
los estudios o trabajos, en la convivencia de amigos o vecinos.
Hoy es un
día para orar por la Paz. Las guerras son la suma y el desbordamiento de muchos
odios interiores, que se van desarrollando contra el compañero, contra el
pariente, contra el vecino, contra el que es distinto a mí en raza, en religión
o en pensamiento. Por eso, aunque no esté en nuestra mano acabar con las
guerras del mundo, sí que lo está acabar, en el nuevo año que Dios nos regala,
con las guerras domésticas, reconciliándonos de corazón con aquel al que
estamos enfrentados, aunque sea a costa de tener menos razón o de perder en
nuestros intereses. Nada vale tanto como vivir en Paz.
María, con
su sí generoso y arriesgado, hace posible el plan salvador de Dios, el
cumplimiento de las promesas y esperanzas de Israel y de toda la humanidad. Da
carne y vida al Príncipe de la paz, al Señor Jesucristo, que nos da la
verdadera paz porque nos reconcilia con Dios para que así, reconciliados,
podamos reconciliarnos con el hermano.
La
historia ha cambiado para siempre en la Navidad: por María se ha producido el
maravilloso intercambio en el que Dios se hace hombre para que los hombres
entremos en la familia de Dios como hijos.
Esta es la
maravilla de la Navidad que ninguna circunstancia adversa nos podrá arrebatar:
ya no somos esclavos, somos hijos amados de Dios para siempre y somos herederos
de toda su bendición. Y estamos llamados a vivir durante el nuevo año como
aquello que somos: hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Al amparo
de la Madre de Dios y nuestra Madre, entremos confiados en un nuevo tiempo, que
será, seguro, un tiempo de salvación.
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