ESTE ES MI HIJO AMADO EN QUIEN ME COMPLAZCO
Pintura del Bautismo del Señor en la parroquia de Robledo (2022)
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hoy
celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, en el segundo domingo de enero, con
la que se cierra el tiempo de Navidad. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado
el acontecimiento que cambia la historia de los hombres con Dios: Dios ha hecho
una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y ha venido a
compartir nuestra vida como el Emmanuel (Dios que está con nosotros).
Después
de los relatos de la infancia, y del episodio de Jesús adolescente extraviado
voluntariamente en el templo, los evangelios no nos dicen nada más. Son casi
treinta años de vida oculta y silenciosa en el pueblo de Nazaret… ¿qué hace
Jesús en todo ese tiempo? Vivir como uno más, una vida sencilla y anónima,
trabajar en el taller familiar. Esto en lo externo, pero, ¿y en lo interior?
Jesús va madurando como hombre su conciencia de ser el Hijo enviado, el que
debe cumplir hasta el final la voluntad de su Padre del cielo.
El
bautismo de Juan en el Jordán será el momento decisivo de comenzar la misión.
Resulta llamativo que Jesús, que no tiene pecado alguno, que es el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo, como le llamará Juan, quiera recibir este
bautismo de conversión.
Por
eso Juan no quiere bautizarlo y se resiste a hacerlo “Soy yo el que necesito
que tú me bautices y ¿tú acudes a mí?”. Pero Jesús le insiste, para que se
cumpla toda justicia. ¿A qué se refiere el Señor Jesús?
Por
un lado, al ponerse en la cola de los penitentes que piden el bautismo de Juan,
Jesús está expresando desde el comienzo de su vida pública cuál es su misión:
es el pastor que viene a buscar la oveja más perdida, es el médico que
necesitan los enfermos.
Él
no necesita el bautismo de Juan, pero va a compartir la vida de los que buscan
perdón y sanación, aunque eso le suponga ser llamado despectivamente “amigo de
publicanos y pecadores” o “impuro”.
Por
otro lado, el bautismo será la ocasión para que Dios Padre manifieste que Jesús
es su Hijo amado, al que hay que escuchar, y derrame sobre él el Espíritu Santo,
lo unja para que pase haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios está con él.
Jesús,
después de recibir esta efusión del Espíritu comienza la misión del Reino. Lo hace
con el estilo que debía tener el enviado por Dios según el profeta Isaías: sin
gritar, ni clamar por las calles, con suavidad y amabilidad, invitando a todos
a acercarse al amor de Dios. Sin cascar la caña quebrada ni apagar el pábilo
vacilante, valorando lo poco de bueno que cada uno pueda tener, la monedita de
la viuda, la semilla pequeña, la levadura… es el estilo de Jesús de Nazaret.
En
este día del Bautismo del Señor, también pensamos en nuestro propio bautismo.
Nosotros no hemos recibido el bautismo de Juan, sino uno infinitamente mejor,
que aquel solamente anunciaba: el bautismo en el Espíritu Santo, el bautismo de
Jesús.
Hemos
sido hechos hijos en el Hijo, y somos amados con el mismo amor con el que el
Padre ama a su Unigénito. Tenemos el don del Espíritu Santo, que va actuando en
nosotros, que nos va transformando lentamente y desde dentro, que nos hace
llamar a Dios Abbá-Padre.
Nunca
agradeceremos lo suficiente el regalo del bautismo cristiano, el mayor tesoro
que se nos ha podido confiar. Pero, como todo gran don, conlleva una gran
responsabilidad: la de vivir como Hijos de Dios, al estilo de Jesús, según su
Evangelio. Que lo vivido durante este tiempo gozoso de la Navidad que hoy
termina, nos ayude a vivir según nuestra vocación de bautizados.
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