viernes, 16 de agosto de 2024

DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 ¿CÓMO PUEDE DARNOS A COMER SU CARNE?


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Continuamos meditando en el evangelio dominical el discurso del Pan vivo, recogido en el evangelio según san Juan. Dice el evangelista que los que oían a Jesús no podían entenderlo y decían escandalizados: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. El canibalismo, es decir, comer la carne de un hombre, era para los israelitas un pecado aberrante, propio de pueblos desviados y primitivos. No estaban entendiendo a qué se refería realmente Jesús…

    Lo que les faltaba para poder entenderle era la luz que viene del acontecimiento de la Pascua, de la resurrección de Jesús. Nosotros, que ya creemos en él después de la Pascua, sabemos que sus palabras se refieren a la eucaristía, el sacramento fuente y cumbre de nuestra fe cristiana.

    Así la definió el Concilio Vaticano II: es fuente porque sin ella no existiría la Iglesia, estaría privada de fuerza y de vida. Y es cumbre porque ninguna de las acciones de la Iglesia tiene tanto valor como celebrar la eucaristía, que es renovar el sacrificio salvador de la cruz.

    Sabemos que el Resucitado puede estar con nosotros de muchos modos, no solamente en la misa. Él está en su Palabra viva, cuando es proclamada; está en la comunidad reunida en su nombre; está en todos los sacramentos actuando; está en los pobres y los que sufren, porque se ha identificado con ellos…

    Pero, de todas estas presencias, la presencia eucarística es diferente a todas las demás. Y lo es porque, como dice el Catecismo, “La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua".

    En los otros sacramentos Jesús nos da la vida nueva de hijos de Dios, el perdón de los pecados y otras gracias. Pero, en la eucaristía, se nos da él mismo como alimento de vida: vivo, real y substancialmente. En Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, es decir Cristo entero.

    La fe de la Iglesia en esto es muy clara ya desde el tiempo de los apóstoles: en la eucaristía está presente el Señor y el pan eucarístico es realmente su Cuerpo aunque nos siga pareciendo pan, comulgarlo es siempre recibirle a él dentro de nosotros.

    Y continúa diciendo el Señor: mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Son los alimentos que nos dan la vida eterna y nos hacen uno con él: el que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. No es un modo figurado de hablar, sino real.

    Por medio de la eucaristía, con la comunión, nos hacemos uno con Cristo Jesús y pasamos a compartir sus valores, su modo de vivir, su vida. De modo que podamos decir como san Pablo: “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

    No todos hemos descubierto lo grande y lo necesaria que es la eucaristía y la comunión. Ni siquiera todos los que asistimos a la misa del domingo. Todavía hay muchos que dicen aquello de “soy creyente, pero no practicante”. O bien, “voy a la misa, pero no necesito comulgar”. Como si no fuese el banquete de la vida eterna del que Cristo quiere que participemos todos…

    Para no amoldarnos a los criterios del mundo, enfrentados tantas veces a los criterios que nacen del evangelio, necesitamos la fuerza que brota del alimento eucarístico. San Pablo les dice a los cristianos de Éfeso: no andéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre por todos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

    Y en la primera lectura hemos escuchado que la sabiduría de Dios quiere ofrecernos un banquete que nos da luz y vida. Aprovechémoslo ahora que estamos ya en él.

 


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