SEÑOR, ¿A QUIÉN VAMOS A ACUDIR?
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Terminamos
de leer en este domingo el capítulo sexto del evangelio de san Juan. El discurso
en el que Jesús se proclama como el Pan vivo bajado del cielo para dar la vida
eterna a cuantos le reciban, provoca en sus oyentes, que escuchan sin fe,
incredulidad y rechazo.
Lo
hemos escuchado en los domingos anteriores. Cuando Jesús dice “soy el Pan vivo
bajado del cielo”, los judíos piensan: imposible que lo sea, porque conocemos a
sus padres y a sus parientes, que viven entre nosotros…
Y
cuando Jesús les habla de recibirle comiendo su carne y bebiendo su sangre para
que Él viva en nosotros, y nosotros en Él, lo interpretan en un sentido
literal: ¿Cómo puede un hombre darnos a comer su carne?
El
evangelio de hoy dice que muchos, no solo algunos sino muchos, de sus
discípulos al oírlo decían: “Este modo de hablar es duro, ¿Quién puede hacerle
caso?”. Critican a Jesús porque sus palabras les resultan inaceptables, y se
van tras otros maestros que dicen cosas que les parecen más suaves, más
aceptables, más fáciles de creer y de vivir.
Jesús
sabe que les falta la fe, que es un don que concede el Padre para poder conocer
y seguir a su Hijo encontrando en Él la vida abundante: “Nadie puede venir a
mí, si el Padre no se lo concede”.
Jesús
habla con palabras que son espíritu y vida, pero sus oyentes piensan según la
carne. Esta oposición entre carne y espíritu es una constante en el evangelio
de san Juan: la carne son las pasiones humanas que nos esclavizan, como la
codicia, el deseo de poder, el egoísmo de los bienes materiales.
Aquellos
oyentes piensan según la carne, porque el mesías que esperaban era un mesías
rey, político y militar, que les liberaría de los romanos y de todos sus
enemigos y les colmaría de pan y de riquezas. El pan que esperan
del Salvador anhelado es el pan para alimentar la carne y Jesús, en cambio, les
dice que Él es el pan para alimentar el espíritu. Ni le entienden ni le quieren
entender, porque están instalados en la carne y piensan desde la carne.
Desde
entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él.
Jesús podía haber adaptado su mensaje; si quisiera ser un influencer con muchos seguidores, podría haber cambiado sus
palabras por aquellas que las gentes esperaban oír. Pero como Jesús actúa con
la libertad de un alma completamente pura, que solo responde ante Dios y que no
busca tener a las gentes embobadas siguiéndole, sino enseñarles la verdad que
salva, no cambia sus palabras, aún a consecuencia de perder a muchos.
¿Qué
nos enseña este evangelio a nosotros? Ciertamente la enseñanza de Jesús puede
parecer dura para quienes no tienen el don de la fe dado por el Padre con el
Espíritu Santo. Era dura la doctrina para los discípulos de entonces… y también
para los de hoy, para nosotros, si somos conscientes de verdad de lo que
decimos y creemos.
Ser
cristiano hoy quiere decir que tenemos que vivir la fe en muchas ocasiones a contracorriente, a veces hasta en nuestras mismas casas, proclamando unos valores que el mundo ya
no entiende bien.
Jesús
pregunta a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Porque no quiere
discípulos a la fuerza ni engañados, sino convencidos y alegres en el
seguimiento.
Hay
diferentes formas de marcharse de Jesús. La más radical es la de olvidarse por
completo de la fe cristiana. Pero hay otras formas más suaves como ir dejando
que la fe se enfríe en nosotros, primero dejando de ir a misa cada semana,
después un poco menos, y, al final, haciéndolo solo cuando hay compromisos
sociales o familiares.
Otra
forma de marcharse es esconder la experiencia de Dios en la intimidad del
corazón, seguir siendo cristianos, pero sin que apenas se nos note y sin que
influya absolutamente nada en la vida de cada día.
“Elegid hoy a quién queréis servir”,
dice Josué al pueblo de Israel en la primera lectura. Elegid bien. Esta
elección es siempre necesaria en la vida del cristiano, pues la opción por Dios
supone y exige renunciar a nuestros ídolos en una conversión continua.
Pedro,
en nombre propio y en nombre de los creyentes de cada tiempo responde a Jesús: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna”.
¿A
quién vamos a acudir si dejamos a Jesús?, ¿a dónde iremos si ya hemos
experimentado que las cosas del mundo el dinero, el sexo, la fama, el poder,
las drogas, el bienestar, no nos sacian ni nos bastan?
Nos
ponemos ante Jesús en este domingo, como Pedro y los apóstoles. ¿Qué respuesta
le doy a Jesús que me pregunta: “¿También
tú quieres irte?”. Hoy se nos invita a tomarnos la fe como
creyentes adultos para evitar entregarnos a otros falsos ídolos que lo único
que hacen es engañarnos.
¿Podremos
responderle con un corazón plenamente sincero: “Solo tú tienes palabras de vida eterna”?
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