jueves, 22 de agosto de 2024

DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

SEÑOR, ¿A QUIÉN VAMOS A ACUDIR?


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Terminamos de leer en este domingo el capítulo sexto del evangelio de san Juan. El discurso en el que Jesús se proclama como el Pan vivo bajado del cielo para dar la vida eterna a cuantos le reciban, provoca en sus oyentes, que escuchan sin fe, incredulidad y rechazo.  

Lo hemos escuchado en los domingos anteriores. Cuando Jesús dice “soy el Pan vivo bajado del cielo”, los judíos piensan: imposible que lo sea, porque conocemos a sus padres y a sus parientes, que viven entre nosotros…

Y cuando Jesús les habla de recibirle comiendo su carne y bebiendo su sangre para que Él viva en nosotros, y nosotros en Él, lo interpretan en un sentido literal: ¿Cómo puede un hombre darnos a comer su carne?

El evangelio de hoy dice que muchos, no solo algunos sino muchos, de sus discípulos al oírlo decían: “Este modo de hablar es duro, ¿Quién puede hacerle caso?”. Critican a Jesús porque sus palabras les resultan inaceptables, y se van tras otros maestros que dicen cosas que les parecen más suaves, más aceptables, más fáciles de creer y de vivir.

Jesús sabe que les falta la fe, que es un don que concede el Padre para poder conocer y seguir a su Hijo encontrando en Él la vida abundante: “Nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.

Jesús habla con palabras que son espíritu y vida, pero sus oyentes piensan según la carne. Esta oposición entre carne y espíritu es una constante en el evangelio de san Juan: la carne son las pasiones humanas que nos esclavizan, como la codicia, el deseo de poder, el egoísmo de los bienes materiales.

Aquellos oyentes piensan según la carne, porque el mesías que esperaban era un mesías rey, político y militar, que les liberaría de los romanos y de todos sus enemigos  y les colmaría de pan y de riquezas. El pan que esperan del Salvador anhelado es el pan para alimentar la carne y Jesús, en cambio, les dice que Él es el pan para alimentar el espíritu. Ni le entienden ni le quieren entender, porque están instalados en la carne y piensan desde la carne.

Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. Jesús podía haber adaptado su mensaje; si quisiera ser un influencer con muchos seguidores, podría haber cambiado sus palabras por aquellas que las gentes esperaban oír. Pero como Jesús actúa con la libertad de un alma completamente pura, que solo responde ante Dios y que no busca tener a las gentes embobadas siguiéndole, sino enseñarles la verdad que salva, no cambia sus palabras, aún a consecuencia de perder a muchos.

¿Qué nos enseña este evangelio a nosotros? Ciertamente la enseñanza de Jesús puede parecer dura para quienes no tienen el don de la fe dado por el Padre con el Espíritu Santo. Era dura la doctrina para los discípulos de entonces… y también para los de hoy, para nosotros, si somos conscientes de verdad de lo que decimos y creemos.

Ser cristiano hoy quiere decir que tenemos que vivir la fe en muchas ocasiones a contracorriente, a veces hasta en nuestras mismas casas, proclamando unos valores que el mundo ya no entiende bien.

Jesús pregunta a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Porque no quiere discípulos a la fuerza ni engañados, sino convencidos y alegres en el seguimiento.

 Hay diferentes formas de marcharse de Jesús. La más radical es la de olvidarse por completo de la fe cristiana. Pero hay otras formas más suaves como ir dejando que la fe se enfríe en nosotros, primero dejando de ir a misa cada semana, después un poco menos, y, al final, haciéndolo solo cuando hay compromisos sociales o familiares. 

Otra forma de marcharse es esconder la experiencia de Dios en la intimidad del corazón, seguir siendo cristianos, pero sin que apenas se nos note y sin que influya absolutamente nada en la vida de cada día.

Elegid hoy a quién queréis servir”, dice Josué al pueblo de Israel en la primera lectura. Elegid bien. Esta elección es siempre necesaria en la vida del cristiano, pues la opción por Dios supone y exige renunciar a nuestros ídolos en una conversión continua.

Pedro, en nombre propio y en nombre de los creyentes de cada tiempo responde a Jesús: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

¿A quién vamos a acudir si dejamos a Jesús?, ¿a dónde iremos si ya hemos experimentado que las cosas del mundo el dinero, el sexo, la fama, el poder, las drogas, el bienestar, no nos sacian ni nos bastan?

Nos ponemos ante Jesús en este domingo, como Pedro y los apóstoles. ¿Qué respuesta le doy a Jesús que me pregunta: “¿También tú quieres irte?”. Hoy se nos invita a tomarnos la fe como creyentes adultos para evitar entregarnos a otros falsos ídolos que lo único que hacen es engañarnos. 

¿Podremos responderle con un corazón plenamente sincero: “Solo tú tienes palabras de vida eterna”?

 

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