sábado, 1 de octubre de 2022

DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

 SI VUESTRA FE FUESE COMO UN GRANITO DE MOSTAZA...

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

“Auméntanos la fe”. Es la petición que le hacen los apóstoles a Jesús en el pasaje evangélico de hoy.  Es un consuelo saber que también a ellos, los apóstoles, los cimientos de nuestra fe que vivieron con el Señor les flaqueaba la fe. Por eso es normal, y no debe asustarnos, que a veces nuestra fe se tambalee y disminuya.

¿Cuál es el motivo de que los apóstoles pidan a Jesús un aumento de fe? Antes de esta pregunta les ha enseñado acerca del perdón: un discípulo suyo debe evitar escandalizar a los demás y debe perdonar siempre, hasta setenta veces siete, o sea, siempre. Los apóstoles ante esto piensan: pues si así debe actuar un discípulo…. ¡Auméntanos la fe! Porque no se puede perdonar de corazón las ofensas y heridas graves si no es movidos por la fe.

Había muchas cosas en Jesús que los apóstoles no terminaban de entender: su resolución para ir a Jerusalén aun estando convencido de que allí le esperaban la persecución y la cruz, que no albergara odio hacia los escribas y fariseos, que se acercara a los leprosos, que se sentara a la mesa con los pecadores…

También hay muchas actitudes en los seguidores más auténticos de Jesús que desconciertan al mundo e incluso a los creyentes “normalitos”: el misionero que decide permanecer en una zona de guerra o de epidemia con los suyos, un matrimonio que decide tener una familia numerosa, el joven que deja una carrera brillante para ingresar a un monasterio…. Son cosas que humanamente no se entienden. Porque no lo hacen por motivos humanos, sino movidos por la fe.

A la petición de un aumento de fe, Jesús les responde con una imagen poderosa: bastaría con una fe como el granito minúsculo de la mostaza para hacer posible lo que humanamente parece imposible: Perdonar, dar la vida por los demás, ir renunciando al propio egoísmo, dar testimonio ante los demás, poner paz en nuestro corazón…

No se trata de tener mucha fe, sino de tener una fe más auténtica. Aunque sea como la casi invisible semilla de la mostaza.

Antes se definía mucho la fe como “Creer lo que no vimos”. La fe, antes que aceptar una serie de doctrinas expresadas en el Credo o antes de ser un modo de vivir según determinados valores, es la Confianza, vivir confiados en Dios sabiendo que nuestra vida está en sus manos de Padre, también en las dificultades.

Como las que vive con su pueblo de Israel el profeta Habacuc: violencia, crímenes, opresiones, destrucción… y se pregunta, como tantos otros creyentes, en cada momento de la historia: ¿Por qué, hasta cuándo Señor?

Descubrir la compañía de Dios incluso en medio de sufrimientos y dificultades no es tan fácil. Hace falta una fe auténtica, que hace posible lo que humanamente es imposible. Y la respuesta de Dios, la que recibe en su interior el profeta, es: Espera en la promesa de Dios que llegará. El altanero no triunfará, pero el justo vivirá por su fe.

Tener fe, aunque sea pequeñita, es un regalo inmenso que ayuda a vivir encontrándole sentido a todo. Por eso sigamos el consejo que da el apóstol Pablo: “Reaviva el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu que habita en nosotros”.


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