¿CÓMO PUEDE DARNOS A COMER SU CARNE?
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Continuamos
meditando en el evangelio dominical el discurso del Pan vivo, recogido en el
evangelio según san Juan. Dice el evangelista que los que oían a Jesús no
podían entenderlo y decían escandalizados: “¿Cómo puede este darnos a comer su
carne?”. El canibalismo, es decir, comer la carne de un hombre, era para los
israelitas un pecado aberrante, propio de pueblos desviados y primitivos. No estaban
entendiendo a qué se refería realmente Jesús…
Lo que les
faltaba para poder entenderle era la luz que viene del acontecimiento de la
Pascua, de la resurrección de Jesús. Nosotros, que ya creemos en él después de
la Pascua, sabemos que sus palabras se refieren a la eucaristía, el sacramento
fuente y cumbre de nuestra fe cristiana.
Así la
definió el Concilio Vaticano II: es fuente porque sin ella no existiría la
Iglesia, estaría privada de fuerza y de vida. Y es cumbre porque ninguna de las
acciones de la Iglesia tiene tanto valor como celebrar la eucaristía, que es
renovar el sacrificio salvador de la cruz.
Sabemos
que el Resucitado puede estar con nosotros de muchos modos, no solamente en la
misa. Él está en su Palabra viva, cuando es proclamada; está en la comunidad
reunida en su nombre; está en todos los sacramentos actuando; está en los
pobres y los que sufren, porque se ha identificado con ellos…
Pero, de
todas estas presencias, la presencia eucarística es diferente a todas las
demás. Y lo es porque, como dice el Catecismo, “La sagrada Eucaristía, en
efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo,
nuestra Pascua".
En los
otros sacramentos Jesús nos da la vida nueva de hijos de Dios, el perdón de los
pecados y otras gracias. Pero, en la eucaristía, se nos da él mismo como
alimento de vida: vivo, real y substancialmente. En Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad, es decir Cristo entero.
La fe de
la Iglesia en esto es muy clara ya desde el tiempo de los apóstoles: en la
eucaristía está presente el Señor y el pan eucarístico es realmente su Cuerpo
aunque nos siga pareciendo pan, comulgarlo es siempre recibirle a él dentro de
nosotros.
Y continúa
diciendo el Señor: mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida. Son los alimentos que nos dan la vida eterna y nos hacen uno con él: el
que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. No es un modo
figurado de hablar, sino real.
Por medio
de la eucaristía, con la comunión, nos hacemos uno con Cristo Jesús y pasamos a
compartir sus valores, su modo de vivir, su vida. De modo que podamos decir como
san Pablo: “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
No todos
hemos descubierto lo grande y lo necesaria que es la eucaristía y la comunión.
Ni siquiera todos los que asistimos a la misa del domingo. Todavía hay muchos
que dicen aquello de “soy creyente, pero no practicante”. O bien, “voy a la
misa, pero no necesito comulgar”. Como si no fuese el banquete de la vida
eterna del que Cristo quiere que participemos todos…
Para no
amoldarnos a los criterios del mundo, enfrentados tantas veces a los criterios
que nacen del evangelio, necesitamos la fuerza que brota del alimento
eucarístico. San Pablo les dice a los cristianos de Éfeso: no andéis aturdidos,
daos cuenta de lo que el Señor quiere. Celebrad constantemente la Acción de
Gracias a Dios Padre por todos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Y en la
primera lectura hemos escuchado que la sabiduría de Dios quiere ofrecernos un
banquete que nos da luz y vida. Aprovechémoslo ahora que estamos ya en él.
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