¿SABIOS O NECIOS?
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Estamos a punto de terminar el año litúrgico; en el último
domingo proclamaremos a Jesucristo como rey del universo. Un rey al que le serán
sometidos todos los poderes de este mundo, ante el cual toda rodilla se doblará
y al que todos mirarán, incluso los que no han creído en él o lo han negado.
Ese regreso glorioso de Cristo como nuestro rey, marca este
final del año litúrgico en el que estamos. Jesús compara en el evangelio de hoy
el Reino de los cielos con una fiesta nupcial como era celebrada en su tiempo. El
novio era esperado durante largas horas en la casa de la novia y, de improviso, llegaba rodeado de lámparas encendidas antes de la medianoche. El cortejo de
luces para acompañarlo lo hacían los amigos de los contrayentes. Entraba en la casa de la novia
con mucha alegría y allí se celebraba el enlace y el posterior banquete.
A nosotros, en nuestra cultura, no nos es familiar esta
tradición. Pero para nosotros, como para ellos, una boda es un momento de mucha
alegría y fiesta para las familias que se unen y sus amigos. Es significativo
que Jesús hable del reino de los cielos como una boda; no es un momento de
tristeza o preocupación, sino de fiesta y gozo.
De entre las diez muchachas, amigas de la novia, cinco eran
sensatas y sabían bien la importancia que tenía aquella tradición. Por eso se
proveyeron de aceite suficiente para sus lámparas. En cambio, las otras cinco,
que eran necias, es decir lo contrario de sabias, se olvidaron de cuál era su
cometido y no llevaron reservas suficientes.
El esposo esperado es Cristo y las diez muchachas son los
discípulos que esperan su seguro regreso. El esposo tarda en llegar, que es la
experiencia de los cristianos del tiempo posterior a la Ascensión, los cuales
ya se iban dando cuenta de que el regreso, aunque es seguro, no tenía por qué
ser inminente.
Lo cierto es que el esposo llega de improviso a celebrar su
enlace de alianza con la humanidad y traer la plenitud del Reino de Dios. Los
que han mantenido encendida la lámpara y han velado, confiando en sus promesas,
pueden entrar al banquete de bodas del Cordero. Los que han dejado apagar sus lámparas,
olvidando la fe y la vigilancia, se ven fuera del banquete de una forma ya
irreversible.
Podemos pensar en esas lámparas que hay que mantener
encendidas recordando las velas de nuestro propio bautismo. Un día la Iglesia nos
confió la luz de Cristo, tomada del cirio pascual por nuestros padres y
padrinos: ¿Qué ha sido de esa luz de la fe?, ¿Aún brilla en nuestras vidas o se
ha ido apagando?
La luz de la fe se alimenta nutriéndola de aceite: damos
aceite a la luz de la fe compartiendo la fe en comunidad, manteniendo la
amistad con Jesús por medio de la oración de cada día, recibiendo los
sacramentos, testimoniando la fe con palabras y con obras, leyendo la Palabra
de Dios…
Hay personas a las que la llama de la fe se les ha extinguido por
desnutrición crónica: a base de irse abandonando, de dejar de practicar, llega
un momento en el que ya ni saben si han dejado de ser creyentes.
Las jóvenes que mantuvieron la luz encendida y pudieron salir al
encuentro del esposo que llegó de improviso son sabias, sensatas. Con esa
sabiduría de la que habla la primera lectura como un don de Dios, que debe ser
pedido y buscado. No es una sabiduría por la que nos lleguen de golpe
conocimientos que no hemos estudiado; es una sabiduría que nos hace sabios y
prudentes ante la vida y el sentido verdadero de esta.
¿Cuántas veces hemos visto personas muy sencillas de
conocimientos y estudios pero que saben bien cómo vivir, como comportarse?
Saben vivir con una sabiduría profunda, del espíritu.
Esta sabiduría que tiene su fuente en Dios “la ven con
facilidad los que la aman y quienes la buscan la encuentran”, sale a nuestro
encuentro si la deseamos, si tenemos un corazón sediento de algo más y mejor
que lo que nos ofrece este mundo material. Con el salmo hemos expresado nuestra
sed, “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”.
¿Cuándo llegara el reino de Dios a este mundo?, ¿Cuándo
llegara el Señor a mi vida? No se puede saber, puede ser de improviso, puede
ser en la medianoche... Lo esencial es que cuando este acontecimiento de
salvación se produzca, me encuentre con la luz de la fe ardiendo e iluminando,
para poder entrar al banquete definitivo.
Si vivo así, esperando ese encuentro en vela, sin dormirme ni
atolondrarme, sin despistarme con las luces de este mundo que pasa, entonces
vivo como un sabio y prudente. Pidamos hoy el don de esa sabiduría espiritual
para todos nosotros, con la confianza de que el regalo de la sabiduría nos será
concedido.
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