jueves, 17 de febrero de 2022

DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

AMAR AL ESTILO DE DIOS



COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

En el evangelio del domingo pasado escuchábamos las bienaventuranzas, y ya entonces nos parecía un mensaje difícil o, al menos, que va en contracorriente de los valores del mundo: Jesús declara felices a los que ahora lloran, a los perseguidos por buscar la justicia, a los que padecen porque quieren lograr la paz… Jesús declara felices a los se deciden a vivir como ciudadanos del Reino, buscando la felicidad y el sentido de la vida no en las ilusiones del tener, del poder y del placer, sino en la verdad.

En continuidad con el mensaje de las bienaventuranzas debemos entender el evangelio de hoy, que nos remueve y nos cuestiona a todos. El Antiguo Testamento había pedido a los israelitas: “Ama a tu prójimo y odia solo a tu enemigo”. Era una forma de cuidar que no se odiara a los del mismo pueblo, que se guardara ese respeto a los más cercanos. Y también les había pedido que la venganza fuera proporcional al daño infringido y nunca desproporcionada: la ley del Talión pedía “ojo por ojo y diente por diente”.

Pero el Hijo Jesús vino del Padre a hacerse hombre para que los seres humanos pudiéramos vivir como Hijos de Dios, al estilo del Padre Dios. No basta con ser moderadamente buenos o no ser del todo malos: hay que imitar al Padre Dios. Y ¿cómo es el Padre Dios con nosotros? ¿Nos castiga cada vez que pecamos, nos maldice, nos deshereda? ¿Hace llover solo sobre las tierras de los que creen en él, de los que le rezan, de los que cumplen sus mandamientos?

Al contrario; dice Jesús que el Padre Dios es bueno también con los malvados y desagradecidos. Que espera siempre, que siempre vuelve a dar una oportunidad, que no se cansa de amar, ni siquiera a los que no lo reconocen ni lo aman.

El amor de Dios como nos lo ha manifestado su Hijo Jesús es: fiel, desinteresado, paciente, compasivo, misericordioso, infinito.

Ese amor del Padre Dios es el mismo que vivió su Hijo Jesús y es el que nos enseña que debemos vivir con los demás si queremos ser verdaderamente Hijos del Altísimo. Cuando nuestra ayuda a los demás es interesada, porque esperamos que nos la devuelvan, cuando queremos solo a los nuestros, cuando juzgamos, cuando condenamos, cuando no somos misericordiosos con los defectos y los errores de los demás… estamos aún lejos de parecernos a Dios en su forma de amar.

Entonces nos estaremos privando de la alegría de vivir como hijos de Dios que se parecen a su Padre, sin rencores ni odios que nos van intoxicando la vida como el peor veneno posible.

¿Cómo poder llevar esto a la práctica? Jesús nos da una clave muy práctica: Usad en todo momento con los demás la misma medida que deseáis que usen con vosotros. ¿No deseas ser juzgado ni condenado? No lo hagas. ¿Deseas ser ayudado incondicionalmente? Ayuda incondicionalmente. ¿Quieres ser perdonado? Perdona.

Vivir este evangelio, aunque nos resulte difícil, sabemos que nos señala el camino de la verdadera felicidad y de la vida recta. Quien vive así, vive con la bendición permanente de Dios, como el rey David, que recibe la bendición de Dios Yahvé como rey porque, pudiendo optar por el camino de la venganza hacia Saúl, prefiere el camino del perdón. Por eso la liturgia de este domingo nos lo presenta como un anuncio del mensaje de Cristo.

Vivir como seres terrenales, que devuelven bien por bien y mal por mal, es poco para los que queremos ser discípulos de Jesús. La meta que el Señor nos propone es mucho más alta: es vivir el amor a imagen del modo en que Dios nos ama.

Es una meta mucho más alta, pero también sabemos que es la verdad, lo auténtico, lo que puede transformarnos y transformar este mundo. Con la gracia de Dios, que recibimos en esta celebración, en el encuentro con su Palabra, con la Comunidad y con su presencia eucarística, podemos recobrar las fuerzas para seguir intentándolo.

 

 

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