NOSOTROS SOMOS SUS TESTIGOS
Hermanos, hoy es la gran fiesta cristiana, la mayor de
todas: la Pascua de Resurrección. Una fiesta tan grande que no tenemos bastante
con un día para celebrarla. Por eso se extiende durante cincuenta días, lo que
llamamos la cincuentena pascual, hasta la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés. Y todo como parte de una sola y única gran fiesta.
En realidad, la Pascua
es la única fiesta de los cristianos porque es la que celebramos también cada
domingo. Cada domingo del año es un eco de esta de hoy, es una Pascua semanal.
Y es normal que así sea, porque la Pascua
significa aquello que es el núcleo, la raíz y la fuerza de la fe cristiana: la
gran afirmación de que Jesucristo ha resucitado, está plenamente vivo, es el
triunfador de la muerte y de todo mal.
Un
cristiano no lo es porque crea en la existencia de Dios, ya que existen
millones de creyentes en Dios que no son cristianos. Ni es cristiano porque viva su
vida de acuerdo a determinados valores como el perdón, la generosidad, la compasión,
el amor… hay muchas personas que, sin ser cristianos, y quizás ni hasta
creyentes, también viven así, e incluso mejor que nosotros.
Ni siquiera uno es cristiano porque afirme que Jesús de Nazaret fue un gran personaje y le
admire por su forma de actuar y de hablar… hay muchos que lo hacen sin ser
cristianos.
Uno es
cristiano cuando cree que Jesús, que después de seguir su camino de anuncio de
la Buena Noticia del Reino de Dios, muere en la cruz el Viernes Santo y es
sepultado, a los tres días fue devuelto a la vida por Dios Padre. Solo si
creemos que Jesucristo ha resucitado, que vive para siempre y que es el Señor
de todo, somos cristianos.
Esto es
así de claro: si no creemos en su resurrección, no somos verdaderos cristianos.
Por eso, la Pascua que estamos celebrando es el centro de nuestra fe y de
nuestra vida de creyentes.
Es verdad
que la resurrección es algo que supera nuestra comprensión de lo que puede suceder
o no. A los primeros discípulos les ocurrió lo mismo: les costó aceptar la
resurrección y al principio no creían lo que contaban los testigos como María
la Magdalena.
Como le
ocurre a Pedro en el evangelio de hoy: hasta que no toca los lienzos y el
sudario que cubrían su cuerpo muerto, y comprueba que el sepulcro está vacío,
no comprende lo que ya estaba anunciado en las Escrituras y que Jesús les había
repetido.
Pero
cuando tienen esas experiencias, se convierten en testigos ante todos. Aquellos
que habían estado escondidos por miedo a los enemigos de Jesús, aquellos
discípulos cobardes que le habían negado, que habían huido, se convierten en
valientes testigos que hablan de él a todos, que le anuncian en las plazas, en
las sinagogas. No les importa perder la vida, porque el Resucitado está con
ellos y ha vencido la muerte.
A lo largo del tiempo de Pascua nos acompañarán en las celebraciones dos signos: la luz del Cirio Pascual, que simboliza la victoria de Cristo frente a las tinieblas de la muerte, y el agua.
Hemos nacido a una vida nueva por el
bautismo y, muchas veces, no nos lo creemos del todo; estamos unidos a Cristo
resucitado y hemos resucitado con él, pero en tantas ocasiones vivimos hundidos por
miedos y desconfianzas….
Por eso
necesitamos que el agua que recibimos durante la Pascua nos recuerde, una y
otra vez, que somos bautizados y no puede haber nada más grande ni más bonito.
¡Feliz Pascua, Cristo ha resucitado!
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