SIERVO BUENO Y FIEL EN LO POCO
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Las parábolas de Jesús muchas veces
nos desconciertan, pero siempre nos mueven y remueven para nuestro bien,
ayudándonos a avanzar en el camino de la fe. La que nos presenta el evangelio
este domingo tenemos que entenderla en relación con la del domingo pasado,
aquella de las diez vírgenes que esperan al esposo para entrar a celebrar el
banquete.
Aquí el que tarda en llegar no es el
esposo, sino el señor que ha confiado su hacienda a sus tres criados. Solamente
este hecho ya resulta muy significativo: toda su hacienda, un gran tesoro, se
la deja a sus criados porque confía plenamente en ellos. Confía en todos,
aunque también sabe de las capacidades de cada uno, porque les conoce bien, y a
cada uno le deja lo que puede administrar: cinco, dos o un talento. Hay que
tener en cuenta que cada talento era una moneda de gran valor, equivalente a 6.000
jornadas de trabajo. ¡Tanto confía en ellos que se lo deja todo y se marcha!
¿Qué debían hacer los criados con esa
fortuna? Dos de ellos lo entendieron bien, custodiarla y hacerla crecer, aunque
eso supusiera un riesgo. Es su respuesta de amor a tanta confianza como el
señor pone en ellos.
En cambio, el tercero, paralizado por
el miedo o quizás llevado por la indolencia y la pereza de creer que el señor
nunca regresaría, simplemente lo enterró. Si algún día el señor volvía, allí
seguiría intacto el tesoro.
Cuando vuelve inesperadamente el amo de la fortuna, tan
inesperadamente como el esposo que llega en la medianoche, los dos criados
hacendosos reciben muchos elogios y pasan al gozo de su señor, al banquete de
fiesta. El criado perezoso y miedoso recibe palabras muy duras, es expulsado y
destituido porque no ha sido fiel en la tarea encomendada.
Es importante fijarse en que el señor
no esperaba una cifra concreta, no pedía números concretos, pero sí esperaba
que cada uno hubiese empleado bien lo que le fue confiado.
La parábola se entiende bien y nos la
aplicamos aún mejor: Dios nos ha dado a todos dones, talentos y cualidades.
Nadie puede decir que no los ha recibido, unos tendrán cinco, otros dos, otros
uno, pero todos los tenemos. Y, con confianza, nos da todo el tiempo de la vida
para que los hagamos fructificar; no nos exige llevarlos a un rendimiento o a
otro, pero sí espera que seamos fieles en ese poco confiado y que se lo podamos
devolver acrecentado cuando nos presentemos en su presencia.
Si el domingo pasado nos pedía que
tuviéramos encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y del amor para
entrar al banquete nupcial con ellas, en este domingo nos pregunta: ¿Qué estás
haciendo en este momento con los talentos que te confié? Porque nunca es tarde
para que los hagamos fructificar, por sencillos y pocos que sean.
¿Quién no tiene la capacidad de echar una mano al que tiene
cerca, de dar una palabra de aliento al abatido, un buen consejo al extraviado,
un abrazo o una sonrisa al triste? Nadie es tan pobre que no pueda hacer algo
bueno por los demás…
La mujer hacendosa y fuerte del libro
de los Proverbios, que aparece en la primera lectura, está en contraposición
con el criado miedoso y vago, que prefiere tener enterrado lo que se le ha
confiado.
San Pablo nos anima a despertar
porque el día del Señor llega sin avisar, como llega el ladrón en plena noche.
Estemos en vela, vivamos sobriamente, que quiere decir con sencillez, como
hijos de la luz que iluminan a los que tienen cerca con la luz de la fe y del
amor.
Todos hemos recibido muchas
bendiciones de Dios y con esas bendiciones está también la responsabilidad de
no enterrarlas por miedo o por vagancia, sino de emplearlas bien como buenos
administradores siempre preparados para rendir cuentas.
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