¡DESPERTAD!
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hay que empezar reconociendo algo: para nuestra sociedad no
existe el Adviento que hoy hemos inaugurado. Esta semana pasada ya se han
encendido las luces navideñas en la mayor parte de las ciudades, los
escaparates anuncian los artículos navideños, e incluso llevamos un mes viendo
turrones en los supermercados. Solo interesa adelantar la Navidad y hacerla lo
más larga posible…
Únicamente los cristianos hablamos del Adviento en las
parroquias, en las catequesis y en los grupos de fe. Porque creemos que, lo que
de verdad celebramos en Navidad, es mucho más que una alegría superficial y una
ocasión de mayor consumo. Es el nacimiento de nuestro Salvador, el Emmanuel,
Dios que viene a estar con nosotros, a compartir nuestra vida humana, con sus
alegrías y sus penas.
Esta es la mejor noticia, la única buena noticia que da
sentido a la Navidad. Si la quitamos de en medio, o si no la tenemos presente,
la Navidad solo servirá para dejarnos el bolsillo un poco más vacío y el
corazón incluso más vacío aún.
Acoger al Señor que llega requiere preparación. El Adviento
es este tiempo precioso de cuatro semanas que nos prepara interiormente, como
se merece el acontecimiento que vamos a celebrar: la Encarnación del Hijo de
Dios.
El Adviento nos prepara para la Navidad cristiana, pero es
todavía más. Nos prepara para esperar y acoger al Señor que viene continuamente
y que vendrá definitivamente. Sí, estamos esperando al Señor y de eso también
nos habla el Adviento, especialmente en sus tres primeros domingos.
¿Cómo está nuestra fe? ¿Viva y activa o adormilada y
aburrida? ¿Esperamos algo, esperamos a Alguien?
Velad y vigilad, despertaos que la noche está avanzada, el
día está ya cerca. Toda la Palabra de Dios de este primer domingo nos dirige
una llamada apremiante a despertarnos y velar.
¡Cuánto necesitamos en estos días de guerra y desconcierto,
las guerras de cañones en Ucrania y las guerras de palabras entre nosotros, que
se cumplan esas visiones del profeta Isaías! De las espadas forjaran arados, de
las lanzas podaderas: que los instrumentos de muerte se conviertan en
instrumentos de trabajo para alimentar a la humanidad. No alzará la espada
pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Pero nosotros, que hemos recibido el regalo de la fe,
¿infundimos esperanza a este mundo?, ¿somos testigos de la Buena Noticia con
alegría y con convicción? Quizás nos dejamos llevar por el pesimismo general
que solo encuentra un poco de consuelo en el consumo y en lo externo, en los Black
friday y en los héroes del futbol….
A la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre, nos
dice Jesús anunciando su regreso. Porque volverá y porque continuamente está
viniendo a nosotros, esperando ser acogido: viene en su Palabra y en la
Eucaristía, viene en la comunidad reunida en su nombre, viene en los que sufren
y esperan ayuda fraterna, viene en los acontecimientos de nuestra vida… viene y
viene de tantas formas. Sin hacer ruido, y solo los que tienen despierta la fe
descubren su llegada.
Podemos ignorar su llegada, hacer como que esto ya lo hemos
oído muchas veces y es solo un adviento más de los muchos que hemos vivido. O
podemos despertar y encender más que nunca la lámpara de la fe, ilusionarnos de
nuevo, revivir la esperanza, volver a celebrar de verdad.
Si queremos esto, que es lo que puede hacernos felices y
sacarnos de las sombras, vamos a decir desde lo profundo del corazón: Señor que
vienes a nosotros, ayúdame a esperarte de verdad, a acogerte de verdad, a no
ignorar tu constante presencia. Ven, Señor, Jesús.
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