jueves, 19 de septiembre de 2024

DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 COMO NIÑOS EN LA ESCUELA DE JESÚS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    En este mes de septiembre han empezado las clases de los colegios, institutos y universidades. También están próximas a comenzar las catequesis de iniciación cristiana en nuestras parroquias.

    Puede que a los mayores ya nos queden bastante lejos los tiempos de estar en las aulas, escuchando al maestro, aprendiendo, memorizando… Sin embargo, nunca se puede dejar de aprender en la vida. Y el que crea que ya lo sabe todo, que no necesita aprender nada nuevo, o el que haya perdido el interés de conocer y aprender, ese se estanca, y crecerá menos como persona.

    Ya vemos que Jesús enseñaba continuamente a sus discípulos, como escuchamos en el evangelio de este domingo. Aprovechaba los caminos largos andando entre las aldeas, el tiempo que pasaba a solas con ellos, para instruirles, para darles una “catequesis continua”, si queremos llamarlo así. El Señor Jesús sabe bien que, después de su muerte y resurrección, tendrán que ser ellos, los apóstoles, la Iglesia, los que continúen la predicación del Reino de Dios, realizándola con gestos y con palabras. Por eso aprovecha toda ocasión para ir grabando la Buena Noticia en sus mentes y corazones.

    También a nosotros nos da una continua catequesis el Señor, nos enseña. Lo hace cada domingo cuando se nos proclaman las lecturas de la celebración dominical. Son una palabra viva dirigida para nosotros hoy y, a diferencia de otros mensajes, aunque ya lo hayamos oído más veces no pierde su frescura y novedad.

    Siempre tenemos que estar aprendiendo en la escuela de Jesús y siempre tenemos que estar convirtiendo nuestro corazón a su Evangelio. Esto vale igualmente para los niños, para los jóvenes y para los adultos.

    ¿Qué nos enseña hoy? Lo mismo que a los discípulos: que su pasión, muerte y resurrección son la fuente de la vida y de la salvación. Pero los discípulos no entendían… ¿No será que no querían entenderle? Porque nos rebelamos y nos cuesta aceptar que hay que morir para vivir: morir al pecado, morir a nuestros caprichos, morir al deseo egoísta de cosas y bienes, morir a los odios y rencores… Morir a todo eso, pero para vivir.

    Morir al hombre viejo, que lo somos tantas veces, para poder vivir la vida siempre nueva de los hijos de Dios, de los salvados por Jesucristo. Esa es la conversión continua del cristiano. Y, como los discípulos, no entendemos… o hacemos como que no le entendemos.

    Mientras Jesús les dice esas cosas tan importantes, ellos van, como se diría hoy “a su bola”, en sus cosas: discutiendo cuál es el más importante de entre ellos. Y dirían: pues yo he dejado este trabajo por seguir al Maestro, pues yo deje mi tierra, pues yo le defendí, pues yo daría mi vida por él. Quieren presentar sus méritos para ocupar los mejores puestos en ese Reino de los cielos que anuncia: Primer ministro, vicepresidente primero… y así.

    El camino que les propone Jesús, aunque no quieran entenderlo, es completamente distinto: el primero es el que más sirve, el que más ama, el que más se da a los demás sin interés ni esperando recompensa alguna. Jesús nos propone estar en la comunidad cristiana como lo está la madre en el hogar: es el centro, pero no porque quiera protagonismo, sino porque ama sin esperar nada, porque vive para eso y, por ello, el hogar gira en torno a ella.

    No se trata de protagonismo; es amor y servicio totales.

    Y para que les quede aún más claro, y nos quede a nosotros, pone en medio a un niño cualquiera. En la sociedad del tiempo de Jesús los niños, especialmente los niños pobres, no contaban gran cosa. Había muchos, no como hoy en nuestra sociedad, y no tenían relevancia religiosa ni social. Pero Jesús se identifica con ellos: el que acoge a este, el más pequeño, el más insignificante, a mí me acoge y, acogiéndome a mí, acoge al Padre Dios, que ha enviado a Jesús.

    Aunque tengamos otros criterios, y el mundo que nos rodea diga lo contrario, el servicio, el hacer de la propia vida un don para los demás, es el camino de Jesús. Y es el camino de la vida plena, de la felicidad completa.

    Es cierto que, si uno se decide a vivir así, y todos debemos intentarlo si queremos ser sus discípulos, tiene que estar preparado para aceptar las dificultades, los rechazos, quizás que le llamen tonto. La primera lectura de hoy, del libro de la Sabiduría nos habla de la persecución del justo. De Jesús, el más bueno y justo, pero también de sus discípulos de cualquier tiempo cuando se deciden a tomar en serio el camino del Evangelio que él enseña.

    Pero sabemos que es posible hacerlo con la fuerza y la gracia de Dios que recibimos siempre que nos reunimos en su nombre y le recibimos en los sacramentos de la Iglesia.

 

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