domingo, 29 de diciembre de 2024

1 DE ENERO. SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

 MARÍA CONSERVABA TODO EN SU CORAZÓN


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    En este primer día del nuevo año, la Iglesia celebra la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Si el domingo pasado celebramos que el Salvador nace en el seno de la Familia de Nazaret, hoy nos fijamos en María, que por ser madre de Jesús es la Madre de Dios Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad. En la celebración de hoy confluyen tres motivaciones que se complementan:

    Por un lado, es el primer día de un nuevo año, con todo lo que siempre supone de esperanza comenzar un tiempo nuevo, cargado de ilusiones y buenos propósitos.

    Por otro lado, es la fiesta de Santa María Madre de Dios, que se celebra a los ocho días de la Navidad, y nos sirve para agradecer el don de su maternidad, por la que nos ha llegado el Salvador, el Emmanuel esperado.

    Y, además, es la Jornada de Oración por la Paz, instituida por el Papa San Pablo VI para este primer día de enero.

    En la Palabra de Dios se suman estos tres motivos. Seguro que anoche alguien nos deseó “Feliz Año nuevo”, o nosotros se lo deseamos a alguien. Como creyentes, lo mejor que podemos hacer es pedir para nosotros y para nuestros seres queridos la misma bendición que hemos escuchado en la primera lectura. Es la formula con la que los hebreos, desde Moisés, eran bendecidos al comenzar un nuevo año por sus sacerdotes:

“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor te muestre tu rostro
y te conceda la paz”.

    Comenzar un nuevo año siempre produce un cierto vértigo; entramos en algo desconocido que no sabemos qué nos deparará. Y el vértigo es aún mayor en estos tiempos, tan revueltos por situaciones de guerra en nuestro mundo y tensiones sociales que nos quitan la paz interior y nos producen incertidumbre. Tantas personas dicen en estos días: “Que el año que viene sea mejor que este”.

    Siempre deseamos que vengan tiempos mejores, pero recordemos que para un creyente todo tiempo es tiempo de gracia y salvación, porque en todo tiempo se hace presente Dios. Y Dios es capaz de sacar bienes hasta de los males, si le dejamos actuar por el Espíritu Santo que nos habita.

    No podemos cerrar los ojos a la realidad que nos rodea, ni tratar de vivir en una burbuja que nos aísle de las noticias que no nos gustan. Pero tampoco podemos vivir abrumados y aplastados por las malas noticias, como si hubiésemos perdido la esperanza. 

    Precisamente esta palabra la escucharemos muy a menudo en las iglesias durante el año 2025: Esperanza. Porque hemos comenzado un año jubilar dedicado a la esperanza, que nos deberá servir para renovarnos espiritualmente y ser testigos de la esperanza que no defrauda: la que brota de la fe que nos dice que Dios nos ama y está con nosotros.

    ¿Soy testigo de esperanza y trato de infundir optimismo y confianza a los que me rodean?, ¿o es, más bien, al contrario?

    No sabemos qué viviremos durante el nuevo año, pero no tenemos mejor deseo que este: “que el Señor te bendiga y te proteja, que ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor”. Si vienen circunstancias favorables, que sepamos agradecérselas siempre a Dios que nos acompaña. Y si vienen circunstancias adversas, que sepamos también agarrarnos al Señor, encontrar en Él refugio y fortaleza, porque no nos abandona.

    El mejor deseo para un creyente es: que, en todo, en lo bueno y en lo malo, puedas encontrar el rostro de Dios, saberte amado incondicionalmente por Él y acompañado siempre. Y que puedas hacerlo con otros, con la comunidad cristiana en la que encontrarás hermanos en la fe, la Palabra de Dios y los sacramentos, para guiarte en tu caminar.

    Quien vive esto, vive en paz; no quiere decir que viva con una sonrisa permanente o sin alterarse por nada. Pero, en lo profundo de su ser está en Paz porque sabe que no está solo. Y quien está en paz transmite paz a su alrededor: en la familia, en los estudios o trabajos, en la convivencia de amigos o vecinos.

    Hoy es un día para orar por la Paz. Las guerras son la suma y el desbordamiento de muchos odios interiores, que se van desarrollando contra el compañero, contra el pariente, contra el vecino, contra el que es distinto a mí en raza, en religión o en pensamiento. Por eso, aunque no esté en nuestra mano acabar con las guerras del mundo, sí que lo está acabar, en el nuevo año que Dios nos regala, con las guerras domésticas, reconciliándonos de corazón con aquel al que estamos enfrentados, aunque sea a costa de tener menos razón o de perder en nuestros intereses. Nada vale tanto como vivir en Paz.

    María, con su sí generoso y arriesgado, hace posible el plan salvador de Dios, el cumplimiento de las promesas y esperanzas de Israel y de toda la humanidad. Da carne y vida al Príncipe de la paz, al Señor Jesucristo, que nos da la verdadera paz porque nos reconcilia con Dios para que así, reconciliados, podamos reconciliarnos con el hermano.

    La historia ha cambiado para siempre en la Navidad: por María se ha producido el maravilloso intercambio en el que Dios se hace hombre para que los hombres entremos en la familia de Dios como hijos.

    Esta es la maravilla de la Navidad que ninguna circunstancia adversa nos podrá arrebatar: ya no somos esclavos, somos hijos amados de Dios para siempre y somos herederos de toda su bendición. Y estamos llamados a vivir durante el nuevo año como aquello que somos: hijos de Dios y hermanos entre nosotros.

    Al amparo de la Madre de Dios y nuestra Madre, entremos confiados en un nuevo tiempo, que será, seguro, un tiempo de salvación.


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