¿VEIS LO QUE HAGO CON VOSOTROS?
Comenzamos con esta celebración el solemne Triduo Pascual.
Iniciamos una celebración litúrgica que finalizará el día de Pascua con la
conmemoración de la Resurrección del Señor. Es una sola celebración, pero extendida
en tres días y es muy importante que participemos y vivamos todos ellos.
En la tarde del
Jueves Santo, toda la Iglesia, también nuestra parroquia, vuelve en espíritu al
Cenáculo de Jerusalén para celebrar la última Cena de Jesús con sus Apóstoles.
Queremos vivir de nuevo y meter en el corazón estas palabras y estos gestos
decisivos que se les quedaron a los amigos de Jesús tan grabados como a fuego.
Jesús se ha
reunido con sus Apóstoles para celebrar con ellos, como hacían todos los
judíos, la Pascua, que conmemora el paso del Señor, su intervención para
liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto y hacer una Alianza con ellos. En
esta noche, los hijos de Israel comen el cordero, según el mandato antiguo dado
por Moisés.
Jesús hace lo
mismo con los discípulos, fiel a la tradición, y aquella cena de la fiesta
religiosa, tan cargada de amistad y de ambiente de familia, será el marco que
Jesús elige para establecer la nueva y definitiva Alianza de Dios con los
hombres. Como en la primera Pascua, aquí también habrá sacrificio, sangre
derramada y alimento; pero no se trata de un cordero sin defecto, sino del
Cordero de Dios, no se trata de una víctima llevada al sacrificio, sino que él
da la vida por amor, no se trata de comer una carne asada, sino de recibir el
pan de Vida.
Jesús sabe que
le ha llegado la “hora” de pasar de este mundo al Padre. Y, después de haber
amado a los suyos que estaban en el mundo, “los amó hasta el extremo”, nos dice
san Juan. La última Cena es precisamente el testimonio del amor con que Cristo,
el Cordero de Dios, nos ha amado hasta el extremo.
¿Qué significa
“los amó hasta el extremo”? No hay amor más grande que el de aquel que da la
vida por sus amigos. Y Jesús la dará en la cruz el Viernes Santo. En el Viernes
Santo se manifiesta cuánto amó Dios al mundo y cómo es el amor de Dios; es un
amor que llega al límite extremo de “dar a su Hijo Unigénito, que carga con
nuestros pecados para reconciliarnos.
La última Cena
es el prólogo, la preparación y el anticipo de esta donación. Se suele decir
que cuando una persona es consciente de que su final es inmediato, no
desperdicia ni una sola palabra ni un solo gesto: lo que hace y dice es
decisivo, quiere llegar al corazón de los suyos.
Pues en esta
tarde de la cena Pascual previa a su muerte en cruz, Jesús nos deja tres
grandes regalos, sin los cuales no podríamos ser sus discípulos:
1. El mandamiento del amor fraterno: Lavarle los pies a alguien era una tarea propia de esclavos,
por lo que se entiende la reacción de Pedro al ver inconcebible que el Maestro
se humillase tanto. Pero Jesús lo hace, uno a uno, dando el testimonio supremo
de su humildad, de lo que ha sido su vida entregada a los más pequeños, a los
enfermos, a los despreciados, a los olvidados… ¿Habéis visto lo que he hecho
con vosotros? También vosotros lo debéis hacer unos con otros… amaos unos a
otros como y os he amado.
Sin amor
fraterno y sin servicio generoso y desinteresado no somos cristianos porque no
seguimos el mandamiento de Jesús.
2. La Eucaristía: Este don es condición para poder vivir el mandamiento del amor
fraterno. Durante la cena, Jesús bendice y parte el pan, luego lo distribuye a
los Apóstoles, diciendo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; lo
mismo hace con el cáliz: “Esta es mi sangre”. Aquel pan transformado en el
Cuerpo de Cristo, y aquel vino convertido en la sangre de Cristo, son ofrecidos
en aquella noche, como anuncio y anticipo de la muerte del Señor en la Cruz.
Y nos dice
“haced esto en memoria mía”. De tal forma que, desde entonces, la Eucaristía es
el centro y la fuente de nuestra vida de cristianos, y no podemos serlo si nos
falta la Misa.
3. El sacerdocio: Al pedirnos que sigamos celebrando el sacrificio pascual hasta
que Él vuelva, Jesús instituyó el sacerdocio, los sucesores de aquellos
apóstoles que siguen partiendo el Pan de la Vida para el pueblo cristiano,
perdonando los pecados, anunciando el Evangelio. En esta tarde agradecemos el
don del sacerdocio ordenado y rezamos por todos nuestros sacerdotes. No hay
Iglesia sin Eucaristía y no hay Eucaristía sin sacerdotes.
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