miércoles, 19 de enero de 2022

DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

HOY SE CUMPLE ESTA PALABRA


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Cuando en el año 2019 el Papa Francisco instituyó este domingo tercero del tiempo ordinario como el Domingo de la Palabra, hubo personas que se extrañaron de esa iniciativa. Si lo más importante que hacemos los cristianos los domingos es reunirnos para celebrar la Misa y en ella escuchamos la Palabra de Dios y el sacerdote la comenta… ¿no son entonces, todos los domingos, domingos de la Palabra?

Pues sí, pero es bueno que, en uno de ellos, caigamos en la cuenta, de un modo más intenso, de lo que significa para nosotros como creyentes la Palabra de Dios, y nos preguntemos juntos si le estamos dando el suficiente valor a la Palabra y la acogida que se merece.

Nos dice el Papa Francisco “No renunciemos a la Palabra de Dios. Es la carta de amor escrita para nosotros por aquel que nos conoce como nadie más. Leyéndola, sentimos nuevamente su voz, vislumbramos su rostro, recibimos su Espíritu. La Palabra nos acerca a Dios; no la tengamos lejos”.

Desde que se celebró el Concilio Vaticano II, las lecturas de la misa, que son ya mucho más variadas, se leen en la lengua de cada lugar, se han instaurado los grupos de lectura bíblicos en las parroquias, hay muchas ediciones de la Biblia, las catequesis de niños y jóvenes se han enriquecido con la lectura bíblica… Y ahora tenemos incluso más facilidades para acercarnos a la Palabra, porque podemos tener aplicaciones en el móvil que nos sugieren las lecturas de cada día y su comentario…

Todo ello debería hacer que tengamos una mayor familiaridad y un mayor amor a la Palabra de Dios, que es luz y guía para nuestras vidas. ¿Es así realmente?

Las lecturas que hoy hemos escuchado nos ponen en sintonía con este papel que debe ocupar la Palabra en nuestra vida cotidiana. En la primera lectura hemos contemplado un momento muy especial en la historia del pueblo israelita: regresan del destierro en Babilonia y encuentran su amado templo de Jerusalén, como el resto de la ciudad y sus murallas, destruido. La pérdida les llena de tristeza y desánimo, porque el templo para ellos no es solamente un edificio, es la casa de Dios que habita en medio de su pueblo escogido. Pero hay un motivo de esperanza, en medio de la destrucción: La Palabra de Dios se ha salvado a buen recaudo.

El escriba Esdras la lee delante de todos; hasta los niños pequeños están convocados para escucharla. Y la lectura del Libro de la Ley les devuelve la alegría, porque entienden que Dios continúa estando con ellos gracias a su Palabra viva, que no pasa. Hacen fiesta y recobran las fuerzas y la ilusión por reconstruir la ciudad y el templo.

La Palabra de Dios no es un libro muerto o historias del pasado, es una Palabra viva y eficaz, que transforma los corazones de quienes la acogen con fe, como la semilla que cae en tierra buena, germina y da fruto. Jesús en la sinagoga de su pueblo, en Nazaret, lo demostró: leyó el texto del profeta Isaías, en la que se anunciaba un Mesías, un ungido por el Espíritu que sería enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y liberar a los oprimidos, a dar vista a los ciegos y proclamar el año de gracia del Señor, les dijo “Hoy se cumple esta Palabra”.

No necesitó decir nada más, porque los que le escuchaban sabían que era verdad, que eso era a lo que se dedicaba Jesús: a sanar, a limpiar, a consolar, a predicar, a llevar luz a quien estaba sumido en las oscuridades de cualquier tipo.

La Palabra de Dios que escuchamos y leemos, tenemos que llevarla a la vida, hacerla vida en este mundo. Para que todos puedan ver, gracias a la vida de los cristianos, que esta Palabra es un mensaje para el Hoy, que se sigue cumpliendo ahora porque hay quienes quieren vivir conforme a ella.

Juntos somos el Cuerpo de Cristo en el mundo, como nos dice el apóstol Pablo. Con diversidad de miembros, diversidad de carismas y de misiones, pero todos dedicados a lo mismo.

En este Domingo nos comprometemos, personal y comunitariamente, a acoger mejor la Palabra viva de Dios: escucharla con más atención cuando se proclama los domingos, tener la Biblia en casa como un libro muy especial, a hacer vida la Palabra cuando salimos del templo, intentando que sea luz para la vida de toda la semana.

 

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