EL PAN DE VIDA QUE NOS FORTALECE PARA EL CAMINO
Continuamos leyendo el discurso que Jesús pronuncia en
Cafarnaum después de la multiplicación de los panes. Le llamamos el “discurso
del Pan de Vida” porque en él Jesús se llama así a sí mismo. El pan de vida que
Dios nos envía para saciar el hambre del corazón humano, que es más profunda
que la del estómago, aunque a veces no se la atienda.
Gracias a que durante todos estos domingos lo estamos
leyendo, podemos profundizar en la eucaristía, el sacramento central de nuestra
fe.
La primera lectura nos introduce muy bien al evangelio con la
historia del profeta Elías. Nueve siglos antes de Cristo, el profeta se enfrenta
a unos reyes malvados de Israel, que querían sustituir la fe en el verdadero Dios
por el culto a los dioses paganos.
Elías resiste y lucha con todas sus fuerzas, destruyendo los
lugares del nuevo culto y aniquilando a sus falsos profetas. Pero, a causa de
ello, es perseguido a muerte y tiene que huir para salvar su vida hacia el sur,
buscando el monte Sinaí, donde Dios se había manifestado al pueblo de Israel y había
hecho entrega de la ley a Moisés.
Al atravesar los desiertos, sediento, hambriento, cansado de
huir, sin apoyos humanos, llega a desearse la muerte y se tumba para morir:
¡Toma mi vida pues no soy mejor que mis padres!
Dios no abandona a
este pequeño profeta, que se ha enfrentado a los poderosos para defender su
nombre. El ángel de Dios, su enviado, le reanima diciéndole “Levántate y come”,
ofreciéndole un alimento que viene del cielo: una torta de pan y un jarro de
agua. Con la fuerza de aquella comida pudo caminar hasta el monte de Dios.
Nuestros caminos de la
vida también pueden ser largos como los del profeta; puede haber temporadas de
duro desierto: la enfermedad, problemas familiares, el desempleo, las rupturas,
la soledad no deseada, la perdida de seres queridos… Hay quien vive esas
experiencias de duro desierto con esperanza y hay quienes, como Elías, se
hunden en ellas y desean no vivir más.
El suicidio es un tema tabú en nuestra sociedad, pero es una
realidad muy real y dura. Como lo son las enfermedades mentales, ya que, según
datos de esta misma semana, más del 30% de la población española sufre alguna
de ellas, principalmente ansiedad y depresión.
¿Dónde podemos encontrar el alimento que nos devuelva las
fuerzas para el camino de la vida que puede hacerse un camino de desierto? La
Eucaristía es Jesucristo mismo, que se nos ofrece como el Pan de la Vida. Y
Jesús ha venido del Padre no a complicarnos la vida, sino para que nosotros
tengamos vida, y una vida abundante, como él mismo nos dice.
Cuando Jesucristo nos dice “Yo soy el pan”, está diciendo que
es esencial para la vida; pueden faltar otros alimentos a la mesa, pero ni en
la cultura de Israel ni en la nuestra, puede faltar el pan.
Y este nos es un pan cualquiera, es el Pan de la Vida, el pan
que da vida, porque conociendo a Jesús, viviendo en amistad con él, sabiéndonos
acompañados por él, tenemos una experiencia maravillosa de ser amados sin
condiciones. El que cree en Cristo sabe que para Dios es importante con su vida
entera, sea la que sea.
Y conociendo a Jesús y creyendo en él, conocemos, además, que
no estamos hechos para morir y desaparecer, sino que estamos hechos para la
eternidad, donde las penalidades por las que podamos pasar ahora, estas
tristezas y preocupaciones que nos agobian, dejarán de existir y encontraremos
la respuesta a todas nuestras preguntas.
Por eso el Señor dice con toda firmeza a aquellos que
desconfiaban de él porque creían conocerle: este es el pan que baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera. El que coma de este pan vivirá para
siempre.
Hay un canto de comunión que lo expresa muy bien: “No podemos
caminar con hambre bajo el sol, danos siempre de ese pan, tu cuerpo y sangre
Señor”.
Hoy se habla mucho de los “super-alimentos”, esos cereales y
verduras a los que se les atribuyen propiedades casi milagrosas, nutren,
depuran, curan, hacen maravillas en el cuerpo... Pero solo con nutrir el cuerpo
no basta, porque podemos estar sanos de cuerpo, pero muertos por dentro.
Cristo se hace, por amor, alimento del alma en cada
Eucaristía; si nos falta, terminará faltándonos lo más importante de la vida:
el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Con el alimento de Cristo podemos vivir el amor fraterno,
como Pablo nos dice que deben vivir los cristianos: “Desterrad de vosotros la
amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos,
comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo”.
Una vida cotidiana
así es maravillosa, siempre tendrá sentido y nunca será una vida vacía o
absurda. Con el alimento de la eucaristía es posible.
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