ID AL MUNDO ENTERO Y PREDICAD EL EVANGELIO
El ciclo normal de los domingos del tiempo ordinario, que
estamos llevando, hoy cambia. Lo hace porque celebramos una solemnidad propia
de nuestra Iglesia diocesana de León. Por ser solemnidad, tiene un rango
superior al de los domingos. La solemnidad que celebramos es la de san Froilán,
patrono de la diócesis, que ha de celebrarse en todas las parroquias, pequeñas
y grandes.
Celebrar una misma fiesta litúrgica es un signo de comunión, expresamos
así que pertenecemos a una misma familia: la Iglesia de Jesucristo que camina,
como peregrina de esperanza, en estas tierras antiguas de León. Somos herederos
de una riquísima historia civil y eclesial y, tomando fuerzas en este recuerdo
agradecido, debemos afrontar los retos presentes y futuros.
San Froilán, según las fuentes que se conservan en nuestra
catedral, nació en las afueras de Lugo en el año 832. A los dieciocho años
emprendió vida solitaria y de predicador itinerante. Se trasladó al Bierzo y se
recluyó en una cueva de Ruitelán, junto al río Valcarce, que hoy se conserva
como ermita.
Pasó después a los montes leoneses del Curueño, donde se le
unió Atilano, sacerdote y monje, que es también el patrono de la diócesis
vecina de Zamora. Ambos se recluyeron en el picacho Cucurrino de la Valdorria.
Bajaron al valle y, en el poblado de Veseo, organizaron un monasterio con
trescientos monjes, apoyados por los reyes de León y Asturias.
Más tarde, en Zamora, establecieron dos monasterios, el
primero en Tábara y el segundo en Moreruela. Los monasterios, en aquella época
tan difícil, jugaron un papel fundamental en la reconquista de España: los
monjes tenían las escuelas y conservaban la cultura, los códices con el saber
de la Hispania cristiana. Y en torno a ellos, se establecían aldeas y se
cultivaban los campos, se creaba civilización en tierras arrasadas.
Está claro que la vocación primera de san Froilán era la de
ser un ermitaño solitario. Pero permaneció atento a la llamada de Dios y este
le fue cambiando sus planes. Primero le llamó a vivir con otros monjes que
querían compartir su vida de oración y estudio de la Palabra de Dios, a ser
fundador y abad de monasterios.
Y en el año 900, cuando la sede episcopal de León quedó
vacía, el pueblo leonés pidió al rey que el nuevo obispo de León fuese Froilán,
el monje. Entonces Froilán, a la edad de 68 años, dejó la vida de monje, a la
que se había consagrado, para aceptar ser pastor de los cristianos de estas
tierras nuestras.
Durante solo cinco años, hasta su fallecimiento fue un buen
pastor, a imagen del Buen Pastor que es Cristo. Como él, se dedicó a apacentar
a su pueblo en las praderas abundantes de la fe cristiana, nutriendo a todos
con la predicación de la Palabra y con los sacramentos. Sin olvidarse de las
ovejas descarriadas y perdidas, fortaleciendo a las enfermas y caídas,
apacentando a todas con justicia.
Lo que la Palabra de Dios que hemos escuchado dice en la
lectura del profeta Ezequiel y en el salmo 22: san Froilán fue un reflejo fiel
del Buen Pastor, enviado por Dios para cuidar a su pueblo amado renacido de las
aguas del bautismo.
Como san Pablo pedía para él mismo y para sus colaboradores,
la gente veía solo en san Froilán un servidor de Cristo y un administrador fiel
de los misterios de Dios, que se renuevan en la liturgia de la Iglesia para
nuestra salvación.
Jesús escogió a los apóstoles para que estuviesen con él y
para enviarlos a predicar en su nombre, sometiendo las fuerzas del mal que
dañan al hombre y a la creación, liberando, consolando, sanando, animando. Esa misma
llamada ha continuado resonando a lo largo de los siglos y el Señor ha seguido
escogiendo a otros hombres y mujeres para ser sus colaboradores en la extensión
del Reino hasta los confines de la tierra.
San Froilán hizo su parte, como monje y como obispo, y ahora
nos toca a nosotros hacer la nuestra, en este tiempo y en este lugar en el que
Dios nos ha puesto. Nuestra iglesia diocesana de León necesita de cada uno de
nosotros, cada uno con sus dones y sus talentos, con su vocación particular.
No podemos quedarnos mirando al pasado, a lo que fuimos y a
lo que tuvimos, sino que estamos llamados a contribuir en la hora presente, con
sus retos, para que aquellos que viven a nuestro lado puedan escuchar la Buena
Noticia del amor de Dios que se nos ha manifestado plenamente en Jesucristo.
Recojamos el testigo de san Froilán, nuestro patrono, como
cristianos de León.
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