TENED PACIENCIA Y ALEGRÍA
Este tercer domingo del Adviento ha sido llamado, desde hace
muchos siglos, el Domingo de la Alegría. ¿Por qué es de la Alegría? Porque el
tiempo del adviento ya ha superado su ecuador y el Señor está ya muy cerca.
Es la palabra que más se repite en las lecturas de hoy: el
profeta Isaías dice que, hasta el desierto y el yermo, lugares de muerte y
desolación, se alegrarán, se llenarán de vida y de cantos de alegría. El
motivo, para el profeta, es el retorno de los desterrados, los rescatados del
Señor, que van llenando de alabanzas el camino de vuelta, con alegría sin
límite en sus rostros.
¿Cómo no pensar en los millones de desterrados de hoy, en
Siria, en Sudán, en Ucrania y en tantas otras partes del mundo? ¿Podrá llegar
el milagro de que los corazones, cegados por el odio y la ambición se
reblandezcan, se vuelvan humanos, y les permitan volver a sus tierras con
cantos de alegría y alabanzas a Dios?
Juan Bautista ya aparecía como protagonista en el evangelio
del domingo pasado. Lo recordamos: su llamada era a la conversión, a preparar
los caminos y allanar los senderos, dando frutos de un cambio real para acoger
al Salvador que llega.
Y, ¿Cómo imaginaba Juan Bautista que llegaría el esperado
Mesías? Con toda fuerza y severidad, como un juez implacable que corta el árbol
que no da fruto y limpia la era de la paja inútil, echándola al fuego…
No es el estilo de Jesús de Nazaret. Juan Bautista está
convencido de que Jesús es el Mesías de Dios, porque ha visto que sobre él se
posaba el Espíritu Santo cuando lo bautizaba. Pero ahora ve que no actúa como
el Mesías juez severo que él se había dedicado a anunciar.
Más bien, tiene infinita paciencia con el árbol que aún no da
fruto: con los pecadores, a los que habla, a los que quiere, entra en sus casas
y come con ellos, aprovechando para anunciarles el Reino de Dios. En lugar de
escoger el camino rápido del “rompe y rasga”, resulta que Jesús ha escogido el
camino lento de ir sembrando aquí y allí la semilla del Reino de Dios, la
levadura que, lentamente, tendrá que ir fermentando todo.
Visto así, es lógica la crisis que el Bautista tiene mientras
está encarcelado por haberse atrevido a denunciar al rey Herodes. Envía a sus
discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que había de venir o tenemos que
seguir esperando a otro?”. Está desconcertado y duda… la duda forma parte de la
fe y no nos debe asustar si también nosotros dudamos a veces.
Jesús no les responde con teorías, sino con los signos del
Reino de Dios tal y como el profeta Isaías lo había anunciado: los ciegos ven,
los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan y los pobres son evangelizados.
En definitiva, está trayendo salvación y alegría a los
últimos, a los olvidados, a los que más sufren. Con eso basta. Que Juan
Bautista saque sus propias conclusiones y acepte que este es el modo de actuar
del enviado de Dios, y no el que él decía. ¡Dichoso el que no se escandalice de
mí!
Hay que tener paciencia; a veces no la tenemos y queremos que Dios actúe a nuestra forma. El apóstol Santiago nos dice que debemos tener la misma paciencia que el labrador tiene con sus cultivos: no por tirar de la planta hacia arriba va a crecer más ni por agitar las ramas va a dar más fruto.
Al contrario, las prisas pueden estropear la cosecha; hay que respetar los
ritmos de la naturaleza y también hay que tener paciencia con el crecimiento
del Reino de Dios entre nosotros.
Unos ejemplos: una parroquia no se vuelve activa y misionera
de un día para otro; hay que tener paciencia y trabajar lento, ir
concienciando, llamando, animando…. Tampoco
se educa a un niño cristianamente de un día para otro; hay que ir dándole buen
ejemplo en casa, animando, corrigiendo… Tampoco se convierte uno y se hace
mejor cristiano de un día para otro; hay que tener paciencia con uno mismo y
levantarse cuando se caiga.
Feliz Domingo de la Alegría para todos. El Señor está cerca
de nosotros y, con paciencia, va realizando su obra de salvación.
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