EL ESPÍRITU LLEVÓ A JESÚS AL DESIERTO
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hoy celebramos el domingo primero de la Cuaresma, con el que
comenzamos el camino cristiano hacia la Pascua. La Pascua es la meta y la
Cuaresma es el camino que debemos recorrer hacia ella. Para que la celebración
de la Pascua de Jesucristo, de su pasión, muerte y resurrección, sea realmente
un momento de renovación espiritual para nosotros, es necesario que vivamos
primero, con seriedad y compromiso, estos cuarenta días cuaresmales.
El evangelio
del primer domingo es siempre el relato de las tentaciones de Jesús en el
desierto. Es como si este domingo se nos dijera: si inicias la Cuaresma, aquí
tienes lo que debes vencer en ti, como Cristo lo venció.
Después de
ser bautizado en el rio Jordán por Juan, con una edad en torno a los treinta
años, Jesús va al desierto. O mejor, como dice el evangelista Lucas, el
Espíritu Santo, que lo llenó en el bautismo descendiendo sobre él en forma de
paloma, lo conduce al desierto y lo va llevando por él. Es el Padre Dios el que
quiere que su hijo Jesús viva a fondo esta experiencia de desierto; el desierto
en la Biblia es lugar de muerte y soledad, pero también es lugar de encuentro
con Dios en la ausencia total de personas y de cosas. En el desierto uno se
encuentra solo ante sí mismo y ante Dios, no caben distracciones ni
escapatorias.
La
experiencia del desierto fue muy importante para el pueblo de Israel, que pasó
nada menos que cuarenta años peregrinando por él hasta alcanzar la tierra
prometida. La primera lectura de hoy nos remite a esa vivencia, en la que se
funda su conciencia de pueblo: Moisés, en nombre de todo el pueblo, recuerda su
historia. El Señor les sacó de la esclavitud de Egipto porque se apiadó de sus
clamores, les rescató y les condujo por el desierto hasta la tierra prometida.
Por eso, dice Moisés, es necesario ser agradecidos, ofrecer las primicias de
los frutos del suelo, darle gracias siempre.
Jesús es
verdaderamente hombre, porque la encarnación del Hijo de Dios no es ponerse un
disfraz de hombre; realmente Dios se hace hombre en Jesús de Nazaret. Y, por
eso, comparte también nuestras tentaciones, sufre tentaciones de hombre:
convertir en pan las piedras para dejar de tener hambre y necesidades, dominar
a pueblos y hombres de la tierra, en lugar de servir y predicar con humildad la
Buena Noticia, ser rescatado de todo peligro incluso al tirarse de lo alto, en
lugar de afrontar los riesgos y sufrimientos que tenemos los seres humanos por
el hecho de vivir una vida frágil.
Tentaciones
de materialismo, poder, dominio, usar a Dios en su beneficio. Tentaciones
completamente humanas las que tiene que enfrentar Jesús. Pero, yendo un poco
más a lo profundo, las tres siempre se condensan en una. El demonio siempre le
tienta diciendo “Si eres Hijo de Dios…” usa esa condición en tu propio
beneficio: ten todo, domina todo, evita todos los riesgos y molestias de ser
hombre de verdad…
No es
casualidad que estas tentaciones aparezcan en la vida de Jesús con tanta fuerza
precisamente cuando va a comenzar su vida pública. El enemigo de Dios y de los
hombres, el demonio, quiere torcer y corromper, desde el principio, el proyecto
que Dios ha encomendado a su Hijo Jesús: salvarnos haciéndose uno de nosotros
hasta el fondo, vivir como un hombre más, padecer como un pobre más, fracasar y
ser rechazado como nos pasa, tantas veces, a los hombres. Busca que Jesús no
salve desde la humildad y desde el servicio, el camino que él quiere escoger.
Es muy
importante para nosotros ver cómo Jesús venció estas tentaciones tan humanas,
tan nuestras. Adán y Eva en el paraíso, cuando son tentados por el demonio,
intentan dialogar con él y terminan engañados, pero Jesús no entra en ese
diálogo con el mentiroso. Lo rechaza firmemente con la Palabra de Dios.
A cada
tentación, Jesús responde con la Palabra: “No solo de pan vive el hombre”, “Al
Señor Dios adorarás y a él solo darás culto”, “No tentarás al Señor tu
Dios”. Son tres frases tomadas del
Antiguo Testamento, de la Palabra de Dios que Jesús llevaba siempre en la mente
y en el corazón.
Así tenemos
que responder nosotros a la tentación del mal, nos dice el Papa Francisco, con
la Palabra de Dios. Como nos dice la segunda lectura, de la Carta a los
romanos, “La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el
corazón”.
Emprendamos
con ilusión este camino cuaresmal. No es un tiempo triste ni oscuro, porque
siempre es una alegría experimentar el amor y el perdón de Dios y ser renovados
y mejorados. Busquemos vencer el mal que nos tienta de diversos modos llevando
la Palabra de Dios en los labios, la mente y el corazón.
Jesús ha
vencido la tentación y ha seguido la voluntad del Padre. Nos ha enseñado cómo
podemos hacerlo también nosotros.
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