¡HOSSANA A NUESTRO REY!
“Cuarenta días
caminando, hacia la Pascua de Jesús”. Así dice la canción que les enseñamos a
los niños de nuestras catequesis y que cantan a pleno pulmón, con inocencia e
ilusión. Ya hemos llegado casi al final este tiempo de renovación espiritual
comunitaria y, con la celebración de hoy, entramos en la Semana Santa.
¿De verdad hemos hecho un camino o no hemos dado ni un paso
desde que recibimos el signo de la ceniza? Cada uno debemos examinarnos y
responder con realismo. Porque, lo que no podemos negar es que las
celebraciones de la Iglesia y las lecturas de la Palabra de Dios de cada
domingo, han sido un reclamo fuerte para nuestra conversión, una invitación
continua a acoger el perdón y la misericordia de Dios, que nos llega por su
Hijo Jesucristo.
Hoy escuchamos dos evangelios: el relato de la entrada de
Jesús en Jerusalén, al comenzar la celebración con la procesión de los ramos, y
el relato de la Pasión.
Jesús entra en Jerusalén acompañado de un cortejo festivo de
gentes sencillas que llevaban ramos y palmas en sus manos. Le aclaman como rey
porque entra en la ciudad santa como había entrado el rey David, a lomos de un
borriquito. Los discípulos han visto todos los signos que ha realizado desde
que salió de Nazaret y por eso le reconocen como su verdadero Rey.
Como decía Benedicto XVI, también nosotros hemos visto los
prodigios que Cristo realiza ahora: “cómo lleva a hombres y mujeres a renunciar
a las comodidades de su vida y ponerse totalmente al servicio de los que
sufren; cómo da a hombres y mujeres la valentía para oponerse a la violencia y
a la mentira, para difundir en el mundo la verdad; cómo induce a hombres y
mujeres a hacer el bien a los demás, a suscitar la reconciliación donde había
odio, a crear la paz donde reinaba la enemistad”.
Nuestra procesión ha sido una proclamación de que él es
nuestro Rey, aquel de quien nos fiamos, en quien esperamos, al que seguimos.
El evangelio que hoy escuchamos en la misa es el relato de la
Pasión de Jesucristo, que en este año está narrado por el evangelista Lucas.
Volveremos a escuchar el relato de la pasión en la tarde del Viernes Santo, al
celebrar los oficios de la muerte de Cristo.
No podemos vivir estos días santos, tan grandes, con rutina,
como si fuesen una repetición, sin más, de lo que tantas veces hemos celebrado.
No es una repetición de un acontecimiento del pasado, del que ya sabemos el
desenlace; al celebrarlos se hacen presente de salvación.
De tal modo que, cuando celebro estos días santos con fe y
amor, los revivo: entro con Jesús en Jerusalén con sus discípulos, me siento
con los apóstoles en el cenáculo en la tarde del Jueves Santo, para que el
Señor me dé el testimonio de amor y de servicio lavándonos los pies y
regalándonos su presencia en la Eucaristía. Acompaño a Jesús subiendo al
Gólgota para dar la vida en la cruz, contemplo su muerte y sepultura en el
Viernes Santo. Y el Sábado Santo me acercó al sepulcro para comprobar que está
vacío y que ha vencido la muerte y nos ha dado la vida eterna.
En definitiva, para vivir de verdad estos días, que son los
más grandes y santos de nuestra fe, tendremos que apartar de nosotros, desde ya
mismo, la rutina, la apatía, la indiferencia… y cambiarlas por una fe más viva
y por la capacidad de sorprendernos y estremecernos.
No puedo ser un mero espectador de lo que ocurre en la Semana
Santa, lo debo revivir con la celebración de la Iglesia. Porque la Muerte y
Resurrección de Jesús, que es el misterio de amor más sublime, se hace actual y
nuevo.
Tenemos la oportunidad de prepararnos aún a estos días santos
con las celebraciones penitenciales que tendremos el lunes y martes santo.
Celebrando la confesión sin miedos, con sencillez, con apertura, recibiremos el
perdón del Padre que nos llega a través de la Iglesia y nos renueva, dándonos
la capacidad de vivir el Santo Triduo con un corazón limpio y abierto.
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