jueves, 4 de noviembre de 2021

DOMINGO XXXII (ciclo B)

 


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Un domingo más, si la acogemos con una escucha atenta y con una mente y un corazón abiertos, la Palabra de Dios nos enseña las actitudes y valores esenciales de la vida, y nos interroga acerca de si vivimos verdaderamente, y no desde la superficialidad, las bienaventuranzas del Evangelio.

 

En la escena evangélica que se nos ha narrado, nos dicen que Jesús estaba sentado en un lugar del templo de Jerusalén desde el que podía observar cómo se acercaban los fieles a echar sus donativos. Observaba a los ricos, que echaban mucho dinero en el cepillo del templo; pero no lo hacían por una mayor devoción, sino que echaban mucho porque les sobraba mucho.

 También observaba cómo a los escribas, autoridades religiosas de su tiempo, les encantaba aparentar, llamar la atención, ser los primeros y ocupar los puestos de honor, y les encantaba, igualmente, hacer ostentación de sus largos rezos, al tiempo que se aprovechaban de su status religioso para quitarles bienes a los más pobres.

 

La balanza de Dios es totalmente diferente a las balanzas humanas. Para Dios no cuenta la cantidad, los méritos, la fama, las alabanzas, porque ve hasta lo más profundo de las personas y conoce las motivaciones que llevan a realizar tal o cual cosa. Nosotros vemos los actos y juzgamos en base a ellos, pero Dios ve, además, las intenciones reales que se quedan en la mente y en el corazón. Así de profunda es la mirada de Jesús.

 

Al lado de aquellas ofrendas abundantes, las dos moneditas que puede dar una pobre viuda al cepillo del templo, no significaban nada. Pero la mirada de Jesús es la mirada profunda de Dios y, por ello, ve que tienen un valor superior a todas las otras: aquella mujer no ha dado de lo que la sobraba, sino lo que tenía para vivir. Así que no ha dado simplemente algo, sino que se ha dado a si misma: movida por una fe, que es confianza y un abandono total en Dios, ha entregado su vida entera; echa su posibilidad de vivir.

 

Dos actitudes completamente opuestas: la primera, que Jesús critica con dureza, es la de los acaudalados y la de los escribas: una actitud religiosa de pura fachada. Dan para ser vistos y orando se hacen pasar por hombres muy religiosos solo para ser admirados.

Pero, ¿lo hacen para gloria de Dios o para gloria suya? Parece evidente que para gloria suya y, por ello, aunque hagan cosas muy buenas, no tienen valor alguno ante Dios, que conoce las actitudes últimas.

La segunda actitud, la verdaderamente valiosa, es la de la viuda pobre del evangelio que, como aquella viuda de Sarepta que acogió al profeta Elías en la primera lectura, dan todo, se dan por completo, y no lo hacen para ser vistas, sino por fe y por amor desinteresado.

 

Las actitudes son más importantes que lo material de los actos. Si hago el bien, si cumplo un servicio, con el fin de ser reconocido como bueno y generoso, si exijo que se me reconozca lo mucho que hago y lo mucho que valgo, o que me premien devolviéndome el bien, no uso la lógica del amor verdadero, que es dar sin esperar nada. Si obro para gloria de Dios y para bien del prójimo, en hacer el bien ya debo encontrar la mejor recompensa. Jesús nos dijo “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” y sed generosos y misericordiosos para imitar a vuestro Padre Dios, que lo es con todos por igual.

 

La Palabra de Dios de este domingo nos interroga: ¿Cuáles son mis verdaderas motivaciones para hacer las cosas? ¿Las hago para gloria de Dios y bien del prójimo, aunque no lo sepa nadie ni haya quien me lo reconozca o me lo premie? ¿O exijo todo esto para hacer el bien y me frustro si no lo tengo?

 

El mejor modelo para aprender a amar sin reservas ni medidas, desinteresadamente y hasta el final, es el mismo Jesucristo, nuestro Señor. El, como hemos escuchado en la segunda lectura, no sacrificó algo externo, sino que se dio en sacrificio a sí mismo, de una vez para siempre, para alcanzarnos el perdón y la reconciliación. Aprendamos de Él no solamente a dar con generosidad y desinteresadamente, sino a darnos, que es aún más valioso.

 

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