miércoles, 9 de octubre de 2024

DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 ¿DÓNDE ESTÁ TU VERDADERA RIQUEZA?

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    El evangelio de hoy nos presenta, de nuevo, a Jesús caminando hacia Jerusalén con sus discípulos. Sale a su encuentro un personaje al que la tradición ha llamado el “joven rico”.

    A diferencia de los fariseos del domingo pasado, este joven anónimo no busca a Jesús para tenderle una trampa. El evangelista nos dice que le reconoce como a un maestro venido, en el nombre de Dios, para enseñar a los hombres la verdad. Por ello corre a su encuentro, se arrodilla ante él, reconociendo que aquel que tiene delante es más que un hombre, y le dirige una pregunta muy profunda: “Maestro, ¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?”.

    Hoy no nos preguntamos mucho acerca de la vida eterna. Desde luego lo hacemos mucho menos que en épocas pasadas, donde era la preocupación primera: salvarse o condenarse, resucitar o desaparecer. Hoy hablamos más bien de llevar una vida plena, de realizarnos plenamente, de ser felices ahora y después…

    Pues también para eso nos vale la respuesta que Jesús le dirige al joven que le pregunta. En primer lugar, cumple los mandamientos. Ya los sabes, cúmplelos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. Jesús no le enumera todos porque aquel judío piadoso los conocía de sobra bien.

    Los mandamientos no son leyes opresivas con la que Dios nos tiraniza o nos amargar la vida. Son señales que nos indican, para que no lo olvidemos, qué es lo que verdaderamente hace feliz al hombre y qué es lo que, si no lo respeta, hace desgraciada su vida y la de los demás. Aunque el mal nos tiente a veces tanto, estamos hechos para el bien, y sabemos que solo el amor y el bien pueden darnos alegría, paz y vida verdadera.

    Aquel joven del evangelio era un hombre virtuoso, ni mucho menos era malo. Por eso, con cierto orgullo, le dice a Jesús que todo eso ya lo ha cumplido desde su juventud y que, por lo tanto, ya se considera suficientemente bueno. ¿Cuántas veces hemos oído, o quizás hasta lo hemos dicho nosotros: “Yo ya soy bueno, ni robo ni mato”?

    Pero Jesús no pide solamente eso a sus discípulos, ser moderadamente buenos. Él vino a enseñarnos mucho más, no solo a tener un comportamiento correcto. Ya antes de su venida existían los mandamientos y, para el resto de la humanidad, existía la Ley Natural inscrita en los corazones, que reclama un buen comportamiento.

    Jesús pide más a los que se decidan a seguirle y por eso mirándolo con amor le dijo: “Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en los cielos. Luego ven y sígueme”.

    ¿Dónde estaba el tesoro de ese hombre? ¿Estaba en el cielo, en la salvación, en Dios, que es por lo que le pregunta a Jesús, o estaba realmente en sus bienes materiales? Decía cumplir todos los mandamientos, pero… ¿cumplía acaso el primer mandamiento “Amaras a Dios sobre todas las cosas”? ¿No será que amaba más sus riquezas y sus bienes que a Dios?

    La segunda lectura nos dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que una espada de doble filo que entra hasta lo profundo y juzga los deseos e intenciones del corazón. Así son las palabras de Jesús: entran hasta el fondo de aquel joven rico y descubren que, aunque dice ser muy religioso, está también muy apegado a lo material. No es capaz de convertirse en discípulo de Jesús y se tiene que ir con pena porque, en el fondo, está atado, no es libre para hacer aquello que sabe que es lo mejor.

    Jesús le invita a liberarse, empleando los bienes que le sobran en hacer el bien, en repartir amor eficaz y generosidad con quienes no lo tienen; así experimentará la alegría de compartir, crecerá como persona y será verdaderamente libre como discípulo. Esa es la verdadera sabiduría de la vida de la que, la primera lectura, nos ha dicho que es la mayor riqueza: entender que esta vida es para pasar haciendo el bien, para darse, para compartir, para ayudar y para amar.

    Jesús termina en el evangelio diciendo: “Es imposible para los hombres, pero no para Dios”. Dios puede cambiar nuestros corazones y pensamientos si se lo pedimos y estamos dispuestos a ello. Puede darnos la sabiduría de descubrir dónde está lo esencial, lo verdaderamente importante de la vida, lo que nos da vida en abundancia y, después, vida eterna.

    Vamos a pedírselo de corazón para que no nos pase como a este personaje del evangelio, que tuvo que alejarse entristecido porque se dio cuenta de que no era libre para seguir al Señor.

 


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