sábado, 24 de septiembre de 2022

DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

 ABRE LOS OJOS PARA VER A LÁZARO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Llevamos ya varios meses en los que los medios de comunicación nos anuncian, continuamente, que van a llegar dificultades económicas, escasez y la tan temida crisis. Nos dicen que serán muchas las familias que no puedan conseguir lo necesario para alimentarse o que no puedan encender la calefacción este invierno.

Parece que el pesimismo y el desánimo nos va calando un poco, o un mucho, a todos. ¿Cuál ha de ser nuestra reacción como cristianos ante estas dificultades que se avecinan?

Una reacción muy humana puede ser la de ponerse en guardia y a la defensiva, ahorrar y evitar el gasto superfluo por lo que pueda pasar… ¿basta con esto?

Escuchemos bien el mensaje de la Palabra de Dios en este domingo. Abramos los ojos y, sobre todo, abramos el corazón como el Señor Jesús nos pide, a los que tienen menos y están sufriendo más estrecheces que nosotros.

Jesús dirige su parábola a los fariseos, de los que se dice que eran amigos del dinero, que se reían y despreciaban sus enseñanzas sobre las riquezas, como las del domingo pasado: “ganaos amigos con las riquezas injustas para que os reciban en las moradas eternas”.

Aquel rico de la parábola, Epulón, cuyo nombre significa “el banqueteador”, no acaba en el lugar del tormento y de perdición por haber robado o matado. No se dice que hiciera ninguna de estas dos cosas y puede que hasta su riqueza la haya ganado rectamente… pero el motivo de su castigo, de su infelicidad eterna, es su insensibilidad y su ceguera.

Vivía tan bien, tan instalado en su zona de confort, rodeado de bienestar y capricho, que no fue capaz de ver que quien sufría a su puerta, llagado, enfermo, hambriento, era un hermano que tenía un nombre, Lázaro, y una dignidad inalienable como hijo de Dios.

Dejó pasar la oportunidad de compartir lo que tenía con él, de hacer el bien con sus riquezas, de renunciar con amor a algo de lo suyo para mejorar la vida del que penaba a su puerta. 

Cuando el tiempo de su vida se terminó, y se termina igual para ricos que para pobres, sus oportunidades se terminaron. Ya nada podía hacer para remediar su vida echada a perder por no haber vivido para los demás, sino para sí mismo.

Seguramente habría escuchado tantas veces las palabras de advertencia del profeta Amós “Ay de aquellos que se sientan seguros en lechos de marfil, banqueteando, pero no se conmueven. Irán los primeros al destierro”. Pero pensaría que aquello no iba dirigido a él, que eso no le iba a pasar nunca.

Puede que nos pase a nosotros lo mismo. Escuchamos la Palabra, con su llamada insistente a compartir, a pensar en los que más sufren, a poner de nuestra parte lo que podamos, pero sentimos que no va dirigida a nosotros, que no somos lo suficientemente ricos para tener que compartir, que la pobreza es inevitable y lo que hagamos no va a cambiar nada…

Ante las situaciones de crisis no basta para un cristiano con la reacción temerosa de guardar. Debe movernos, en cambio, a la generosidad, a compartir, preferentemente a través de la caridad bien organizada de la Iglesia, como Caritas, Manos Unidas o las misiones católicas.

“Guarda el mandamiento sin mancha ni reproche” nos dice el apóstol Pablo. Y el mandamiento de Jesús es el que conocemos tan bien: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.

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