COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
La ascensión del Señor a los cielos es una de las grandes fiestas cristianas. Como recuerdan bien los mayores, el refrán popular de cuando se celebraba en jueves, a los cuarenta días de la resurrección, decía así: “Tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”.
La ascensión o subida de Jesús a los cielos representa, junto con la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia apostólica, en Pentecostés, que será el próximo domingo, la culminación de este tiempo maravilloso de la Pascua: Cristo resucitado ya ha cumplido su misión. Durante cuarenta días, después de resucitar, se ha hecho presente a sus discípulos, les ha hablado, les ha devuelto la esperanza, ha hablado con ellos, ayudándoles a comprender todo lo que ha ocurrido con él, ha comido con ellos, les ha dejado tocar las marcas de su Pasión… Tenemos un magnífico resumen en la primera lectura, de los Hechos de los apóstoles que hemos escuchado hoy.
La ascensión o subida de Jesús a los cielos representa, junto con la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia apostólica, en Pentecostés, que será el próximo domingo, la culminación de este tiempo maravilloso de la Pascua: Cristo resucitado ya ha cumplido su misión. Durante cuarenta días, después de resucitar, se ha hecho presente a sus discípulos, les ha hablado, les ha devuelto la esperanza, ha hablado con ellos, ayudándoles a comprender todo lo que ha ocurrido con él, ha comido con ellos, les ha dejado tocar las marcas de su Pasión… Tenemos un magnífico resumen en la primera lectura, de los Hechos de los apóstoles que hemos escuchado hoy.
Ahora vuelve al Padre, junto al que estaba desde antes de la creación del mundo, del que vino un día a las entrañas puras de la Virgen María para hacerse un hombre como nosotros, compartir nuestra vida en todo, predicarnos la Buena Noticia del amor de Dios con palabras y con obras, a inaugurar el Reino de Dios en este mundo y a hacernos ciudadanos y constructores de este Reino que sigue creciendo en el mundo hasta que Él vuelva.
La ascensión es la victoria definitiva de la resurrección, de la vida, del bien, del amor, sobre la muerte, la oscuridad y el pecado. La muerte terrible de Jesús, su cruz, sus torturas, su rechazo, no han tenido la última palabra, porque el Padre le ha llamado a la vida y ahora le llama a su lado.
Y su triunfo es también el nuestro; así lo dice un santo muy importante y sabio, san Agustín: “la resurrección del Señor es nuestra esperanza, y su ascensión es nuestra glorificación”. En Él estamos todos, porque el Señor vuelve al Padre como hombre resucitado, con nuestra misma naturaleza humana; de este modo nos muestra dónde está nuestra meta: estamos hechos para estar junto a Dios, para ser glorificados, renovados, transformados.
Nada menos... esa es nuestra patria y nuestra meta como creyentes en el Señor Jesucristo que quieren recorrer su camino en amistad con Dios y en fraternidad con los hermanos.
Pero los ángeles les dicen a los apóstoles que contemplan atónitos cómo asciende Cristo a los cielos.: «Galileos, ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».
Efectivamente, este momento de la ascensión, junto con el regalo del Espíritu Santo en Pentecostés, marcan el comienzo de la misión de la Iglesia, es decir, de nuestra misión. No podemos quedarnos de brazos cruzados o mirando a las nubes, porque el Señor al irse físicamente, aunque siga entre nosotros, nos ha encomendado una misión imprescindible: continuar con su obra, continuar construyendo el Reino y predicando la Buena Noticia a todos sin excepción: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado”.
La misión es enorme, porque hay muchos en el mundo que no conocen aún a Jesucristo y también hay muchos, entre nosotros, que creen conocerle aunque no es cierto; en este momento somos misioneros con los de nuestra casa, con los de nuestro pueblo, con nuestros parientes y amigos. Y no podemos dejar de cumplir esa misión que el Señor nos encomendó hasta que él regrese y establezca plenamente su reinado.
Cuando el Papa Francisco nos está insistiendo en que como bautizados somos misioneros allí donde estamos, nos quiere decir esto mismo: aunque la misión de dar testimonio del evangelio a veces nos resulte difícil, es la misión que el mismo Cristo nos ha encomendado y es una suerte poder hacerlo, porque como escuchamos el domingo pasado: “No me habéis elegido vosotros a mí, soy yo quien os he elegido para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”.
Así concluye el evangelio: Ellos se fueron a predicar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban. Hoy, fiesta de la Ascensión, recibimos, como entonces los apóstoles, su encargo, sabiendo que nunca estaremos solos en ello.
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