ABRE LOS OJOS PARA VER A LÁZARO
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Llevamos ya varios meses en los que
los medios de comunicación nos anuncian, continuamente, que van a llegar
dificultades económicas, escasez y la tan temida crisis. Nos dicen que serán
muchas las familias que no puedan conseguir lo necesario para alimentarse o que
no puedan encender la calefacción este invierno.
Parece que el pesimismo y el desánimo
nos va calando un poco, o un mucho, a todos. ¿Cuál ha de ser nuestra reacción
como cristianos ante estas dificultades que se avecinan?
Una reacción muy humana puede ser la
de ponerse en guardia y a la defensiva, ahorrar y evitar el gasto superfluo por
lo que pueda pasar… ¿basta con esto?
Escuchemos bien el mensaje de la
Palabra de Dios en este domingo. Abramos los ojos y, sobre todo, abramos el
corazón como el Señor Jesús nos pide, a los que tienen menos y están sufriendo
más estrecheces que nosotros.
Jesús dirige su parábola a los
fariseos, de los que se dice que eran amigos del dinero, que se reían y
despreciaban sus enseñanzas sobre las riquezas, como las del domingo pasado:
“ganaos amigos con las riquezas injustas para que os reciban en las moradas
eternas”.
Aquel rico de la parábola, Epulón,
cuyo nombre significa “el banqueteador”, no acaba en el lugar del tormento y de
perdición por haber robado o matado. No se dice que hiciera ninguna de estas
dos cosas y puede que hasta su riqueza la haya ganado rectamente… pero el
motivo de su castigo, de su infelicidad eterna, es su insensibilidad y su
ceguera.
Vivía tan bien, tan instalado en su
zona de confort, rodeado de bienestar y capricho, que no fue capaz de ver que
quien sufría a su puerta, llagado, enfermo, hambriento, era un hermano que
tenía un nombre, Lázaro, y una dignidad inalienable como hijo de Dios.
Dejó pasar la oportunidad de compartir
lo que tenía con él, de hacer el bien con sus riquezas, de renunciar con amor a
algo de lo suyo para mejorar la vida del que penaba a su puerta.
Cuando el tiempo de su vida se
terminó, y se termina igual para ricos que para pobres, sus oportunidades se
terminaron. Ya nada podía hacer para remediar su vida echada a perder por no
haber vivido para los demás, sino para sí mismo.
Seguramente habría escuchado tantas
veces las palabras de advertencia del profeta Amós “Ay de aquellos que se
sientan seguros en lechos de marfil, banqueteando, pero no se conmueven. Irán
los primeros al destierro”. Pero pensaría que aquello no iba dirigido a él, que
eso no le iba a pasar nunca.
Puede que nos pase a nosotros lo
mismo. Escuchamos la Palabra, con su llamada insistente a compartir, a pensar
en los que más sufren, a poner de nuestra parte lo que podamos, pero sentimos
que no va dirigida a nosotros, que no somos lo suficientemente ricos para tener
que compartir, que la pobreza es inevitable y lo que hagamos no va a cambiar
nada…
Ante las situaciones de crisis no
basta para un cristiano con la reacción temerosa de guardar. Debe movernos, en
cambio, a la generosidad, a compartir, preferentemente a través de la caridad
bien organizada de la Iglesia, como Caritas, Manos Unidas o las misiones católicas.
“Guarda el mandamiento sin mancha ni
reproche” nos dice el apóstol Pablo. Y el mandamiento de Jesús es el que
conocemos tan bien: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.
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