«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a)
Queridos hermanos y
hermanas:
La
Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que
nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado. Para nuestro
camino cuaresmal de 2022 nos hará bien reflexionar sobre la exhortación de san
Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no
desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras
tenemos la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).
En este pasaje el Apóstol evoca la
imagen de la siembra y la cosecha, que a Jesús tanto le gustaba (cf. Mt 13).
San Pablo nos habla de un kairós, un tiempo propicio para sembrar
el bien con vistas a la cosecha. Ciertamente la Cuaresma es un tiempo
favorable.
La Cuaresma nos invita a la
conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra
vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el
acumular cuanto en sembrar el bien y compartir.
No
nos cansemos de orar.
Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1).
Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros
mismos es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra
fragilidad personal y social. Que la Cuaresma nos permita ahora experimentar el
consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad.
No
nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide
en Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No
nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la
Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar. No
nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos
impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos
ha encontrado modos distintos para hundir al hombre en el pecado. Uno de estos
modos es el riesgo de dependencia de los medios de comunicación digitales, que
empobrece las relaciones humanas.
No
nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma practiquemos la
limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Dios, «quien provee
semilla al sembrador y pan para comer» (2 Co 9,10), nos proporciona
a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir, sino también para que
podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. Si es verdad que toda
nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta
Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de
aquellos hermanos y hermanas que están heridos en el camino de la vida
(cf. Lc 10,25-37). La Cuaresma es un tiempo propicio para
buscar —y no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a
quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar —y no
abandonar— a quien sufre la soledad.
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