sábado, 28 de mayo de 2022

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (ciclo C)

 VOSOTROS SOIS TESTIGOS DE ESTO

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Han transcurrido 40 días desde la Pascua de Resurrección del Señor. Ya sabemos todos que el número 40 es muy simbólico en la historia de la salvación: los cuarenta años de Israel en el desierto, los 40 días de Jesús ayunando… 40 días era lo que, en el mundo hebreo, debía durar la instrucción de un rabino a quien iba a tomar como discípulo, porque se consideraba que en ese tiempo se podía instruir en lo esencial a alguien.

    Por eso el Señor Resucitado ha dedicado 40 días a encontrarse con sus apóstoles. Ha logrado vencer sus miedos, sus dudas, ya han visto que no se trata de un espíritu ni de un muerto andante… la resurrección ha sido la glorificación de Jesús; el Padre lo ha llamado a la vida porque él ha entregado su vida por amor, cumpliendo el plan de salvación.

    Esta misión, esta catequesis continua del Señor Resucitado, ha llegado a su fin y debe volver al Padre, del que un día vino para compartir nuestra existencia, para manifestarnos con palabras y gestos que somos amados de Dios, que somos hermanos entre nosotros, que debemos hacer entre todos un mundo nuevo y distinto que es el Reino de Dios, en el que impere la misericordia y el amor fraterno.

    Y deja su misión, el testigo, en manos de sus amigos, de su Iglesia, la comunidad de los discípulos, para que ahora seamos su presencia en el mundo, llevando adelante el encargo del Padre, con el que un día vino a estar con nosotros.

    La Ascensión que hoy contemplamos marca el inicio de este tiempo nuevo. No significa que se acabe el tiempo de Cristo y comience otro tiempo nuevo sin él. Significa que comienza el tiempo y la misión de su Iglesia, nuestro tiempo. “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”.

    Si el Señor no hubiera ascendido, si no hubiese vuelto al Padre de esta forma visible ante ellos, aquellos hombres y mujeres débiles que fueron los primeros discípulos, no hubieran sentido que comenzaba su tiempo. Se hubieran quedado disfrutando de la presencia del Resucitado, esperando a que ocurriera el siguiente encuentro, la siguiente aparición. De este modo, se dan cuenta de que el momento de partir ha llegado, que no se pueden quedar plantados mirando al cielo, como les dice el ángel en Betania.

    Este es el primer mensaje de la solemnidad de la Ascensión: el Señor nos ha confiado continuar la misión que él tenía: anunciar y realizar el Reino de Dios con la fuerza del Espíritu que nos envía.

    El segundo puede ser este: la Ascensión del Señor es para nosotros una promesa y una esperanza. Estamos llamados, como Él y con Él, a vencer la muerte, a ser glorificados, a vivir para siempre en Dios. Creer esto, vivir convencidos de que nuestra patria definitiva no este mundo, sino que somos ciudadanos del cielo, es un don de la fe. Por eso dice el apóstol en la segunda lectura: que Dios os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

    Tantas veces nos vemos abrumados por las incertidumbres y los sufrimientos, lo vemos todo negro, perdemos la esperanza. El mal parece demasiado grande y demasiado fuerte en este mundo como para ser vencido.

    No olvidemos entonces que todo esto pasará, que no es lo definitivo, que estamos hechos para vivir en Dios y con Dios. A donde ha llegado Cristo, que es la cabeza, esperamos llegar también nosotros, que somos su Cuerpo.

    Dos mensajes importantes para el día de la Ascensión: somos ciudadanos del cielo; mientras llegamos a esa patria definitiva, nos toca cumplir el encargo del Señor y abrir paso al Reino de Dios en este mundo con la fuerza del Espíritu Santo.

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