Queridos amigos, feligreses y vecinos de Robledo:
Un año más, y gracias a Dios con más tranquilidad que en años anteriores, celebramos la fiesta del nacimiento de nuestro patrono San Juan Bautista.
De los santos y santas celebramos, a lo largo del año, el día de su nacimiento para el cielo, es decir, de su muerte o de su martirio. Pero, de San Juan la Iglesia celebra además el día de su nacimiento. Solo del Señor, de su Madre Santísima y del Bautista se celebra este día, lo cual ya nos indica que se trata de una figura excepcional, con un papel único en la historia de la salvación. De nadie dijo nunca Jesús palabras tan elogiosas como las que dijo del Bautista: "No ha nacido de mujer uno tan grande como Juan".
Su nacimiento, o natividad, que festejamos hoy, se vio rodeada de signos sobrenaturales que anunciaban ya la misión que, como profeta, había de desempeñar. Nace, cuando humanamente, no podía esperarse ya la descendencia por la ancianidad de sus padres y, antes, le es anunciado el hecho milagroso a su padre Zacarías, sacerdote del templo.
Cuando ofrecía el incienso en la presencia de Dios en el templo, un ángel emisario de Dios se lo manifiesta. De este modo, queda claro así que el nacimiento de Juan es una intervención de Dios en la historia de los hombres.
Desde el principio, ese niño va a ser consagrado a Dios y, como dice el evangelio de Lucas, "la mano del Señor estaba con él desde niño, crecía y se fortalecía en el espíritu".
Su misión será la de un profeta, como la de Isaías, un testigo, anunciador de la verdad, de la Palabra del Señor, una voz y una luz que dispone caminos y corazones para acoger la salvación que trae Jesucristo. Lo hace con toda humildad, sin buscar reconocimientos para él, sin querer discípulos ni seguidores: "Yo no soy quien pensáis, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias".
Cuando en la iconografía se representa al Bautista con el dedo levantado, siempre nos está señalando al Mesías Jesús: no soy yo, es él quien salva, yo soy solamente la voz que clama en el desierto y la mano que lo señala.
¿Qué podemos hoy hacer nuestro de su figura, tan distante ya? San Juan Bautista puso sus fuerzas, su predicación, al servicio del anuncio de Jesús para llevar a los hombres y mujeres de su tiempo al encuentro con él. Nosotros, que tenemos el regalo de la fe, no podemos guardarlo egoístamente, ni aceptar tranquilos que haya tantos a nuestro alrededor que ya no conocen ni valoran este tesoro.
Cada uno de nosotros es, por el bautismo, profeta y testigo, discípulo misionero allí donde esté. Tenemos que poner ilusión, ganas, colaboración, para formar juntos una comunidad parroquial misionera, que ya no piensa solo en los que estamos dentro de la Iglesia, sino también en los muchos que se van quedando afuera, a los que debemos acertar con los caminos para llevarles la Buena Noticia de Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.