jueves, 2 de marzo de 2023

DOMINGO II CUARESMA (CICLO A)

 LA LUZ DEL SEÑOR


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

En este segundo domingo de la Cuaresma, contemplamos cada año la escena evangélica de la Transfiguración del Señor. La Cuaresma es, como bien sabemos, un camino hacia el monte santo de la Pascua. Jesús ha de entregar la vida en la cruz, ha de morir rechazado por las autoridades religiosas de Israel y abandonado por todos, incluso por sus leales apóstoles.

Aquel anuncio de lo que le esperaba en Jerusalén resultó demasiado fuerte para los suyos. Todas las secretas esperanzas que podían albergar aún, en un triunfo de Jesús como rey y caudillo de Israel frente a sus enemigos, quedan, de pronto, enterradas.

Por eso, para que puedan resistir la prueba, Jesús se lleva al monte a Pedro, Santiago y Juan y se transfigura ante ellos. Es un adelanto de la Pascua, de la victoria final del Dios del amor y de la vida: Jesús se les muestra lleno de la luz del cielo y Moisés y Elías, las grandes figuras de la historia sagrada, aparecen conversando de tú a tú con el Maestro.

La voz del Padre, como hizo ya en el bautismo de Jesús en el río Jordán, lo proclama como el “Hijo, el amado, en quien me complazco”. Y pide escucharlo porque, como bien dice el Señor, “nadie va al Padre si no es por mí”.

Hay que seguir caminando

La reacción de Pedro, siempre tan impulsivo y franco, es la más lógica, la que, seguramente, tendríamos cualquiera de nosotros: ¿Para qué ir a Jerusalén, para que buscar allí desprecios y muerte si podemos quedarnos aquí tan a gusto?

¿Quién no tiene, muchas veces, el deseo de ahorrarse la entrega por el Evangelio? Visitar a una familia en duelo, acercarse a la cama de un enfermo, escuchar al que padece la depresión, gastar tiempo con el mendigo, dar catequesis a quien pone a prueba nuestra paciencia… ¿No resulta muy tentador evitarse estos malos tragos y tranquilizar la conciencia con actividades menos exigentes?

Pero Jesús no les permite hacer esas cómodas tiendas para quedarse gozando de la paz de aquella manifestación. Hay que levantarse y seguir. Al final espera la Pascua y la vida vencerá la muerte, sí. Pero la muerte redentora no se puede esquivar, hay que seguir hacia Jerusalén para cumplir, en todo, la voluntad del Padre.

La primera lectura nos propone a Abraham como un anuncio de Jesucristo. El patriarca acoge la invitación de Dios a romper con sus seguridades, a salir hacia tierras extranjeras. La obediencia le traerá la bendición, será padre de una gran nación aquel que consumía su vejez en la pena por la esterilidad, será causa de bendición porque Yahvé Dios estará siempre con él.

¿Qué seguridad tenía Abraham para obedecer y actuar así? Ninguna, solo tenía la fe. Y se pone en camino, guiado por la fe. Como Jesús con sus apóstoles, se levanta y se pone en camino porque Dios es fiel a sus promesas y eso debe bastar para el hombre y la mujer de fe.

Toma parte en los padecimientos por el Evangelio

Sigamos caminando en el itinerario cuaresmal guiados por la fe. Con la ayuda de Dios oremos, ayunemos y compartamos. Cada uno según su vocación, conforme a la llamada que Dios le haya hecho, pero todos en un mismo camino.

Nos espera la Pascua de Cristo, nuestra Pascua. En la Vigilia de la noche más santa del año cristiano, renovaremos nuestros compromisos bautismales renunciando al pecado y profesando la fe de la Iglesia. Resucitaremos con el Señor, que destruye la muerte, si primero hemos hecho un serio camino cuaresmal con él.

No nos cansemos. No nos quedemos al borde del camino. No queramos construir tiendas cómodas, ni excusas, que nos eviten el esfuerzo de una conversión sincera de nuestros pecados. Sin cruz no hay Pascua, sin entrega no hay vida ni felicidad. Tomemos parte en los duros trabajos del Evangelio según las fuerzas que Dios nos dé.

Esta eucaristía es ya un adelanto de la Pascua definitiva para que cobremos fuerzas y sigamos adelante. Al participar ya de los gloriosos misterios que celebramos, recibimos, ya en este mundo, los bienes eternos del cielo hacia los que caminamos.

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