miércoles, 16 de noviembre de 2022

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

 TÚ ERES REY


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Concluye hoy un año litúrgico, el año de las celebraciones cristianas, que no coincide con el año civil. Hemos acogido el nacimiento del Salvador, le hemos seguido como discípulos aprendiendo de sus gestos y de sus enseñanzas, hemos vivido su pasión, su muerte y su resurrección. Y ahora, al terminar, en este último domingo antes de empezar el adviento, le proclamamos como nuestro Rey.

Hablar de Jesús como rey exige que lo entendamos bien. Porque él mismo huyó de la gente enfervorizada que lo quería coronar como rey de Israel, y ante Pilato, en el interrogatorio previo a su condena en cruz, dijo: “Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo”.

¿Cómo podemos entender que Jesús es rey? Dejemos que sea la Palabra de Dios que se ha proclamado en esta celebración la que nos responda.

En la primera lectura, tomada de uno de los llamados libros históricos del Antiguo testamento, las tribus del norte aclaman a David como Israel. David ya era rey de las tribus del sur, las de Judá, pero no había unidad entre ellas. Ahora sí va a haberla, porque van a ser un pueblo unido con un único rey, David.

David era un personaje muy carismático, que arrastraba a las masas, pero no le eligen rey por sus dotes políticas o guerreras, sino porque le reconocen como el ungido de Dios, escogido para traer la paz y construir la unidad entre los hermanos separados.

¡Qué necesidad tenemos de líderes así, que creen unidad y no ahonden en las divisiones! ¡Qué distinta sería nuestra sociedad, nuestro mundo, si tuviésemos gobernantes responsables, que ejercieran el poder sobre los pueblos como una verdadera vocación de unir y de reconciliar!

Aunque el reinado de David fue un avance en esa ansiada paz, sin embargo, no dejaba de ser un hombre, con todas sus contradicciones y pecados. Por ello, no pudo cumplir plenamente la misión de ser un rey según el plan de Dios. Fue solo un anticipo y un anhelo del Rey definitivo que habría de llegar; un rey de la misma descendencia de David y nacido en su pueblo natal de Belén: Jesucristo.

Él es el verdadero rey ungido por Dios porque es su hijo, el mejor rey posible. Un rey diferente, porque los Reinos de este mundo se apoyan en el poder de las armas, de la política, del dinero, de la manipulación o de los medios de comunicación. Y Jesús no es como los reyes de este mundo, sino que es un rey Crucificado. Su corona no es una corona de oro, sino una corona de espinas, su trono no es un cetro real sino una Cruz, no es un rey que viene a ser servido, sino a servir.

El Reino de Cristo, es como dice hoy el prefacio de la misa: un el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Es el reino del bien que vence sobre el mal, el reino del perdón que vence al odio, el reino de la misericordia que vence el pecado, el Reino de la Luz que brilla en las tinieblas.

¿Queremos tenerle como nuestro Rey? Un ciudadano de un estado es el que se conduce por las normas del estado al que pertenece, por sus leyes y sus constituciones. Jesús nos ha dejado la Ley del Amor: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Amaos unos a otros como yo os he amado.

Si nos esforzamos por vivir según el mandamiento del amor somos ciudadanos de su Reino y dejamos que Cristo reine en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestro mundo.

Es verdad que este reinado de Dios aún convive en este mundo con muchos otros reinados, también el poderosísimo reinado del mal y del pecado, que lucha contra él.

Por eso tenemos que optar continuamente si queremos servirle como único rey y señor de nuestras vidas y abrir caminos para que su Reinado pueda implantarse en este mundo hasta que él vuelva lleno de gloria.

Ya estamos en el Reino de Cristo, unidos a él por el bautismo y, como el apóstol Pablo, solo podemos dar gracias por ello: Demos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Tenemos el mejor rey, el mejor líder, el que sirve y da la vida, en lugar de esperar que otros le sirvan y den la vida por él. Vivamos cada día como ciudadanos de su Reino y colaboremos para que este Reino se implante en nuestro mundo, que tanto lo necesita.

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