miércoles, 8 de enero de 2025

BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO C)

 TÚ ERES MI HIJO EL AMADO, EL PREDILECTO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Con esta solemnidad del Bautismo del Señor concluimos el ciclo de la Navidad. Se puede decir que esta es una tercera epifanía o manifestación: la primera fue a los pastores de Belén, que son los pobres del pueblo escogido, la segunda a los Magos del Oriente, que son los pueblos paganos con su sabiduría y su búsqueda de Dios. Y esta, la tercera, es a la humanidad entera, porque el Padre Dios proclama a Jesús como su Hijo amado y predilecto y lo unge con el Espíritu Santo.

    Antes de esta escena del bautismo no ha pasado nada especial en la vida de Jesús, el “Verbo hecho carne” como le llamamos en la Navidad. Sus casi treinta años de vida oculta en la aldea insignificante de Nazaret siempre serán un misterio que nos sobrecoge y desafía nuestro entendimiento.

    Dios hecho hombre, la Palabra encarnada, la segunda persona de la Santísima Trinidad humanada, pasa décadas en la sencillez de una vida de trabajador manual, de judío anónimo sujeto a las leyes religiosas y civiles. Es parte del abajamiento de Dios, que quiso que su Hijo fuese igual en todo a nosotros, excepto en el pecado.

    Es una vida oculta para los hombres, empezando por sus paisanos, pero no para el Padre Dios; con Él vive Jesús en una unión permanente, en una oración incesante, formada en los rezos de la sinagoga y en los largos momentos de intimidad solitaria.

    Pero llegado el momento designado por el Padre, en el que la humanidad de Jesús está dispuesta para abrazar por completo su misión, con el bautismo en el Jordán, que hoy celebramos, dará comienzo a lo que llamamos su vida pública: tres años de predicación itinerante, e incansable, por ciudades y aldeas, estableciendo el reinado de Dios con palabras y con acciones.

    Resulta poderosamente llamativo, si lo pensamos, que Jesús decida comenzar la misión del Padre recibiendo un bautismo de purificación que no necesitaba. Un bautismo de agua para preparar la venida del Mesías… precisamente Él, que es el mismo Mesías esperado, el que “bautizará con Espíritu Santo y fuego”, como anuncia Juan.

    Se pone en la fila de los pecadores “en un bautismo general” precisamente Él, que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es comprensible que Juan Bautista, al verle, se resista a bautizarle, aunque el evangelista Lucas, que hemos escuchado, a diferencia de Mateo, no nos dice nada de esto.

    Al recibir el bautismo con los pecadores, Jesús está expresando, desde el comienzo, el sentido de toda su misión: “No he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores; no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos”.

    El evangelista Lucas recoge que Jesús oraba, estaba en diálogo con las otras dos personas de la Santísima Trinidad, en el momento en que los cielos se abren, el Espíritu Santo desciende sobre Él llenándolo, y la voz del Padre lo proclama “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.

    Aquí está el consuelo de Dios para la humanidad que había anunciado el profeta Isaías, esta es su respuesta para cuantos buscan salvación y vida: el Hijo amado, Jesucristo.

    No hay más palabras de Dios para los hombres que este nombre: Jesús. El apóstol Pablo lo expresa así: “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa”.

    En esta fiesta revivimos nuestro propio bautismo para darle muchas gracias a Dios y a su Iglesia por este regalo maravilloso que, sin merecerlo, se nos ha dado. Lo más grande que podemos llegar a ser en esta vida ya lo somos desde el día del Bautismo: hijos de Dios, unidos a Cristo, templos vivos para el Espíritu, miembros de la Iglesia, ciudadanos del cielo al que peregrinamos.

    Igual que Jesucristo comenzó el día de su Bautismo la misión del Reino con su vida pública, también nosotros, desde el día de nuestro bautismo comenzamos a vivir como Hijos de Dios. Ese ha de ser nuestro mejor propósito, ya que estamos estrenando un nuevo año: vivir el 2025 como bautizados e hijos de Dios.

    Y ser testigos y misioneros de nuestra fe con aquellos que no la conocen o solamente la conocen de oídas. Empezando por aquellos que están más cerca de nosotros, quizás en nuestra propia casa.

 


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