COMO NIÑOS EN LA ESCUELA DE JESÚS
En este mes
de septiembre han empezado las clases de los colegios, institutos y universidades.
También están próximas a comenzar las catequesis de iniciación cristiana en nuestras
parroquias.
Puede que
a los mayores ya nos queden bastante lejos los tiempos de estar en las aulas,
escuchando al maestro, aprendiendo, memorizando… Sin embargo, nunca se puede
dejar de aprender en la vida. Y el que crea que ya lo sabe todo, que no
necesita aprender nada nuevo, o el que haya perdido el interés de conocer y
aprender, ese se estanca, y crecerá menos como persona.
Ya vemos
que Jesús enseñaba continuamente a sus discípulos, como escuchamos en el
evangelio de este domingo. Aprovechaba los caminos largos andando entre las
aldeas, el tiempo que pasaba a solas con ellos, para instruirles, para darles
una “catequesis continua”, si queremos llamarlo así. El Señor Jesús sabe bien
que, después de su muerte y resurrección, tendrán que ser ellos, los apóstoles,
la Iglesia, los que continúen la predicación del Reino de Dios, realizándola
con gestos y con palabras. Por eso aprovecha toda ocasión para ir grabando la
Buena Noticia en sus mentes y corazones.
También a
nosotros nos da una continua catequesis el Señor, nos enseña. Lo hace cada
domingo cuando se nos proclaman las lecturas de la celebración dominical. Son
una palabra viva dirigida para nosotros hoy y, a diferencia de otros mensajes,
aunque ya lo hayamos oído más veces no pierde su frescura y novedad.
Siempre
tenemos que estar aprendiendo en la escuela de Jesús y siempre tenemos que
estar convirtiendo nuestro corazón a su Evangelio. Esto vale igualmente para
los niños, para los jóvenes y para los adultos.
¿Qué nos
enseña hoy? Lo mismo que a los discípulos: que su pasión, muerte y resurrección
son la fuente de la vida y de la salvación. Pero los discípulos no entendían… ¿No
será que no querían entenderle? Porque nos rebelamos y nos cuesta aceptar que
hay que morir para vivir: morir al pecado, morir a nuestros caprichos, morir al
deseo egoísta de cosas y bienes, morir a los odios y rencores… Morir a todo eso,
pero para vivir.
Morir al
hombre viejo, que lo somos tantas veces, para poder vivir la vida siempre nueva
de los hijos de Dios, de los salvados por Jesucristo. Esa es la conversión
continua del cristiano. Y, como los discípulos, no entendemos… o hacemos como
que no le entendemos.
Mientras
Jesús les dice esas cosas tan importantes, ellos van, como se diría hoy “a su
bola”, en sus cosas: discutiendo cuál es el más importante de entre ellos. Y
dirían: pues yo he dejado este trabajo por seguir al Maestro, pues yo deje mi
tierra, pues yo le defendí, pues yo daría mi vida por él. Quieren presentar sus
méritos para ocupar los mejores puestos en ese Reino de los cielos que anuncia:
Primer ministro, vicepresidente primero… y así.
El camino
que les propone Jesús, aunque no quieran entenderlo, es completamente distinto:
el primero es el que más sirve, el que más ama, el que más se da a los demás
sin interés ni esperando recompensa alguna. Jesús nos propone estar en la
comunidad cristiana como lo está la madre en el hogar: es el centro, pero no
porque quiera protagonismo, sino porque ama sin esperar nada, porque vive para
eso y, por ello, el hogar gira en torno a ella.
No se
trata de protagonismo; es amor y servicio totales.
Y para que
les quede aún más claro, y nos quede a nosotros, pone en medio a un niño
cualquiera. En la sociedad del tiempo de Jesús los niños, especialmente los
niños pobres, no contaban gran cosa. Había muchos, no como hoy en nuestra
sociedad, y no tenían relevancia religiosa ni social. Pero Jesús se identifica
con ellos: el que acoge a este, el más pequeño, el más insignificante, a mí me
acoge y, acogiéndome a mí, acoge al Padre Dios, que ha enviado a Jesús.
Aunque
tengamos otros criterios, y el mundo que nos rodea diga lo contrario, el
servicio, el hacer de la propia vida un don para los demás, es el camino de
Jesús. Y es el camino de la vida plena, de la felicidad completa.
Es cierto
que, si uno se decide a vivir así, y todos debemos intentarlo si queremos ser
sus discípulos, tiene que estar preparado para aceptar las dificultades, los
rechazos, quizás que le llamen tonto. La primera lectura de hoy, del libro de
la Sabiduría nos habla de la persecución del justo. De Jesús, el más bueno y
justo, pero también de sus discípulos de cualquier tiempo cuando se deciden a
tomar en serio el camino del Evangelio que él enseña.
Pero
sabemos que es posible hacerlo con la fuerza y la gracia de Dios que recibimos
siempre que nos reunimos en su nombre y le recibimos en los sacramentos de la
Iglesia.
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