viernes, 3 de enero de 2025

EPIFANÍA DEL SEÑOR

 Y AL VERLO LO ADORARON

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Esperando una luz nueva

    Damos por descontado que la luz nos envuelve desde que amanece hasta que anochece; damos por descontado que cada jornada traerá su propia luz, que nunca nos faltará, y que si damos al interruptor la estancia más oscura siempre se iluminará. Somos seres que necesitan de la luz para sobrevivir, igual que necesitamos del alimento y del aire.

    Pero, ¿Qué supondría necesitar de la luz y no tenerla? ¡Qué angustia tan profunda la de quedarse completamente a oscuras y no poder disfrutar de lo que nos rodea o no advertir de los peligros que nos acechan porque no tenemos luz!

    El profeta Isaías se dirige, en la primera lectura, a un pueblo devastado, sin esperanza ni tierra, que sólo percibe oscuridad a su alrededor. ¿Qué les anuncia? El amanecer de una nueva luz, una aurora luminosa que vencerá las tinieblas que cubren la tierra y la oscuridad que ciega a los pueblos.

    Es una forma poética, y muy hermosa, de hablar. Ese amanecer será el de Dios: “sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti”. Cuando uno está agobiado por la experiencia de una noche interminable, lo que más desea es que amanezca: como el enfermo grave postrado en su lecho, al que las noches se le hacen eternas, como el encarcelado en su celda, como el abandonado o el despreciado. ¡Hay tantas experiencias de noches oscuras e interminables que claman por un amanecer luminoso!

    Aquellos misteriosos magos del Oriente, quizás magos y astrólogos persas conocedores de las estrellas y de las sagradas escrituras de Israel, se ponen en camino guiados por la luz de una estrella. Representan a todas las naciones de la tierra, a todos los hombres y mujeres que necesitan salir de la oscuridad y se dejan guiar por los destellos de la luz, por las pequeñas o grandes luces que Dios pone en sus vidas.

    La estrella, que tantas veces hemos representado en el portal de Belén de nuestras casas, se va a posar sobre un lugar de una humildad y una pobreza extremas: un lugar de animales, un refugio para viajeros y mendigos… ¿Qué luz puede haber ahí? Pues sí, justo ahí es donde descubren ellos la luz más brillante, la que no encontraron en el palacio de Herodes, con todos sus lujos y sus antorchas encendidas.

    Es la luz de Dios, la única que puede vencer realmente la oscuridad del pecado y de la muerte. Esa es una luz que no da intermitencias, ahora sí, ahora no, y que ni ciega ni deslumbra. Una luz muy humana, que se hace cálida, a nuestra medida, en un recién nacido que necesita ser acogido porque vive la experiencia tan humana de la necesidad y el desvalimiento.

    Si nos dejamos iluminar por esta luz del Emmanuel, nuestra experiencia de la Navidad merecerá la pena. Si, por el contrario, buscamos en la Navidad las luces cegadoras del consumo, de la alegría sin un motivo profundo, o de la superficialidad, terminaremos cegados y perdidos.

    La gran noticia, la que de verdad merece todo júbilo y celebración es que nos ha sido revelado que ya somos “coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”.

    Atrevámonos a salir de nuestras oscuridades apáticas y tristes, a dejarnos guiar por la fe al encuentro de quien es la Luz de toda luz y, como hicieron los magos del Oriente, hincar la rodilla ante Él para adorarle y reconocerle como el único Señor y Salvador.


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