LOS DOS SERÁN UNA SOLA CARNE
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
La
liturgia de la palabra de este domingo nos invita, tanto en la primera lectura
como en el evangelio, a reflexionar sobre el sacramento del Matrimonio. Es muy importante
esta enseñanza, puesto que la vocación al matrimonio es la mayoritaria entre
los bautizados y sin familias cristianas sabemos bien que no puede haber
Iglesia ni nacen las demás vocaciones.
La
pregunta sobre el divorcio se la presentan los fariseos a Jesús como una prueba,
ya que siempre buscan una ocasión para desprestigiarlo como Maestro. Conocían
bien la postura del Señor contraria al divorcio, mientras que, entre los judíos
de su tiempo, casi todos admitían el divorcio, considerado por la ley de Moisés
como un derecho exclusivo del esposo. Aparte de la ruptura de una familia, el
divorcio era en aquel tiempo un grave daño causado a la mujer que, siendo
abandonada, quedaba a la intemperie, además de marcada socialmente.
Los
fariseos estaban de acuerdo en que el divorcio era un derecho divino del varón.
Solamente discutían entre dos interpretaciones de la ley de Moisés: la primera,
más rígida, que decía que solo era posible en casos graves, la segunda, más
laxa, que lo permitía siempre que la mujer causara algún desagrado a su marido.
En todo
caso, y esto es importante situarlo en aquel contexto cultural e histórico tan
distinto al nuestro, era siempre un derecho del hombre que a la mujer solo le
quedaba aceptar aceptando el acta de repudio.
Jesús no entra
en esas discusiones entre rabinos, ni busca dar una respuesta de esas que ahora
llamamos “políticamente correcta”. Responde francamente, sin tapujos,
rechazando el divorcio, aunque ello supusiera contradecir al gran legislador,
Moisés, a quien todos reconocían autoridad divina.
Y cuando
le argumentan que Moisés permitió el divorcio, Jesús no lo niega, sino que
atribuye esta concesión a la dureza del corazón del pueblo, anclado en
costumbres primitivas aún peores que Moisés trató de regular de algún modo.
Pero por
encima de Moisés está Dios, que creó al hombre y a la mujer como iguales en
dignidad, diferentes entre sí y complementarios. Dios es el creador, podemos
decir, el inventor del matrimonio. Lo crea al formar al ser humano a su imagen
y semejanza, según nos narra el libro del Génesis del que hoy está tomada la
primera lectura.
Como Dios
no es un ser solitario y auto-suficiente, sino que es la comunión de amor en la
Santísima Trinidad, somos creados a su imagen y semejanza y, por eso, necesitamos
del amor, del encuentro, de la familia.
A este
proyecto primero de Dios es al que mira Jesús cuando le preguntan acerca del
divorcio. El divorcio, como ruptura que es de una comunión, aparece por la
dureza de corazón de los seres humanos, pero no entra dentro de la vocación
humana al amor, inscrita por Dios en nuestros seres: “Al principio de la
creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a
su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no
son dos, sino una sola carne”.
El amor
entre los esposos es bendecido por Dios en el sacramento del matrimonio. Y los
esposos cristianos reciben una vocación muy especial dentro de la Iglesia.
Igual que los sacerdotes están llamados a representar el cuidado de Jesucristo
Buen Pastor para con su pueblo, y los monjes y monjas están llamados a
representar la oración incesante de Jesús, su intimidad para con el Padre, los
esposos están llamados a ser un signo visible y humano del amor de Dios
Trinidad y del amor de Jesucristo a su Iglesia. ¿Cómo es este amor? Fiel,
único, irrompible y fecundo, hasta dar vida y hasta dar la vida.
No lo pudo
decir más claramente Jesús a sus discípulos: Lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre.
Con las
propias fuerzas es una tarea imposible una unión así, por eso el hombre y la
mujer, los esposos, cuentan con la ayuda divina para mantener la palabra dada a
su cónyuge, pero, para ello, es preciso que el esposo y la esposa cuenten
también con Dios en su vida cotidiana.
Sabemos
que también, a menudo, se producen problemas de convivencia graves que hacen
imposible la convivencia en un matrimonio; es una realidad diaria que muchas
parejas se separan y se divorcian.
Sin quitar
absolutamente nada de valor a las palabras de Jesús, que siempre serán verdad,
nuestra actitud para con las personas que pasan por una separación o un
divorcio, siempre ha de ser de acompañar, de acoger, porque en la Iglesia
siguen teniendo un lugar y es muy importante que así lo sientan, sin juicios ni
condenas.
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